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Después de la infidelidad
En mis más de cincuenta años de sacerdocio, como consejero y psicoterapeuta, he escuchado de todo, pero un tema recurrente es el de la infidelidad.
Muchos hombres y mujeres se dejan llevar por la lujuria y en un momento de locura se involucran sexualmente con algún compañero de trabajo, un conocido, o a veces con un desconocido. Empiezan a vivir una doble vida, escondiéndose y huyendo de su pareja y su matrimonio.
A veces llegan a pasar por desgarradores divorcios, e inevitablemente dañan a sus hijos en el camino. Otras veces tratan de aferrarse a su vida familiar aunque ya la hayan hecho pedazos, lloran y se desesperan por recuperar la confianza de su cónyuge, aunque eso es poco menos que imposible. Ellos dicen que fueron infieles por dejarse llevar por la adrenalina que les produce el hacer algo prohibido, que no pensaron en las consecuencias, que no recuerdan haber tomado la decisión de desgarrar su vida matrimonial por un momento furtivo de placer sexual.
En muchos casos es cierto que la primera vez que alguien es infiel es por accidente, tal vez habían tomado mucho, habían tenido una gran pelea con su pareja, estaban deprimidos, o simplemente se dejaron llevar por la emoción del momento y no supieron parar, pero también es cierto que hay personas más propensas a los “accidentes” que otras, y que a veces las personas propician las ocasiones para tener sus “accidentes”.
Después de la infidelidad queda un sentimiento de culpa, a veces el infractor confiesa su falta para poder sentirse mejor él mismo, sin considerar el daño que le hará a su pareja. Otros tratan de justificar su acción echándole la culpa al cónyuge, que si ya no les ponían atención, que si estaban demasiado dedicados a sus hijos, etc., etc..
Son pocos los que se dan cuenta del error que cometieron, lo ven como lo que fue, un accidente que no volverá a pasar, y deciden enmendar su error y comenzar una nueva vida con su pareja, esforzándose cada día por ser un mejor esposo(a) y un mejor padre que pueda servir de modelo a seguir para sus hijos.
Otro tipo de infidelidad es el romance extramarital, esto es más peligroso, pues el infiel está convencido que ha conocido a alguien maravilloso - lo cual es falso porque los seres maravillosos no se enredan con personas casadas - y se dejan llevar por la euforia de sentirse “enamorados” llevándose entre las patas toda una vida que han construido durante años, y hacen daño a
sus hijos y a veces hasta a sus nietos, pues muchas veces el objeto de su deseo es alguien 20, 30 o 40 años menor que ellos.
Generalmente sus nuevas parejas están llenas de problemas y ellos son los héroes que resuelven todas las situaciones, lo cual les levanta el ego y muchas veces los amarra a esa situación por más tiempo, pues se sienten indispensables. Lo cierto es que pronto esa emoción de “enamoramiento” acaba y ahí es cuando el infiel se da cuenta de todo lo que ha perdido y de todo el daño que ha hecho.
Es muy cierto aquello de que nadie sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido. Si alguien se siente incapaz de sentir o expresar amor por su cónyuge, no es una justificación para ser infiel, pues si hay problemas en la pareja segura- mente habrá más si se involucra a terceros en la relación.
La traición puede perdonarse pero es algo dificilísimo de olvidar. Tomemos el ejemplo de la Sagrada Familia, y que Jesús, María y José sean ejemplo de autoridad, fidelidad, obediencia y respeto en nuestra familia. Y recuerda lo que Jesús le dijo a aquella mujer adúltera: “Estás perdonada, vete y no peques más”.
Monseñor Juan Nicolau, Ph.D. STL, sacerdote jubilado de la Diócesis de Brownsville. Consejero profesional certificado por la Junta y terapeuta matrimonial y familiar con licencias.