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Palabras rimbombantes
Está científicamente comprobado que la excesiva actividad sexual provoca pérdida de la memoria. Perdón ¿qué les estaba diciendo? Rosibel, hermosa chica, le contó a su amiga Susiflor: "Un desconocido me ofreció en la calle 10 mil pesos si me iba a la cama con él". "¡Qué barbaridad! -se escandalizó Susiflor-. ¡No es posible!". "Sí es posible -contestó Rosibel-. Mira, aquí traigo el dinero". "¡No le esté usted viendo el trasero a esa señora! ¡Es mi esposa!". Con esas airadas palabras el cantinero del Bar Ahúnda se dirigió al parroquiano que no quitaba la vista de los turgentes atractivos posteriores de la dama. Respondió el sujeto: "No le estoy viendo el trasero. Tenía la mirada perdida en el vacío, pensando en otra cosa". "¡Ah, y lo niega! -se enojó más el tabernero-. No me crea tonto. Lo he estado observando, y no aparta usted la vista de las caderas de mi mujer". "Ya le dije que miraba hacia otra parte -repitió el individuo-. Jamás entretengo pensamientos de libídine". "No me venga con palabras rimbombantes -se indignó el de la cantina-. Con otras más sencillas le advierto que si sigue usted viendo el trasero de mi esposa se las verá conmigo". Repuso el otro: "Vuelvo a decirle que estaba pensando en otra cosa. Y ya no me esté molestando. Sírvame un teculo doble". La suegra de don Martiriano, el muy sufrido cónyuge de doña Jodoncia, llegó a visitarlos por unos días y se quedó a vivir con ellos definitivamente. Un día le pidió a su yerno: "Abre la ventana". La abrió don Martiriano. Le dijo su mujer: "Cierra la ventana". "¡Basta! -se dirigió con energía el señor a su consorte-. ¿Quién manda en esta casa? ¿Tú o tu mamá?". Un tipo le reclamó a su amigo: "Eres un mentiroso. Cuando te jubilaste me dijiste que habías puesto un negocio de antojitos, y me enteré de que en verdad tienes un burdel, congal, mancebía, casa de lenocinio, manfla, ramería o lupanar". "Te dije la verdad -se defendió el amigo-. Puse un negocio de antojitos. ¿O acaso no se te antoja eso?". En el momento del amor la esposa comenzó a decir: "¡Ah, la carestía! Está más caro el súper; más cara la gasolina; más cara el agua; más cara la luz; más caro el teléfono. Todo ha subido". "No todo -manifestó mohíno y enojado su marido-. Aquí ya bajó algo". En la fiesta de Navidad de la línea aérea dijo una azafata saliendo del cuarto del archivo: "Me voy a mi casa. Se me apagó el piloto". La señora reprendió a su mucama: "Quebraste otro plato, Famulina. Te lo voy a cobrar". "No es justo -protestó la empleada-. Nada más en este mes su marido me ha roto tres pares de medias, dos fondos y un brassiére, y a poco yo se los he cobrado". El chofer le indicó al músico: "No puede usted subir a mi autobús con ese contrabajo". El filarmónico se encolerizó: "¡Métete tu autobús ya sabes dónde!". Sin alterarse replicó el chofer: "Si hace usted lo mismo con su contrabajo entonces sí puede subir a mi autobús". La guapa mesera llevaba en el pecho el gafete con su nombre: Claretina. Un parroquiano evidentemente achispado por el alcohol le preguntó: "Perdone, señorita: ¿cómo se llama la otra?". Era una pareja de recién casados. Cierto día los vecinos oyeron que el marido gritaba hecho una furia: "¡Con ge!". "¡Con eme!" -contestaba la esposa igualmente enojada. Repetía él, iracundo: "¡Con ge!". Y ella, también enardecida: ¡Con eme!". Los vecinos, temerosos de que las cosas pasaran a mayores, llamaron a la policía. Acudió una patrulla, y un oficial les preguntó a los desposados: "¿Qué sucede? ¿Por qué discuten tan violentamente?". "Señor oficial -explicó el joven-. Acabo de llegar de un viaje que duró un mes, y ella primero quiere comer". FIN.
MANGANITAS
Por AFA
"Una monjita ordeñaba a la vaca del convento, y la res le tiraba
patadas".
Dijo la sor, sin lisonja:
"Si sales con pataletas
porque te agarran las tetas
te hubieras metido a monja".