Columnas > ERNESTO SALAYANDIA GARCÍA
De adicto a adicto
Juventud en decadencia
Ernesto, me preguntan,
¿Por qué mi hijo se hizo adicto?
Antes de responder, me quedo pensando, pensando en mí.- ¿Por qué me hice adicto? ¿Si el adicto nace o se hace?, porque yo no podía parar, porque cada vez que me proponía dejar de tomar o de consumir, bastaba con que el mesero me tocara el hombro y me dijera.- ¿Lo de siempre don Ernesto?- y por supuesto que lo de siempre, tequila doble y una coronita y entonces, tengo que hablar de mí. Me di cuenta, después de muchos años, que tomaba tequila por tomar, no era, ni fue mi bebida predilecta, aun así, caí en la inercia de beber por beber.- Tequila doble en copa coñaquera y coronita, pa que amarre.- Esta es una enfermedad muy cruel, la negación reina en mí, no me doy cuenta de lo enfermo que estoy, a pesar de que después de una borrachera, se me olvida todo, no solo dónde dejé las llaves, sino el carro, con quien andaba, a quien le regalé dinero, que panchos hice, dónde devolví el estómago, como ofendí a mi esposa todo borracho, como fue la noche de anoche?
¿Dónde están las llaves, como llegué,
quien me trajo, qué hice anoche?
La enfermedad no distingue edad, ni sexo, ni posición social o nivel intelectual, agarra a todo el mundo por parejo, ahora como que está de moda, hay muchas mujeres borrachas, drogadictas y soberbias, bien decía mi abuela, si en un hombre se ve mal, en las mujeres peor, hay muchos chavitos, borrachos y drogadictos y a donde vayas están las bombas de tiempo, las amenazas reales para tus hijos. – ¿Por qué mi hija es una borracha?- La respuesta no está en mí, sino en el ejemplo de vida que le dieron sus padres. No hay cosa más triste que ver las lágrimas de una madre, sentir la impotencia porque su hijo, su hija, está atrapada en la adicción, ver la enfermedad en todo esplendor, los problemas de comunicación, la soberbia, los insultos, los chantajes emocionales, las actitudes nefastas, propias de los adictos, solo quien carga el muerto, sabe lo que pesa y convivir con un adicto, es vivir en el ojo del huracán, con el Jesús en la boca, no se sabe a qué horas se va a reventar, ni cómo va a reaccionar, hay que tratarlo con pincitas para que el ingrato no se vaya a resentir, lejos de que es muy incómodo, es un alto riesgo vivir con uno o más adictos. – Un adicto es un cáncer social.-