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El ´baby blues´ de la democracia mexicana

En unas cuantas semanas en México pasa lo que en otro país toma, si acaso, lustros. Así fue junio, el mes de la democracia mexicana que tiene a todo mundo tratando de encontrar su sitio en el reacomodo, para algunos feliz, para otros dramático, tras el parto del día 2.

Cuando el reloj iba rumbo a la medianoche del día electoral, en una sola cosa hubo unanimidad. La enorme ventaja de la ganadora presidencial, y la de quienes le acompañaron en cientos de campañas, anticipaba jornadas de vértigo, nada de businnes as usual.

El ´baby blues´ de la democracia mexicana

El cambio de régimen tomó forma la noche del 2 cuando la autoridad electoral reveló que las proyecciones daban para atisbar un futuro por completo en manos de una sola ideología. Desde entonces, para desmayo de unos e ilusión de más, los días han sido de alta tensión.

La marcha triunfal de Claudia Sheinbaum ocurre entre la volatilidad financiera por el inminente mazazo a la Suprema Corte, coqueteos semanales del presidente de que, si se lo piden, cancela su retiro, patadas de ahogado de la oposición, prometedores, así sean iniciales, nombres cuasi meritocráticos en el gabinete, dudas sobre la economía ´postamlo´ y estertores de una opinión pública con crisis de personalidad.

Quien haya creído que la normalidad, cualquier cosa que eso sea en México en esta y en otras épocas, llegaría luego de la elección, quien hizo planes veraniegos descontando que un triunfo de Morena significaría una transición sosegada, no aprendió nada desde 2018.

Cuatro semanas después de los comicios lo único previsible es la inestabilidad, y los temores sobre cuán honda es la consciencia de Morena sobre los riesgos de montar el plan C en lomos de una legislatura desaforada de emoción por su contundente mayoría.

Estos días, cada evento sucede a otro dando pistas de lo que significa eso de cambio con continuidad, pero también sembrando dudas sobre el margen que Andrés Manuel está dispuesto a ceder frente a quien ha ganado con la friolera de 36 millones de votos en números redondos.

El epicentro de las turbulencias es, como desde hace tantos años en la política mexicana, Andrés Manuel López Obrador. El tabasqueño se ha tomado el triunfo de su movimiento a nombre propio y con ello relanza un cierre sexenal, donde no pocos temen que el abrazo a su sucesora sea sofocante.

Los prontos de Palacio Nacional activaron las dudas de los inversionistas, que revisaron su confianza en México apenas el presidente avisó que la mayoría legislativa sería usada en fast track para aprobar esa evisceración institucional llamada plan C.

Dicho de otra forma, el peso se depreció al escuchar no a la que llegará, sino la determinación del que ya se va por sacudir en su último mes de gobierno al Poder Judicial. Y si eso fue a las horas de la elección, el tono no variaría en las semanas siguientes.

López Obrador ha inaugurado un rito sexenal donde la transición no supone su ocaso mediático. Sin guardar ni la mínima cortesía ha marcado la pauta a su sucesora, anunciando él y no ella, las giras semanales que realizan, revelando las conversaciones que sostienen.

El estrés político tampoco ha bajado luego de la contienda que terminó hace un mes porque Andrés Manuel cambió de discurso con respecto a su eventual retiro público: hoy recarga el ambiente con nubarrones verbales donde advierte que estará no solo disponible, sino vigilante.

Flaco favor hace a quien ganó contundentemente cada etapa de la sucesión. Sheinbaum fue astuta y disciplinada, leal y metódica, representante de la quintaesencia para los de adentro y factor de beneficio de la duda para los de afuera. Y él le paga estrujándola.

El presidente no se puede o no se quiere contener. De seguir así provocará en la exjefa de gobierno un estigma que impedirá la totalidad del reconocimiento que Claudia se ha ganado por méritos propios. Con su sombra la demerita y provoca desasosiego.

Porque el trasfondo de la tensión de este mes no está compuesto por dudas con respecto a la virtual presidenta electa. Hasta ahora su capacidad está exenta de sospechas. Empero, dilatar el real traslado del mando perjudicará a Sheinbaum y hará que la tensión siga.

Ejemplos de lo anterior sobran. Con la temeridad que le caracteriza, por las mañanas el presidente sacude a los mercados y por la tarde la sucesora ha de esforzarse en mandar mensajes económicos tranquilizadores. Y con la reforma judicial, lo mismo pero exacerbado.

Quien será presidenta en octubre batalla para convencer de que la reforma judicial se hará de forma dialogada y como producto de una amplia discusión. Las señales de Palacio corren en el sentido de siempre, que hablen lo que quieran, pero ni una coma se moverá.

En medio de todo eso, la iniciativa privada se rompe un pie para fotografiarse todo sonrisas con la próxima mandataria al tiempo que compran todas las versiones que les dan de supuesta activación económica así no les expongan promesas y más promesas.

En los medios, por su parte, sobran los que aquí y allá demandan un singular cántico de mea culpa. Parte de la prensa aguarda reacomodos para marginar a críticos a fin de plegarse, como si la crítica tuviera que cambiar conforme al viento electoral.

Una cosa es que haya quien se creyó que desde las tribunas se podría hacer ganar o perder candidaturas, y una muy distinta que ahora resulte que tiene razón quien propone que los medios sean fundamentalmente música de acompañamiento de los triunfadores.

Eso también este mes. En la prensa se ajustan cuentas, y se revisan apuestas. Desde los medios mismos, y desde el poder en contra de las y los periodistas. En junio, el obradorismo exhibe más intolerancia hacia la crítica, más falta de límites en sus persecuciones.

Inaceptable como es, la utilización de la Unidad de Inteligencia Financiera (UIF) para hostigar críticos tiene algo de congruencia. A quién iban a auditar si no a periodistas y activistas en una época en que a criminales se les abraza. En un tiempo en que la oposición es irrelevante, más que por sus resultados, de suyo pobres, por su incapacidad de recomponerse.

Junio marca el mes del gran colapso de la oposición. No solo el frente ha perdido viabilidad, sino que cada partido cava una tumba: el PRD, la definitiva, el PAN planteando una regresión hacia la ultraderecha y el PRI descapitalizado, pues Morena ya no requerirá sus votos para ninguna reforma.

En un solo mes el menú político incluyó: inicio del desmantelamiento del Poder Judicial como se le conoce, dudas internacionales sobre el estado de derecho, desfondamiento de la oposición —queda como pálida incógnita si MC dará color—, e interrogantes sobre el futuro de la prensa y la sociedad civil, esos otros protagonistas del periodo que hizo posibles las alternancias.

Quien crea que en las siguientes semanas el calor político de este verano bajará, pasa por alto que la mayoría parió un mandato de cambio de régimen, y que el presidente hará todo lo posible para que los primeros pasos del mismo no sean titubeantes.

Habrá en las semanas por venir emoción y temor, gusto y preocupación, algunas voces sensatas y otras (demasiadas) que se engolosinen paladeando el poder de las urnas. Y un estrés permanente. Todo ello a la espera de que Sheinbaum tome por fin las riendas de la criatura.

No son ustedes los que se sienten así, es este nuevo mexican moment, histórico (esperemos que para bien), que se vive semana a semana.