Las mujeres en el deporte: ganar dos veces

El pasado 20 de marzo, la exnadadora olímpica y política zimbabuense Kirsty Coventry se convirtió en la primera mujer en ocupar el puesto de presidenta del Comité Olímpico Internacional. Han sido 130 años desde que lo fundara Pierre de Coubertin, un barón francés que creía firmemente que las mujeres no deberían participar en competencias deportivas y que, en sus palabras, servían su mejor función entregando medallas.
Las fanáticas del deporte hemos podido ver una tendencia en los últimos años, donde el deporte femenino por fin está alcanzando el reconocimiento y difusión que se merece. De acuerdo con la FIFA, el último Mundial Femenino de Australia y Nueva Zelanda 2023 llegó a un total de 2.000 millones de personas, y una asistencia a los partidos de casi 2 millones. Además, Estados Unidos marcó tendencia en 2024 con el consumo de básquetbol femenino universitario, con una audiencia 121% superior que el año anterior.
En el pico de esta tendencia, el nombramiento de Coventry puede sentirse como justicia divina. Porque no han sido solo 130 años, sino siglos y civilizaciones enteras que entendieron y acordaron como intrínseco que las mujeres no pertenecen a lo más alto del deporte. Pero aceptarlo como algo que nos han dado, sería desentendernos de la lucha que ha existido, desde los principios de la civilización, para ocupar esos espacios.
Los Juego Hereos, una competencia paralela a las Olimpiadas que algunos historiadores aseguran existen desde 776 B.C., los crearon un grupo de mujeres griegas que organizaron esta competencia en honor a la diosa Hera. Su participación en los Juegos Olímpicos no estaba permitida, y aquellas mujeres casadas que asistieran como parte de la audiencia podían ser castigadas con la muerte.
Durante el inicio de las olimpiadas modernas, las atletas solo podían concursar en ciertos deportes que no atentaran contra lo que se percibía como la feminidad intrínseca de la mujer. Fue así que la deportista francesa Alice Milliant batalló por años para que las mujeres pudieran participar en eventos de atletismo y otros deportes donde la mujer, en palabras de Coubertin, servía su mejor función entregando medallas. Tras esta batalla y la muerte del barón, las mujeres participaron por primera vez en el atletismo olímpico en 1928.
Muchas otras deportistas en la historia han tenido que confrontar el total desentendimiento a reconocer que la tan innata búsqueda por excelencia física y competencia no es parte de un sexo, sino de la condición humana. En 1973, el ex número uno del mundo y campeón de tres grand slams, el tenista Bobby Riggs, desafió a la entonces número 1 del mundo, Billie Jean King, a un partido de exhibición que los medios bautizaron como “la batalla de los sexos”. Riggs afirmaba que “las mujeres juegan aproximadamente un 25% tan bien como los hombres, por lo que deberían recibir alrededor del 25% del dinero que reciben los hombres”. Con estas palabras, buscaba aprovecharse del momento en que las tenistas del mundo buscaban culminar cinco años de batalla para tener una agencia que proteja sus intereses en el tour, con el objetivo de que los premios de los torneos femeninos fueran iguales a los de los masculinos. King ganó ese partido. Y su triunfo fue el de todas las tenistas que lucharon con ella para crear la Asociación de Tenistas Mujeres, o WTA por su sigla en inglés.
El pasado 20 de febrero, año y medio después de que el expresidente de la Real Federación Española de Fútbol, Luis Rubiales, le diera un beso no consensuado en la boca a la futbolista española Jenni Hermoso durante la ceremonia de premiación del Mundial Femenino de Fútbol, Rubiales fue encontrado culpable de agresión sexual y sentenciado a pagar más de 10.000 euros en multas. Rubiales ha apelado esta decisión, pero, como lo ha dicho la misma Hermoso, esto consta como un precedente que puede cuidar no solo a otras atletas, sino a las españolas en general. Hermoso —y el resto del equipo femenino español—, fue sentenciada a tener que ganar bajo el mandato de aquellos que solo querían tomar de ella su talento para el fútbol, su talento para el trabajo duro y su dignidad. El beso no consensuado de Rubiales fue la gota que colmó el vaso tras muchos años de malos manejos dentro de la selección femenina de fútbol español, de desdén frente a sus condiciones y castigos cuando perdían. En los mejores momentos, el equipo español ganó a pesar de Rubiales, no por él.
Las mujeres en el deporte tienen que ganar dos veces. Primero en la cancha. Luego, entre la opinión pública que siempre dudará de sus esfuerzos, sus sacrificios y sus talentos. Sin embargo, yo agradezco que cada una de estas mujeres haya tenido la rabia, valentía y el deseo de que el mundo de sus deportes sea un poco mejor para aquellas que vienen después. Kristy Coventry tiene un legado a sus pies que, aunque marca una cúspide del desarrollo de milenios de esfuerzo, esperamos que sea solo el inicio.