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El guionista que quiere ser director

Andrés Manuel se asume el guionista de —por lo menos— el sexenio por venir. Y más allá

De parte de lo acontecido anoche se puede hablar en clave cinematográfica. La imagen en Palacio Nacional, donde se presentó un discurso con pinceladas de un ómnibus de reformas legislativas, hace recordar algo que sucedió en el cine mexicano, una disputa que acabó en ruptura.

Hace poco más de 15 años, Alejandro González Iñárritu y Guillermo Arriaga rompieron la productiva relación que le dio a México importantes premios internacionales. Con Amores Perros, entre otras, inauguraron un ciclo que puso al cine nacional en un lugar planetario que no ha abandonado.

El guionista que quiere ser director

Voy a apretar de forma injusta el motivo del pleito que provocó ese divorcio creativo. Se trató de una disputa entre dos creadores, donde uno (Arriaga) no estaba de acuerdo con ser visto solo como guionista. El proceso creativo era, alegaba él, de tal naturaleza que debía ser considerado director del filme.

El desenlace fue ruidoso. Pero sirve para plantear una cuestión. Ese que crea la partitura de la obra, qué tanto es quien determina de qué va la trama, cómo se cuenta el cuento, hasta dónde llega cada escena, cuándo se debe cambiar el rumbo, cómo finaliza la historia...

Este lunes en ese Palacio que en este sexenio fue cerrado a los ciudadanos —que no podrían, sino excepcionalmente, visitar el foro donde López Obrador hizo lo que él pretende que sea un magno anuncio constitucional—se presentó un guion que sueña con la inmortalidad de lo transexenal.

Andrés Manuel (no sé si le gustaría la forzada comparación al buen Arriaga) se asume el guionista de —por lo menos— el sexenio por venir. Y más allá. Y desveló su magna obra con todos presentes menos esa que Morena dice que es inevitable ganadora el 2 de junio y, por tanto, próxima directora.

No es un guion cualquiera, ni aquí el espacio para separar paja de trigo de ese megapaquete de leyes. De lo que no cabe duda, sin embargo, es de sus pretensiones. El autor del mismo quiere una megaproducción de época: no sin melodramatismo, emprende un último esfuerzo para colarse a la historia.

Tiene un tufo a pasado imposible de ocultar, El Retorno del Águila le llamaríamos, pero en una de esas hay problemas de copyright; y unas promesas de justicia social benévolas sin que se pueda adelantar que son ejecutables. Y, por supuesto, es una propuesta de ruptura absoluta.

Ya está el guion.

Y la eventual directora, que anda de aquí para allá, ella y algunos amigos de ella, recogiendo ideas y soluciones técnicas para su propia idea narrativa, de pronto tendrá que abrirse a un debate que no es otro sino cuánto la próxima directora, de ser de la misma casa productora, podrá cambiar al guion.

O, dicho de otra forma, ¿el guionista se impondrá de cabo a rabo y lejos de la mancuerna que, en papel invertido, proponía Arriaga a Iñárritu, será el mero mero de la película y todos los demás solo actores de reparto?

Aquella dupla cinematográfica ganó, entre otros reconocimientos, un Óscar por mejor banda sonora en Babel. En esa ocasión también estuvieron nominados a mejor director, mejor guión y mejor película. ¡Eran buenos! (Por separado siguen siéndolo).

Hasta aquí estiro una comparación que asumo no gustará a varios. Eso en la antesala de otra Babel, la que con distintas visiones y lenguas enfrentará a los mexicanos por el anuncio de AMLO. Otra vez.