La feria de los hipócritas

En la sexta fosa del octavo círculo de su infierno, Dante describe el triste final de los hipócritas. Se hallan en la parte peor del inframundo, aquella en la que sufren los fraudulentos, aquellos que hicieron el mal utilizando la razón, en este caso engañando al prójimo, no por mera falta de contención. Una masa de almas deambula lentísima, postradas por la grave condena que el poeta imagina para ellas: por la eternidad quedan envueltas en capas de aspecto dorado en el exterior, pero hechas por dentro de un pesadísimo plomo que torna en un calvario su andar. Todo ello se aborda en el canto XXIII, uno con fuerte sabor político. En la Europa actual se vislumbran varios perfiles que tal vez el poeta consideraría para ponerle etiqueta de hipócritas.

Varios potenciales candidatos de distinta gravedad desfilaron en un extremo oriental del continente, en la ciudad rusa de Kazán, donde se celebró la cumbre anual de los BRICS+. Poco hace falta decir del abismo entre la retórica dorada y los hechos de plomo del anfitrión, Vladímir Putin. Tampoco parece necesario subrayar la distancia entre las declaraciones de su gran colega, Xi Jinping, que ama presentar a su país como fuerza estabilizadora mientras sostiene a agresores sin derecho o desoye sentencias internacionales en firme cuando así le conviene, como una a propósito de una disputa territorial con Filipinas.

La feria de los hipócritas

Alguna línea más merezca tal vez la timidez llamémosla así, con la cual algunas democracias congregadas en esa cumbre abordan la agresión a Ucrania. Conviene recordar la posición de Lula en la materia: "Zelenski es tan responsable como Putin por la guerra" (Time, mayo de 2022). Mucho mejor referente para el mundo progresista latinoamericano es Gabriel Boric, portador de otra claridad moral. Lula, que se presenta como adalid de la democracia, sí vetó meritoriamente la entrada de Venezuela en el club. Se agradece, después de años de ambigüedad ante esa dictadura. En mayo de 2023 todavía recibía a Maduro con honores y declaraba que "sobre Venezuela hay muchos prejuicios". Debe, sin embargo, notarse que vetó a Caracas, pero no por dictadura. Lo explicó así su gran asesor de exteriores, Celso Amorim: "El problema con Venezuela [en los BRICS+] no tiene que ver con la democracia, sino con un abuso de confianza. El abuso de confianza fue algo grave. Nos dijeron algo y no se hizo", ha declarado. El problema es faltar al respeto quebrando la palabra dada, en este caso, promesas acerca de la exhibición de los registros electorales, no cargarse la democracia. Por eso, Brasil no vetó la entrada de otros regímenes o maniobró en el pasado para aguar declaraciones diplomáticas de la OEA sobre Nicaragua.

Dejan perplejos otras democracias BRICS+, como India y Sudáfrica, paladines anticoloniales, que dan la mano y sonríen cordiales al mayor subyugador colonialista en décadas, Vladímir Putin. El comunicado final de la cumbre expresa la honda inquietud de los miembros por "medidas coercitivas unilaterales ilegales" pero, claro, no puede expresar lo mismo por el brutal atropello que las motiva. Gajes de apuntarse a ciertas fiestas.

Nadie dice que no se pueda cooperar nunca con regímenes Occidente, desde luego, no solo lo hace, sino que a veces los apuntala lamentablemente y ni siquiera se pretende que todos ayuden al agredido, pero al menos en vía bilateral cabría esperar un poco más de firmeza ante los agresores. Los BRICS+ tienen, por supuesto, toda la razón en denunciar ciertos atropellos e hipocresías de Occidente, pero sus miembros demócratas podrían actuar con mayor coherencia entre ciertos valores y sus acciones. Sin embargo, les interesa más perseguir sus intereses, igual que aquellos que critican. Así, juegan a dos bandas, interactuando con las potencias occidentales y las orientales, según convenga. No es un altar desde el cual las prédicas resuenen cristalinas.

Observemos ahora otras partes del continente. Desde Berlín hemos aprendido este jueves que el Gobierno alemán ha autorizado el suministro de material militar a Israel por valor de 94 millones de euros en los últimos tres meses. El día anterior, la ministra de Exteriores alemana, Annalena Baerbock, había dicho que su Gobierno afronta un dilema: "Por un lado, Israel es atacado cada día y no apoyarle significa que se desprotege a sus ciudadanos. Por otro, es también responsabilidad de Alemania respaldar el derecho internacional humanitario". Pero la realidad, con la abismal desproporción de la acción bélica israelí, convierte ese dilema que equipara en un acto hipócrita por parte de una dirigente de un país que manifiesta, por activa y por pasiva, su apego a la legalidad internacional. La loable voluntad de expiar culpas pasadas conduce al inexplicable oprobio presente de la permisividad, incluso ayuda, ante un intolerable abuso de fuerza. 

En este apartado, fuera de Europa, merece una mención especial Joe Biden y la discrepancia entre su discurso pro derechos humanos y su apoyo a Israel.

Más hacia Occidente hallamos otro festín de hipocresía. Una interesante entrevista concedida por Bernard Cazeneuve, ex primer ministro de François Hollande, (Le Monde, 3 de octubre) la retrata con gran precisión. Eso acabó abriendo la puerta al nombramiento político.