Columnas > THIAGO FERRER MORINI
Hacer campaña con Twitter en contra
El pasado domingo, una simple página con el membrete de Joseph R. Biden Jr. dio la vuelta al mundo: hasta fue la imagen de portada de EL PAÍS el día siguiente. El presidente de los Estados Unidos y candidato demócrata a la reelección renunciaba a su candidatura y daba un vuelco radical a la campaña electoral.
La carta abierta fue publicada por la cuenta personal de Biden en X, que un año después (cumplido esta semana) de ser rebautizada por su propietario, el oligarca tecnológico, Elon Musk, aún necesita para casi todo el mundo la etiqueta de "antes Twitter".
La decisión del equipo de Biden de llevar a X una de las noticias más relevantes de su vida muestra de qué manera la red social está todavía interiorizada entre políticos y periodistas como la plaza pública por antonomasia, cuando las cifras muestran claramente que los lectores se están yendo a otra parte. Y, aunque esta debería de tener primacía, ya no es una cuestión meramente práctica. Tras anunciarse el apoyo del presidente a su vicepresidenta, Kamala Harris, como candidata a su sucesión, Musk ha reiterado sus ataques a la candidata demócrata in pectore, por ejemplo, retuiteando un vídeo en el que Harris dice —a una audiencia de personas con deficiencia visual, aunque eso no aparece en las imágenes— "soy Kamala Harris, mi pronombre es "ella" y soy una mujer sentada en una mesa vistiendo un traje de chaqueta azul". "Imaginaos cuatro años de esto", escribía Musk, que recientemente ha apuntado que uno de los vectores de su giro ´ultra´ ha sido su rechazo a que su hija Vivian se identificase como trans.
Recordemos que está documentado que Musk se mueve para impulsar en X los contenidos que a él le interesan y esconder los otros. Horas después del anuncio de Biden, el analista de Meta Chris Skovron apuntó que X estaba limitando el ritmo de personas que empezaban a seguir a @kamalaHQ, la cuenta oficial del equipo electoral de la vicepresidenta.
Generalmente, el bloqueo de seguimientos es algo que se hace cuando alguien intenta seguir a muchas cuentas a la vez —para evitar el spam. El hecho de que, al menos durante unas horas, se haya impuesto en el sentido contrario es una señal como mínimo preocupante.
Máxime cuando, una semana antes, X empezó a incluir emojis personalizados (como en los grandes eventos, como los Mundiales o los Juegos Olímpicos) a los hashtag trumpistas #Trump2024 y #MAGA, sin nada parecido para la (entonces) candidatura de Biden.
La semana pasada, el Wall Street Journal afirmaba que Musk, sumándose a una creciente tendencia en Silicon Valley, contribuiría con alrededor de 45 millones de dólares a la semana a la campaña de Donald Trump. Esta semana, el dueño de X negaba la suma, pero sí confirmaba que había organizado un fondo para respaldar la maquinaria electoral republicana.
Un año después de su cambio de nombre, ya no hay ninguna duda: X sirve de correa de transmisión de las ideas que a Musk le interesan. Y la está orientando para competir con otras redes favorables a la extrema derecha, como Truth Social —participada por el propio Trump—con un plus que esas plataformas nunca han tenido ni tendrán: cuentas de participantes institucionales y personalidades progresistas a las que poder insultar sin tasa.
La pregunta aquí es por qué, sabiendo todo esto, las campañas políticas siguen considerando X un campo de juego válido para participar. Cuando sabes que el dueño está en tu contra, cuando sabes que las reglas pueden ser modificadas al capricho de una persona, cuando tienes que navegar entre toneladas de insultos —reales o electrónicamente elaborados— cada día, la inercia va dejando de ser una explicación plausible y solo va quedando el masoquismo.