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´¡A más de desobligada, sorda!´
"Se capan gatos". Todavía alcancé a ver ese letrero en alguna ventana de mi ciudad, Saltillo. Había otros anuncios menos expresivos. "Se aplican inyecciones". "Hospital de medias". "Se hace trutrú". "Vendo piano en 2 mil pesos. Lo menos lo menos mil". Abundaban en aquella época las solteronas, término peyorativo que acabó por desaparecer gracias a la píldora y a los malos ejemplos -tan buenos- que se veían en las películas americanas. Para aliviar su soledad las dichas maduras doncellas tenían un gato.
Una gata no, por sus constantes maternidades sin ley y sin moral. Sucedía, sin embargo, que el minino le era infiel a su señora, y por las noches se iba a las azoteas a buscar, también sin moral y sin ley, rijosos y ruidosos amores de ocasión. A fin de terminar con esas escapadas, que a veces duraban días, las dueñas de los cachondos michos los llevaban con el capador para que los "arreglara", lo cual equivalía a desarreglar al infortunado micifuz, convertido para tranquilidad de su ama, por mala obra y desgracia de la castración, en un gordo pero pacífico eunuco que ya no hacía otra cosa más que comer y dormir. ¡Desventurado! Todo esto viene a cuento por un cuento que las personas sensibles no deberían leer.
Un sultán lo preguntó a otro: "¿Cómo haces para castrar a los eunucos de tu harén?". Respondió el otro: "Los llevo con el doctor Avicénez, y él se encarga de quitarles lo que hay que quitar". Opinó el primero: "Esa operación ha de ser cara. Yo simplemente tomo dos piedras grandes y entre las dos les aplasto con un solo golpe las partes que se deben inutilizar". El otro sultán se azaró. "Oye -le dijo a su amigo en tono de reproche-. Eso debe doler mucho". "Claro -reconoció el primero-. Si te pescas los dedos".
Me apena tener que decirlo otra vez: Picio era muy feo. Cuando nació le pusieron a su mamá un aviso en su cuarto de la clínica: "No se admiten devoluciones". Un dicho de antaño postulaba que el hombre debía tener tres efes: ser feo, fuerte y formal. Picio tenía sólo la primera efe. Aun así se enamoró perdidamente de Marvilia, hermosa joven de agraciado rostro y atractivas formas. Un día le dijo con acento apasionado: "¡Marvi! ¡Por ti iría hasta el fin del mundo!". "Está bien -contestó ella-. Pero allá te quedas, ¿eh?".
Dos amigas se encontraron después de algún tiempo de no verse. Una le contó a la otra: "Me casé con un rico empresario, fifí, conservador y neoliberal. Vivo en casa de lujo y tengo coche del año con chofer". "¡Fantástico!" -dijo la amiga. Prosiguió la primera: "Mi marido me cumple todos mis caprichos, y no se molesta si no le cumplo yo los suyos". "¡Formidable! -exclamó la amiga. Continuó la jactanciosa mujer: "Tengo luz verde para gastar todo el dinero que quiera en Las Vegas, Miami y Nueva York". "¡Extraordinario!" -acotó la otra. Inquirió la presuntuosa: "Y tú ¿qué haces?". Respondió la interrogada: "Por el momento estoy asistiendo a una escuela de urbanidad y buenas maneras". "¿Ah sí?" -fingió interesarse la orgullosa-. ¿Y qué aprendes ahí?". Replicó la amiga: "Entre otras cosas aprendo a decir: '¡Fantástico!', '¡Formidable!' y '¡Extraordinario!' en vez de decir: '¿Y a mí que chingaos me importa?'".
Don Gelasio llegó a su casa después de su jornada de 8 horas de trabajo como tenedor de libros en la Compañía Jabonera La Espumosa, S.A. Traía bastante hambre, y se dio cuenta de que su esposa no había preparado nada. Le dijo a la señora: "Quiero comer". De inmediato ella empezó a despojarse ahí mismo de su ropa. "¡Joder! -profirió con molestia don Gelasio-. ¡A más de desobligada, sorda!". FIN
MANGANITAS
Por AFA
´...Murillo Karam
a la cárcel...´
La inseguridad creciente.
Galopante la inflación.
Busquen otra distracción
pa' entretener a la gente.