Columnas > CARMEN MORA´N BREN~A
Déjennos soñar
México ha elegido a su primera presidenta y esta ha creado la primera Secretaría de la Mujer para su gobierno. El país tiene razones para estar esperanzado. El movimiento feminista reclama hace años a los mandatarios de todo el mundo que sitúen las políticas de igualdad en el mismo rango que las demás, o sea, que cuenten con una interlocución de tú a tú con sus pares en el Ejecutivo. Hace unos años algunos países empezaron a nombrar ministras de Igualdad y su camino no fue fácil, se las aplicaba una lupa que magnificaba cualquier mínimo defecto, la mayoría no entendía la necesidad de emplear recursos públicos en esos asuntos pudiendo ser atendidos desde una administración de segundo nivel. Tantas eran las críticas que al menor contratiempo, crisis económica o fallo se prescindía de aquella secretaría y todos contentos, así, en masculino plural. Algo va cambiando. Déjennos soñar.
Soñemos, ahora que estamos a tiempo, que la creación de una Secretaría de la Mujer no será minusvalorada por una presidenta; que pondrán ambas manos a la obra para que no haya un promedio de 10 mujeres asesinadas al día en el país; se aminoren, al menos, las violaciones, los abusos, las múltiples violencias, desapariciones y trata, el paternalismo y la discriminación familiar o laboral. El país ha contado en sus 200 años de independencia con 65 hombres en la presidencia y las estadísticas son criminales.
México, macho, machismo son palabras que caen hiladas a pesar de las aguerridas mujeres de ayer y de hoy que, con su activismo, su pensamiento y su sabiduría, han contribuido a ir poniendo las cosas en su sitio, es decir, en la modernidad y la justicia. Especial atención han prestado las mujeres a dictar nuevas leyes que cimenten la igualdad de la teoría a la práctica. Lo impulsaron las feministas desde fuera y desde dentro del Congreso, al punto que puede afirmarse que la legislación es de las más avanzadas de un planeta que aún muestra enormes puntos de sombra.
Pero la práctica es la asignatura más difícil, ni que decir tiene. Hay que empezar por cambiar las costumbres, aplicar las leyes y penalizar las conductas delictivas. De la casa a la calle y de ahí a los altos tribunales. Esa es la tarea que tiene pendiente México. Y no es la única. La presidenta, Claudia Sheinbaum, y su nueva secretaria de la Mujer, Citlalli Hernández, han prometido que las primeras en recibir las ayudas del sistema de cuidados para poder desempeñarse en su trabajo sin contratiempos serán las jornaleras del campo y las maquiladoras. El feminismo, como no puede ser de otra manera, aplaude una medida llamada a paliar cuanto antes las discriminaciones entre estas mujeres y otras más afortunadas. Y se conceden también la esperanza de que una mujer lleve las riendas por primera vez en el país. Sheinbaum ya creó una Secretaría de la Mujer cuando gobernaba en Ciudad de México y ahora ha repetido el gesto. Falta ver si estará bien dotada en atribuciones y presupuesto. Pero cabe pensar que un hombre no lo habría hecho. Déjennos soñar un rato.
México ha tenido 200 años para probar el poder masculino y todavía se preguntaba públicamente en los últimos meses si el país estaría preparado para que lo gobernara una mujer. Qué cosas. Le ocurrió a la candidata ganadora y a su adversaria, que también pasó por el escrutinio de la ciudadanía sobre si tenía o no suficiente formación para el cargo al que aspiraba. Como si los mandatarios que las han precedido hubieran sido los más cultos, honestos y democráticos del mundo, los que supieron dejar el país en su mejor momento. La todavía escasa presencia de la mujer en los más altos puestos políticos, cuando el mundo está lleno de mandatarios impresentables, bélicos, ineptos y corruptos, da la medida del machismo global. No se trata de capacidades ni méritos, como defienden algunos. Es mucho más sencillo: se trata de que los hombres siempre han buscado y ejercido el poder impidiendo a las mujeres pisar siquiera por su misma senda. Méritos, dicen. Capacidad. Pues México ha decidido probar el desempeño de una mujer. Si sale mal, el país tiene 200 años por delante para votar a otras 64 mujeres y seguir probando su capacidad y su mérito.