Adiós, pisos turísticos

Adiós a los pisos turísticos. Primero fue Ada Colau quien redujo su crecimiento hiperbólico en Barcelona: seguía una motivación más bien social y de equilibrio urbano, quizá con exceso retórico. 

Hace poco el alcalde conservador de Palma de Mallorca siguió sus pasos contra la sobresaturación, consciente del malestar de los poderosos hoteleros baleares.

Adiós, pisos turísticos

Y ahora, de súbito, el alcalde socialista barcelonés, Jaume Collboni, lleva esta estrategia al límite: estos alquileres decaerán del todo, de muerte natural, por extinción de licencias, en 2028. 

La patronal, Apartur, ha rechinado; a nadie le gusta morirse. El Gremio hotelero se refocila en sordina y la ciudadanía reaccionará –se presume— más bien a favor.

¿Por qué? Porque el turismo es una bendición del cielo, pero el exceso de vivienda turística convierte rincones de la ciudad en infiernos: retuerce el paisaje, abruma por su concentración, desafía en competencia no siempre leal a la industria hotelera. Y, sobre todo, contribuye a la escalada de precios de la vivienda normal.

Los pisos turísticos no son la primera causa del problema del acceso a la vivienda, el drama de la gente joven: lo es la falta de oferta, pública y privada.

Pero está constatado que contribuyen a encarecerla. Desvían pisos de alquiler a largo plazo hacia esta modalidad más rentable para el propietario. 

Y se convierten en tótem de inversión –como la vivienda de temporada, otra asignatura pendiente— para compañías en ocasiones demasiado especuladoras.

La patronal sectorial aduce que solo supone el 0,77% del total de la vivienda: vale, pero sus altos precios arrastran a los propietarios tradicionales/familiares. 

Argumenta además que representan el 40% del alojamiento de la ciudad. Pues qué desastre: si tan poco puede generar tanto efecto negativo, hay que intervenir con más celeridad y contundencia para cambiar la estructura del sector.

El mejor argumento para esta actividad bastante aprovechategui, que diría Mariano, es que al desaparecer se perderá buena parte del turismo familiar a precio asequible. 

Probable: convendrá incentivar el intercambio que inició hace años Interhome; y que los hoteleros beneficiarios —ya encaramados a los precios estratosféricos— propongan alternativas viables. Siempre hay opciones contra los efectos colaterales negativos de decisiones sensatas.