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¿Qué se siente ser la cuota indígena? Wenk

  • Por: YÁSNAYA ELENA A. GIL
  • 15 FEBRERO 2023
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¿Qué se siente ser la cuota indígena? Wenk

Habría que preguntarse si la justicia social que buscamos implica solamente que algunos seamos incluidos en espacios que excluyen el conocimiento generado por nuestros pueblos

Entre los múltiples comentarios que recibí la primera vez que publiqué en este espacio en el que me estás leyendo no hicieron falta los que explicaron mi presencia virtual aquí como el resultado de las políticas de la inclusión: yo era la cuota indígena necesaria entre los columnistas de este diario. Comentarios aquí y allá me explicaron que solo de esa manera podía explicarse la invitación que recibí de los editores de El País. No fue la primera vez, claro, que me enfrenté a ese tipo de comentarios y mi reacción ha ido cambiando con el paso de los años.

En un principio, como sucede con muchas personas que pertenecemos a pueblos indígenas, que te digan que te han elegido para presentar tu trabajo en un congreso académico, escribir en algún medio o participar en un proyecto solo por cubrir una cuota crea un velo de intensa sospecha sobre tu propio trabajo y, digamos, su calidad. ¿Me habrán invitado a esa mesa sobre feminismo solo porque hacía falta una mujer indígena y así evitar las críticas? ¿Fue la calidad de mi trabajo o mi pertenencia a un pueblo indígena lo que les pareció interesante?¿Me ofrecen una oportunidad laboral porque la financiadora del proyecto exige cierta diversidad entre las personas involucradas? ¿Me habrán invitado a participar en esta antología para cubrir la cuota indígena o la invitación surgió debido a un genuino entusiasmo por mis escritos? El ego sufre porque el espejo no le devuelve siempre la certeza de que hemos sido elegidas solo por nuestras características tan valiosas (sarcasmo de por medio), por nuestros rasgos tan extraordinarios que nos posibilitaron fugarnos de las estadísticas que reportan que las personas que pertenecen a pueblos indígenas no ocupan frecuentemente los espacios a los que ahora nos invitan. Mientras que las personas que han tenido un acceso privilegiado a ciertos ambientes, espacios y medios no se angustian sobre si su inclusión (tan natural nos parece) deriva precisamente de sus privilegios más que de sus méritos personales, las personas que somos incluidas en los espacios en los que no es común encontrarnos, vamos arrastrando la eterna sospecha de ser la cuota indígena. Como una basurita en el ánimo, diría Mafalda, esta duda nos eclipsa el entusiasmo de haber recibido cierta invitación. Pocas veces los hijos de académicos de élite, por poner un ejemplo, se preguntan si su aceptación en un programa de posgrado se debe a los privilegios de su posición o a su esfuerzo individual. A nosotras, a nosotros, nos repiten una y otra vez: estás ahí porque eres la cuota indígena.

Con el paso del tiempo, me di cuenta de que estas preocupaciones le hacían el juego a la narrativa de la meritocracia. En el fondo, desde una molestia bastante individualista, me preocupaba más que me aseguraran que eran mis características y mi esfuerzo personal, lo que me estaba posibilitando la inclusión en ciertos espacios que las razones por las cuales la exclusión de pueblos indígenas ha sido estructural. Mi preocupación por ser leída como la "cuota indígena" representada el triunfo en mí de los ideales de pertenencia a esos espacios, los había fijado como una medida de éxito, esos espacios en los que esperaba ser incluida eran los valiosos, esos espacios que han sido negados estructuralmente a nuestra gente eran los deseables. Pensar de este modo hace que ser permanentemente la cuota indígena entrañe el riesgo de ser cooptados por esos mismos espacios que, ante nuestros ojos hipnotizados, se erigen como los únicos mecanismos de validación, perseguiremos pues la inclusión individual mientras la exclusión estructural de nuestros pueblos permanece sin cambios.

Muchas de las personas con las que crecí no pudieron ir a la universidad y luego no pudieron recibir esa invitación a cierto congreso no porque no se hayan esforzado tanto como yo (muchas se esforzaron incluso más) o porque sus rasgos individuales no fueran suficientes, fueron las razones económicas y estructurales que hicieron que menos del 3% de los jóvenes indígenas en México ingresaran a educación superior en el año en el que yo pude hacerlo debido a una serie de coincidencias que muy poco tenían que ver con mis méritos personales.

Yendo un paso más allá, habría que preguntarse si la justicia social que buscamos implica solamente que algunos seamos incluidos en unas universidades que, generalmente, excluyen el conocimiento generado por nuestros pueblos. Como dijo el pensador y luchador mixe Floriberto Díaz desde la penúltima década del siglo pasado, nuestra inclusión en las instituciones de educación superior implica ser amamantados con las ideas de una tradición cultural que históricamente nos ha despreciado. La simple inclusión no basta, las cuotas no son suficientes si los pueblos indígenas no podemos participar del diseño mismo de los contenidos y objetivos del sistema educativo. Las políticas de la inclusión entrañan siempre una trampa, la direccionalidad de la inclusión evidencia una relación asimétrica; quien incluye demuestra que puede hacerlo porque es el dueño del espacio. Ante la exclusión estructural mi preocupación personal acerca de ser solo una cuota indígena en los espacios a los que me invitan deja de ser relevante. Lo urgente es pensar en que ya no sean necesarias las cuotas y que se pueda construir espacios diversos en los que no haya cadeneros de una tradición cultural que se ha reservado el derecho de admisión para reafirmar su poder. Por fortuna, existen otros sistemas de validación. Existe una gran diversidad de mecanismos, prácticas culturales y procesos que construyen la idea del prestigio de otra manera. En mi contexto, en la comunidad serrana de Oaxaca, el servicio comunitario es uno de los más importantes.

Ahora cada que me asalta la duda sobre la posibilidad de ser la cuota indígena en cierto espacio, recuerdo que si bien agradezco que me hayan invitado a esa fiesta (ojalá inviten a más personas) sobre todo me entusiasma el hecho de que estamos organizando nuestras propias fiestas, nuestras propias universidades, nuestros propios congresos, exposiciones y procesos. En muchos casos, no estamos esperando, desesperados y nerviosos, a que el cadenero elija a alguno de nosotros y lo deje entrar; estamos luchando por dar el portazo, aventar al cadenero y aún más allá, luchamos por crear o fortalecer nuestros propios espacios, lugares y procesos a los que, por qué no, algún día seamos nosotros quienes los invitemos a entrar.

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