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López Obrador, Alito y los porteros con suerte
El sexenio será el de menor crecimiento económico de la era moderna debido al entorno internacional desfavorable. Pero la fuerza política que ha conseguido el obradorismo no tiene parangón en más de medio siglo
Portero sin suerte no es buen portero, reza una consigna futbolera que bien podría trasladarse a la política. El sexenio de Andrés Manuel López Obrador quedará marcado por los golpes de fortuna e infortunio, para bien y para mal, tanto como por las habilidades y limitaciones de su propia gestión. Mientras que el contexto internacional difícilmente podía haber sido más amargo, el alineamiento de astros en materia de política nacional es un regalo de los dioses.
La epidemia de covid y sus secuelas económicas, aunadas a la guerra de Rusia y Ucrania y el impacto en los mercados, habrán condenado al mundo a un lustro de crecimiento cero. El peor escenario que ha enfrentado el conjunto de los gobiernos desde la Segunda Guerra Mundial. Mirado en retrospectiva, resultó el contexto más inoportuno para intentar un cambio de régimen que apostaba por mejorar sustancialmente la precariedad de las mayorías.
Y es que, entre otras cosas, la parálisis productiva, los desabastos y la inflación barrieron con todos los esfuerzos que el gobierno de la 4-T (o de cualquier otro país) intentó para reducir la pobreza. Solo podemos especular sobre el desempeño que podría haber tenido el Gobierno de AMLO en un contexto internacional de crecimiento como el que gozó Peña Nieto o de plano de bonanza, como el de Vicente Fox. O viceversa, ¿qué habría sucedido en México con un Gobierno neoliberal como los anteriores a cargo de la crisis económica y social de los últimos tres años? Unos responderán que lo habría hecho mejor, otros que habría sido peor, pero es evidente que, sin importar cuál fuera, la pobreza habría aumentado. En síntesis, para López Obrador y su ambicioso sueño, resultó una desgracia que el mundo entrara en un barranco justo en el momento en que intentaba dar un giro de timón en la trayectoria del país.
Todo lo contrario con lo que sucedió en materia política local. Sus adversarios y, en general la oposición, han desempeñado involuntariamente el papel de comparsas ideales en beneficio del presidente. Tras la derrota de AMLO en 2012, con el triunfo de Peña Nieto y el regreso del PRI al poder, sus aspiraciones presidenciales parecían condenadas al fracaso. Se suponía que luego de 12 años de alternancia, el PRI había aprendido la lección y regresaba reciclado y con una nueva cara para iniciar una dinastía. Pero sucedió lo opuesto: la frivolidad y la corrupción volvían magnificadas y la desatención a las grandes mayorías echó en brazos de López Obrador un porcentaje de votación no visto desde Miguel de la Madrid, 36 años antes.
No pretendo restar méritos a López Obrador en la dura y larga tarea de construir un movimiento capaz de llevarlo a la presidencia en 2018. Pero sí dar cuenta de lo mucho que lo benefició que el país estuviera gobernado por un político superficial como Peña Nieto y la conducción residiera en cuadros incapaces de entender los retos que entrañaba el país que tenían en las manos. Personajes como Luis Videgaray, Aurelio Nuño y compañía.
Para fortuna de López Obrador, las cosas siguieron mejorando una vez instalado en Palacio Nacional. Sin exageración, podría decirse que tanto el PRI como el PAN pasan por el período de mayor pobreza en materia de liderazgos en toda su historia. Y lo digo porque, al margen de ideologías, habría que reconocer que en ambas fuerzas políticas abundan los ejemplos de personajes con mayor fondo, carisma o perspectiva de los asuntos de Estado. Figuras como Manuel Clouthier, Luis H Álvarez, Efraín González Morfín e incluso Diego Fernández de Cevallos en el PAN; o Porfirio Muñoz Ledo, Beatriz Paredes, Dulce María Sauri o Luis Donaldo Colosio en el PRI. Todos ellos contrastan visiblemente con los límites y posibilidades que ofrecen los actuales líderes Marko Cortés (PAN) y Alejandro Alito Moreno (PRI), francamente mediocres.
El caso de Alito es particularmente patético. Una vez más, lejos de asumir la lección de la derrota en 2018 y entender la necesidad de un cambio, el PRI profundizó su debacle recurriendo a la peor versión de sí mismo. A juzgar por la información recientemente ventilada sobre el enriquecimiento de Alito a su paso por el Congreso federal y el Gobierno de Campeche, o los desplantes arbitrarios y arrabaleros que exhiben sus audios, parecería ser un miembro más de la generación de jóvenes gobernadores priistas que hoy se encuentra en la cárcel (Roberto Borge, César Duarte y Javier Duarte). Lo que en algún momento se creyó era la nueva sangre del PRI, resultó ser una involución y a la postre un clavo en su ataúd.
Y si los partidos rivales han favorecido a Morena al boicotear su propia capacidad para ser competitivos, la oposición en su conjunto no lo ha hecho mejor. Como se ha dicho reiteradamente en este espacio, los sectores adversos al proyecto obradorista no han entendido la naturaleza del descontento de las mayorías y, por ende, la necesidad de ofrecer respuesta a sus reivindicaciones. Por el contrario, al reducir su estrategia a "desenmascarar el engaño" de AMLO y mostrar sus defectos, han fortalecido sin proponérselo la relación entre el presidente y los sectores populares. Las mayorías que hoy lo aprueban quizá terminen convencidos de que en, en efecto, la 4-T no va a transformar su realidad, pero nadie les quitará de la cabeza que, a diferencia de la oposición, AMLO al menos lo está intentando y habla en su nombre.
El sexenio de López Obrador será el de menor crecimiento económico de la era moderna, y más allá de las críticas que puedan hacerse a su gestión, es evidente que la mayor parte de la explicación reside en un entorno internacional terriblemente desfavorable. Pero, paradójicamente, la fuerza política que ha conseguido el obradorismo no tiene parangón en más de medio siglo, y es también obvio que, más allá de las habilidades de su líder, ha contado con un contexto político muy favorable.
La responsabilidad que el obradorismo y en particular su líder tienen en estos dos fenómenos tan contradictorios, mínimo crecimiento económico y empoderamiento político arrasador, han sido abordados en otras colaboraciones. Es cierto que la pobreza de la oposición y los triunfos políticos de Morena también responden al acierto de algunas estrategias de parte de Palacio Nacional. Pero hay un componente azaroso que está a la vista. La habilidad del portero es evidente, pero mucho ayuda que los tiradores de penales sean los Alito Moreno y los Marko Cortez.
@jorgezepedap