Columnas > ARTÍCULO DE FONDO
La presidencia, ¿para qué?
El presidente López Obrador está más
preocupado y ocupado en demostrar que tiene razón en lo que piensa, dice y hace, que en lograr la transformación que ha planteado
Cerca de concluir los primeros cuatro años de Gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador, es válido e importante mantener la reflexión sobre su Administración. El ánimo no es generar un acto de molestia a una persona particularmente sensible a la crítica. Se trata de establecer algunas hipótesis respecto del actuar de alguien que ejerce la función presidencial en un régimen presidencialista, tanto como medio para comprender el presente como para imaginar el futuro.
Hace años Cosío Villegas trató de diferenciar los distintos procederes presidenciales bajo la categoría del "estilo personal de gobernar". Don Daniel entendía que las personas que ocupaban ese cargo actuaban bajo tensiones institucionales y psicológicas. Que unas y otras definían muchas de las posibilidades, límites y realizaciones de su correspondiente sexenio. La tradición revolucionaria, la amalgama partidista, la perentoriedad del término, el entorno jurídico, las alianzas establecidas o la geopolítica imperante, abrían o cerraban sus cursos de acción. Que el hacer y el omitir tenían marcos. Que no todo lo que se deseaba era posible. Que algunos frenos y contrapesos institucionales funcionaban y, que además, eran importantes las auto restricciones provenientes de la biografía y de las circunstancias vividas.
Aun cuando Cosío Villegas no lo desarrolló con amplitud, tal estilo se determina por lo que se quiera hacer con el cargo. Por ello debemos preguntarnos para qué quiere López Obrador la presidencia de la República. Formalmente, para ejercer las funciones que la Constitución y las leyes le confieren. Presentar iniciativas de leyes, emitir reglamentos, celebrar tratados internacionales, nombrar colaboradores o proponer asignaciones presupuestales, por ejemplo. Más específicamente, para realizar tales posibilidades normativas a fin de lograr el proceso político que él mismo ha designado como "cuarta transformación". Combatir y castigar la corrupción y la impunidad, imponer una nueva moral pública, mejorar la condición de vida de toda la población, regenerar el tejido social, darle al país autosuficiencia alimentaria y otras tantas cosas más del mismo tenor.
El programa de López Obrador quedó planteado años antes de iniciar su sexenio y fue aceptado por el voto de la mayoría del electorado. No hay sorpresas en el objetivo ni en las posibilidades jurídicas y políticas con que contaría para llevarlo a cabo. Cosa distinta era saber cuál sería su talante en lo que tenía que ver con el grado de vinculación para con el derecho, a fin de acatarlo o modificarlo, así como en las condiciones psicológicas que desplegaría al realizar su función.
López Obrador aspira a ser reconocido como el generador de todo lo que se hizo y se hará en su Gobierno. Además, está convencido de ser la encarnación misma de una sustantiva transformación de y en la historia nacional. Se trate del precio de los combustibles, el monto y extensión de las pensiones, la manera de actuar frente a la delincuencia y la corrupción, el flujo de los migrantes o el contenido de ciertas resoluciones judiciales. Quiere mostrar su presencia —directa o indirecta— en lo determinado. Para ello ha reducido a sus colaboradores a ser acompañantes o instrumentos. A un coro que le da resonancia a su voz, o a meros ejecutores de lo determinado por él. El presidente "hace" Gobierno en los ejercicios comunicacionales de todas las mañanas.
A pesar de sus esfuerzos y la enorme concentración de poder que ha logrado, la vida nacional transcurre con dolor e incertidumbre. Los acontecimientos se agolpan con un notable sentido negativo. La economía no marcha bien, la desigualdad y la pobreza aumentan. La violencia se presenta en más escenarios y las resiliencias individuales y comunitarias disminuyen. Las salidas a los presentes males no parecen ser prontas ni viables. Los datos oficiales y privados apuntan en esa dirección. Tanto, que las diferencias se dan al interpretar las causas y los efectos, pero no al constatar tasas y magnitudes. Si miramos con tranquilidad y objetividad los datos, las cosas no avanzan en el sentido deseado por el presidente. Es difícil admitir que se está realizando la transformación que postuló más allá de su propia prédica.
Si el presidente López Obrador cuenta con una idea general acerca de lo que México debiera ser, y no se está realizando como él quisiera, ¿por qué no ajusta las acciones para alcanzar sus objetivos? ¿Qué explica que no esté dispuesto a generar diagnósticos, a escuchar otras voces o, para decirlo en una sola frase, ajustar o corregir sus tareas? Si el presidente tiene un objetivo y el poder para lograrlo, ¿por qué no se empeña en ello? ¿Por qué, por el contrario, denuesta a todo aquel que manifiesta una duda o una crítica? ¿Por qué le da el estatus de enemigo personal, de su movimiento o de México, a quien se atreve a disentir de su manera de pensar o de actuar?
El presidente López Obrador está más preocupado y ocupado en demostrar que tiene razón en lo que piensa, dice y hace, que en lograr la transformación que ha planteado. La diferencia es importante. Una cosa es querer lograr algo y en el empeño tener que recomponer la estrategia o las tácticas, y otra es persistir en una ruta de acción que no proporciona los resultados buscados. Quien se desempeña de la primera manera, muestra compromiso para con el proyecto; quien lo hace en la segunda forma, un rasgo poco positivo de la personalidad.
López Obrador ha sido habilidoso para subordinar a uno de los dos componentes que determinan su estilo personal de gobernar. Con las mayorías legislativas con que contó en la primera mitad de su periodo, la descolocación de las instituciones que podían limitar su actuar y la ocupación de un amplio campo político, ha desplazado el marco institucional. Ello le ha permitido darle mayor presencia al componente psicológico. López Obrador es presidente para demostrarse y demostrarnos que tiene razón en todo lo que piensa, dice y hace. El lugar que legítimamente ocupa es el espacio de sus reivindicaciones personales.
Si le importara el programa, lo veríamos ocupado en su realización. Se estarían realizando discusiones sobre los efectos de la militarización en la seguridad nacional, las consecuencias que en los más pobres tienen sus decisiones o los mejores modos de atraer inversión para generar desarrollo y bienestar. Nada de ello acontece. Vemos un actuar consistente respecto de sí mismo, sea para doblar la apuesta y demostrar que nunca pierde, o para atacar a quien disienta. En esto consiste el estilo personal de gobernar de López Obrador. Mostrarse y mostrarnos que su razón es absoluta e infalible.
@JRCossio