El rearme de Europa empieza por la alfabetización mediática

La trinchera de los ciudadanos, la defensa de su poder y libertad como individuos, radica, antes que nada, en el conocimiento y la comprensión de lo que está pasando en las redes sociales
En 2017, la Asamblea Parlamentaria de la OTAN encargó a uno de sus miembros, la canadiense Jane Cordy, un informe sobre las huellas que las redes sociales, cada vez más consolidadas, estaban dejando en las estructuras políticas y de seguridad de los países de la Alianza Atlántica. Cordy se entrevistó con más de una veintena de militares, responsables de servicios de espionaje, expertos en Rusia, analistas de redes sociales y periodistas occidentales. Las conclusiones resultaron tan ilustrativas como preocupantes: las redes eran ya en una potente arma de guerra. Con ellas, por ejemplo, los terroristas del Estado Islámico estaban poniendo en marcha efectivas campañas digitales para reclutar militantes, esparcir propaganda o recaudar fondos.
Otra guerra, sin embargo, preocupaba aún más a los expertos: la que Rusia, con las plataformas digitales como trinchera y la información como arma preferente, había declarado silenciosamente a las naciones de la OTAN. En el informe de Cordy abundan los lamentos en torno al despiste de Europa a la hora de calibrar la dimensión de la amenaza rusa, así como la escasa coordinación entre sus miembros para responder a Putin y a otras amenazas que pudieran presentarse en el futuro. Resulta profética la conclusión número 58:
“Como toda gran invención tecnológica, la explosión de las redes sociales presenta tanto desafíos como oportunidades. Actores hostiles no estatales y Estados autoritarios agresivos han demostrado una notable capacidad y voluntad para explotar este nuevo medio en la consecución de sus objetivos. La respuesta de la comunidad euroatlántica hasta ahora puede describirse como aleatoria, dubitativa y descoordinada. En cierto grado, esto tiene que ver con las restricciones éticas y legales propias de las sociedades democráticas. Sin embargo, hay una serie de pasos que las naciones euroatlánticas deberían considerar seriamente para adaptarse mejor a las nuevas realidades de la era de la información”.
La historia de los últimos ocho años no ha hecho más que confirmar algunas reflexiones del Informe Cordy. El proceso de “militarización” de las redes, lejos de diluirse, se ha intensificado. Si Rusia lleva ya dos décadas tratando de imponer digitalmente el relato de la decadencia de Occidente con un poderoso arsenal de desinformación global, la llegada de Trump a la Casa Blanca añade al tablero mundial otro poderoso actor de la era de las guerras híbridas del siglo XXI. El líder estadounidense delega en las redes sociales la estrategia de imponer al mundo el relato del America first utilizando para ello las mismas armas que Rusia: desinformación, campañas de odio y ocupación del espacio mediático con actividad artificial. A su lado, Elon Musk al mando de X que es, además de una empresa privada para uso lúdico, una entidad al servicio de los intereses políticos, geoestratégicos y militares de un presidente desbocado.
El tecnoimperialismo de Trump nos coloca ante otra guerra no declarada contra los valores sobre los que se han construido las democracias europeas. Convendría que los ciudadanos supieran, como resalta la politóloga francesa Ashma Mahlla, que somos, sin quererlo, soldados de un conflicto que se desarrolla en el bolsillo donde guardamos el teléfono móvil. La trinchera de los ciudadanos, la defensa de su poder y libertad como individuos, radica, antes que nada, en el conocimiento y la comprensión de lo que está pasando en las redes sociales. La alfabetización mediática del siglo XXI implica enseñar a los ciudadanos a protegerse ante esos ataques invisibles y poderosos que nos apabullan de información, secuestran nuestra capacidad de atención, manipulan nuestras emociones y merman nuestro sentido crítico. La primera gran batalla de todas es la defensa, la conquista, o la reconquista, de nuestra autonomía cognitiva.