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CDMX: el insoportable costo de la verdad

Semanas y semanas de una cosa surreal en la capital del país, de cotidianas historias inverosímiles.

Surreal por la actuación del gobierno, ya que lo de los vecinos era muy real: su desamparo por parte de la autoridad

CDMX: el insoportable costo de la verdad

El sainete de la actuación de Morena en la Ciudad de México, en el caso del agua contaminada de la Benito Juárez, ha llegado a un clímax digno de grand finale: Martí Batres ha decidido que es más barato elevar el escándalo a revelar la verdad. Cómo será de hedionda ésta.

De parte de la administración capitalina, vecinas y vecinos de la Benito Juárez tuvieron completito el repertorio del desdén. Cuando denunciaron que del grifo salía pestilencia, les dijeron falsarios; cuando insistieron en que aquello hasta quemaba la piel, para desmentirlos hubo hasta quién hizo buches y tragó; pasados los días y multiplicados los reportes, es un compló, se tiró al suelo el mandatario.

Bien dicen que el agua siempre encuentra su cauce. Ésta, aunque tóxica, hizo lo propio: terminó por romper la caradura del Palacio del Ayuntamiento cuando todo México tomó partido por los afectados, que hasta fuego hacían sobre eso que debía servir para lavar trastos.

La paranoia como principio de atención ciudadana: si se queja, pero nunca ha votado por nosotros, no es queja, es trampa: no veo, no oigo y cuando hablo lo hago sin aceptar preguntas, decidieron en el gobierno que se quiso lavar las manos y dejar a su agua a los benitojuarenses.

En las escuelas de manejo de crisis, ahora que surgen escuelas para todo, harán una manual de cómo nunca proceder cuando la gente, literalmente, se queja de que no puede bañarse, ni limpiar, ni saciar la sed de Fido sin terminar todos pringados de algo parecido al queroseno.

Pero como la porquería no dejaba de salir a borbotones, magnánimos aceptaron repartir garrafones y tomar muestras para probar, cien-tí-fi-ca-men-te, que ellos, los mejores gobernantes de la ciudad desde que el centenario mito de Aztlán existe, son las víctimas, no los vecinos.

Semanas y semanas de una cosa surreal en la capital del país de cotidianas historias inverosímiles. Surreal por la actuación del gobierno, ya que lo de los vecinos era muy real: su desamparo por parte de la autoridad, y su remojo diario en un líquido no potable.

Ahogados en su ineficiencia, cuando les vino en gana decretaron, como no podía ser de otra manera, que el problema que nunca aceptaron en su verdadera magnitud había concluido, que todos podían bañarse salvo que fueran muy sensibles, en cuyo caso ya no era cosa del gobierno.

¿Y las muestras? Ah, y para qué quieren saber. Seguro pretenden hacer otro escándalo, un montaje con aviesos propósitos antiobradoristas, muestras es lo que sobra del pérfido proceder de vecinos desestabilizadores del gobierno del pueblo para el pueblo.

Las muestras se secarán en un sótano. En las catacumbas del movimiento que decreta una mañana sí y otra también que son más transparentes que el aire en tiempos de Carlos Fuentes, que su pecho no es bodega, que la vida pública debe ser pública salvo cuando el costo de la verdad es un lujo demasiado caro, en plena elección capitalina, un artículo mucho más costoso que el cinismo de decir que en tres años le dirán a México qué suciedad embadurnó la piel y el pelo de cientos de capitalinos durante la primavera de 2024.