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´La jaula de la leona´

"En castigo no te recibiré en mi lecho en todo un mes". Esa draconiana sentencia le dictó la esposa de Empédocles Etílez a su marido cuando llegó ebrio a su casa en horas de la madrugada abrazado a Astatrasio Garrajarra, su compadre y compañero de parranda, a fin de no caer. Luego, volviéndose hacia el tal Astatrasio, le dijo la señora: "Y a usted, compadre, por sonsacador, el mismo castigo durante 15 días". Declaró el reverendo Rocko Fages: "Nuestra iglesia, la de la Quinta Venida (no Quinta Avenida), ha tenido mucho éxito. Se basa en los 10 mandamientos, como todas, pero nosotros les pedimos a nuestros feligreses que cumplan solamente cinco, a escoger". La joven y linda mucama de doña Panoplia de Altopedo, dama de buena sociedad, le anunció a su patrona que se iba a casar. "Te felicito, Clarilina -la congratuló doña Panoplia-. Ahora vas a tener la cosa más fácil". "Sí, señora -sonrió la muchacha-. Y más seguido". La hija de los antropófagos les contó, feliz, a sus papás: "Tengo un nuevo novio. Es un chico muy dulce, muy tierno". "Tráelo a la casa" -le pidió la madre. "¿Para conocerlo?" -preguntó la hija. "No -aclaró mamá caníbal-. Para comerlo". El escultor de la Venus de Milo les dijo a sus colegas al tiempo que les mostraba su obra: "Creo que así la voy a dejar. Los brazos y las manos nunca me han salido bien". Don Chinguetas, lo sabemos de sobra, es un marido tarambana. Se estaba haciendo dar tratamiento completo en la barbería de un hotel de lujo, y se dirigió a la guapa manicurista: "Me gustaría salir contigo hoy en la noche, linda". Repuso la hermosa joven: "Soy casada". Sugirió el casquivano señor: "Dile a tu marido que vas a alguna otra parte". Propuso a su vez la muchacha: "Dígaselo usted mismo. Es el hombre que lo está afeitando con la navaja grande". Doña Sufricia le confió a su vecina: "Mi marido me hace el amor cada dos semanas". Acotó la otra: "No está mal". Completó doña Sufricia: "Santas". Es cierto: a veces tiendo a lo melodramático. Eso me quedó después de haber subido en mi juventud al palco escénico a representar tragedias -culebrones, decían mis amigos- como "La mujer X", "Mancha que limpia" y "La jaula de la leona". Procuro ahora, sin embargo, no abrir la puerta cuando llama Melpómene, y me esfuerzo en mostrar al mundo un rostro bonancible, que al fin nada ganamos con ponernos a llorar, según dice la popular canción. De pronto, sin embargo, un suceso como el acontecido en Aguililla, Michoacán, cuyo alcalde fue privado de la vida por el crimen organizado, me vuelve a mi pesimismo de antes y me hace pensar que en ese estado, y en otros de la República, se ha perdido por completo la capacidad de controlar las acciones de la delincuencia. De sobra está repetir, como lo afirma ya la voz general, que la timorata política de "abrazos, no balazos" ha sido un rotundo fracaso y no ha logrado sino dar más alas a los criminales. Los guiños de complacencia que el Presidente López ha dirigido a los hombres violentos y a sus cercanos familiares han llevado a los grupos criminales a extender aún más sus territorios, a disputarlos entre sí con mayor encono y a arreciar sus acciones delictivas. En el caso de Aguililla estamos en presencia de un hecho de extrema gravedad que indica hasta dónde llega ahora la osadía de los sicarios, que ningún temor sienten ya de las fuerzas militares y policíacas encargadas de combatirlos. Campo de sangre es Michoacán, lo mismo que partes muy extensas del territorio nacional. Todo indica que en esas regiones en poder de los criminales el único que está seguro de recibir abrazos, no balazos, es López Obrador. FIN

MANGANITAS

´La jaula de la leona´

Por AFA

´...Prohibirán las barras 

de los estadios...´

Con temor que ya imaginas

un ebrio se preocupó: 

"¡No prohíban, pido yo,

las barras de las cantinas!"