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Murillo Karam: política o derecho
"¿A qué edad debe casarse el hombre?".
Esa pregunta le hizo alguien a uno de los famosos siete sabios de la Grecia antigua. Respondió el filósofo: "Los jóvenes todavía no. Los viejos ya no". Desde su respectiva isla en las Cícladas los otros seis sabios asintieron con la cabeza, como los señores grandes cuando Pedro Infante empezaba a cantar en las películas. Don Pitancio, octogenario caballero, viudo, dueño de un taller de compostura de relojes, no hizo caso de aquella prudente admonición y desposó a Grondonia, mujer en flor de edad. Los hijos del provecto galán se preocuparon y le pidieron a su padre que al menos se consiguiera a alguien que le ayudara en la relojería.
Don Pitancio sí atendió esa filial recomendación. Un par de meses después del desposorio el señor les informó a los hijos, orgulloso, que su joven esposa estaba embarazada. Uno de ellos, socarrón, le preguntó: "Y ¿qué me dices de tu ayudante en la relojería? ¿No te ayudaría también en esto?". "No -replicó don Pitancio con igual orgullo-. También ella está embarazada"... Tecitoy Mecitas, intelectual aceptado por el régimen, becario de profesión desde los 18 años hasta hoy que tiene 65, se hallaba escribiendo una novela situada en Estambul, ciudad que conoció durante 4 horas en el curso de un crucero. Llevaba escritas ya 252 cuartillas y aún no aparecía el protagonista de la trama. Una noche reunió a sus amigos y les leyó un capítulo del libro. A los asistentes no les había gustado la cena que sirvió la mujer del escritor, de modo que se mostraron severos en su crítica, y más porque el whisky y el tequila que el anfitrión les ofreció eran de los de medio precio.
Todos coincidieron en decir que las páginas leídas no eran para la posteridad, sino más bien para la parte posterior. El novelista quedó desolado, y a partir de esa noche entró en un período de depresión que todavía le dura, y eso que la ocasión que cito tuvo lugar el año 2011... ¿Por qué narro todo esto? Porque este día escribo de algo deprimente. Hay varias cosas en las que los mexicanos ya no creemos: Santo Clos; los pronósticos del tiempo; las declaraciones mañaneras de López Obrador. Y la justicia. La mayoría de los ciudadanos pensantes piensan que el encarcelamiento de Murillo Karam, igual que sucedió en el caso de Rosario Robles, tiene que ver más con la política que con el derecho, y que acciones como ésas no obedecen a la ley sino a la consigna. Hubo en mi ciudad un periódico llamado "El Sol del Norte". Su descrédito llegó a ser tal que cuando alguien decía algo con trufo de falsedad quien lo oía exclamaba, chocarrero: "Éjele. El Sol del Norte".
Quería significar que lo dicho seguramente era mentira. Pues bien: nosotros bien podemos decir ahora: "Éjele. La Fiscalía", pues sabemos que esa dependencia no está al servicio de la justicia, sino de AMLO. En cierta ocasión la sirvienta de la casa de mis padres, Goya, leyó en voz alta, con asombro, un titular del periódico del día: "Los testículos de Nixon llegan hasta la Argentina". Tomó el periódico mi padre y corrigió a la buena mujer: "Los tentáculos, Goya; los tentáculos". Igual podemos decir nosotros al tratar de las cosas de la justicia: los tentáculos de López Obrador llegan hasta la Suprema Corte. ¿Justicia? La habrá en Dinamarca. Aquí algo está podrido. Libidiano, lúbrico sujeto, le hizo una proposición salaz a Trisagia, joven virtuosa y dada a devociones. Ella rechazó de plano la atrevida solicitud del rijoso individuo. "¿Por qué no quieres?" -preguntó Libidiano. Respondió ella: "Porque rompería el sexto mandamiento". "¿Y qué? -opuso el descarado-. Todavía quedarían nueve". FIN.
MANGANITAS
Por AFA
"En prisión Murillo Karam".
En una cárcel está
porque López lo ordenó.
Pero le preguntó yo:
¿y Peña Nieto 'apá?