¿Por qué lastimamos a quienes más queremos?

¡Caramba! Si tratáramos a las personas que más queremos como si fueran los invitados a una cena en la casa, seguramente se sentirían mucho más tomados en cuenta y apapachados. Sin embargo, es una realidad que muchas veces nos pasamos de la raya con nuestras procederes, palabras o reacciones y después andamos con la cola entre las patas tratando de reparar (lo cual se agradece), pero eso no limpia el batidero emocional que dejamos.
La razón principal por la que lastimamos es porque sabemos que la otra persona nos ama también, ya sea la pareja, los hijos, los padres e incluso alguna amistad. Creemos que el amor que sienten hacia nosotros tiene un seguro con cobertura amplia y, en realidad, no es así. Eventualmente podrían hartarse del cascarrabias que llevamos dentro.
Definitivamente el sector más vulnerable y frágil son los niños. ¿Dime qué puede hacer un niño de siete años cuando la mamá o el papá se vuelve iracundo y comienza a dar de gritos y manotazos? Subraya la respuesta correcta:
1) Empacar sus cosas e irse de la casa
2) Bajarse del carro en el primer semáforo en rojo
3) Tomar una actitud desafiante y confrontativa hacia los padres
4) Ninguna de las anteriores. Quedarse petrificado y lleno de miedo.
Si elegiste la opción número 4, estás en lo correcto. Claro que este caso aplica para las mascotas y hasta para la pareja que de cierta forma depende del cónyuge. Imagina a una esposa que depende económicamente del marido explosivo. Lo más seguro es que terminará comiéndose el caramelito hasta el palito, es decir, aguantará su mal humor, mal trato, falta de respeto y groserías, ya que el señor navega con el lema de: “El que paga el mariachi, escoge las canciones.”
¿Con quién descargas tu frustración? Seguramente has tenido en más de alguna ocasión días que no más no te salen las cosas como quieres y andas de un genio de «mírame y no me toques». La alarma no sonó. Llegaste tarde a la oficina. Tu jefe te pidió un reporte que no tenías listo. Saliste tarde. El tráfico estaba infernal. Llegas a casa y te reciben con una lista de quejas. ¿Qué crees que sucederá? Efectivamente, ¡vas a explotar! ¿Adivina con quién te vas a desquitar? Con las personas que tengan menos poder que tú. A este punto lo importante no es quién te la hizo, sino quién te la paga. Por lo regular, la pareja y los hijos son los más afectados.
Les voy a decir una cosa. Si tú como adulto decides aguantar a una pareja irascible, explosiva y maltratadora, es tu decisión. Pero, no se vale que expongas a tus hijos, que no tienen más que la opción 4. Lo alarmante de esto es que, los niños en su indefensión, terminan creyendo que es “normal” que los ninguneen, los humillen, les peguen o les griten. Para ellos, los papás son la fuente de amor. Pero cuando ese amor es tóxico, acabaran por repetir el patrón en su vida adulta. No me cansaré de repetirlo: “Es preferible provenir de un hogar tóxico, que vivir en él.” Punto.
Si tú, al leer esta columna te identificas como un maltratador, te aviso, necesitas ayuda. Muchas veces, tu intolerancia proviene de situaciones no resueltas o heridas que no has sanado de tu infancia. Recuerda que nadie de nosotros, somos monstruos, incluido tú. Todos somos el resultado de nuestra historia. Y es sólo nuestra responsabilidad sanarla y brincar de “histeria” a “historia”. Simplemente date cuenta de cómo has repetido tú los patrones. Pregúntate: ¿Por qué tengo estas reacciones? ¿A quién de mi pasado me conectan? Y, sobre todo, pregúntate: ¿Cómo me hubiera gustado que me trataran cuando era niño? Si haces un ejercicio de honestidad, te aseguro que darás con la respuesta.
Nadie es responsable de tu carácter, sólo tú. No puedes controlar las acciones de los demás, pero si puedes regular tus reacciones. Tus hijos merecen otra oportunidad en la vida y tú también. Nos leemos pronto. ¡Y anótele!
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