El COVID-19 no frena el espectáculo en la ópera de Madrid
Con un presupuesto anual de 60 millones de euros (71 millones de dólares), el principal centro cultural del país reconoce que tiene capacidad para seguir adelante
MADRID.
Y eso es incluso antes de una escena del segundo acto de la ópera “Rusalka” de Antonín Dvorák, sobre una ninfa acuática que se enamora de un mortal, donde los miembros del elenco se besan y manosean en una orgía fingida y sin distanciamiento social.
Aunque muchas de las grandes óperas del mundo están cerradas, incluyendo la Metropolitan Opera en Nueva York, Covent Garden en Londres y La Scala en Miáan, acudir a una representación en el Teatro Real de Madrid casi puede hacerle olvidar el coronavirus.
Ubicado en una de las ciudades más golpeadas por el virus, el Teatro Real está haciendo un esfuerzo hercúleo para que el espectáculo continúe, invirtiendo en medidas de seguridad que le han permitido realizar representaciones, aunque con menos público, desde julio.
En marzo y abril, el aumento de los contagios llenó los hospitales de la capital española de pacientes de COVID-19. La situación mejoró durante el verano, pero la segunda ola volvió a golpear la ciudad y su extrarradio. Las autoridades parecen haber ganado la partida ahora, con las tasas de ocupación hospitalaria bajando de forma constante. A nivel nacional, el Ministerio de Sanidad ha registrado más de 1,54 millones de contagios y ha atribuido cerca de 42.300 decesos al virus.
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“El teatro y la cultura tienen que apostar por seguir abiertos en todo momento”, dijo el director general del Teatro Real, Ignacio García-Belenguer, a The Associated Press. “No se trata de remar contra corriente, ni de ser excepcionales... es que creemos que es lo que tenemos que hacer”.
Con un presupuesto anual de 60 millones de euros (71 millones de dólares), el principal centro cultural del país reconoce que tiene capacidad para seguir adelante.
Su financiación, compuesta por ayudas públicas, patrocinadores y venta de entradas, coloca al Teatro Real en una posición única para cubrir sus gastos, a diferencia de otras óperas, que suelen ser en su mayoría públicas o privadas, afirmó García-Belenguer. Las ayudas estatales por la pandemia también ayudarán, agregó.
Pero también influye la suerte de estar ubicado en una región que ha decidido adoptar un enfoque distinto contra el virus y aplicar menos restricciones y más localizadas, permitiendo que los bares, restaurantes y recintos culturales sigan abiertos con aforos reducidos.
La ópera estuvo cerrada los tres meses que duró el confinamiento de la primera ola, de marzo a mayo, pero los preparativos para su reapertura siguieron adelante. Implementó una serie de medidas que le permitieron representar con público “La Traviata”, de Giuseppe Verdi’, en julio. Desde entonces, por su escenario han pasado otras dos óperas, ballets y espectáculos de flamenco, y espera un calendario completo para 2021.
Todos los que entran al teatro pasan controles automáticos de temperatura realizados por máquinas. El desinfectante de manos abunda y se reparten mascarillas quirúrgicas a todos. Además, hay lámparas ultravioleta para desinfectar el teatro principal, los camerinos y las prendas, y se ha adaptado el aire acondicionado para asegurar un flujo de aire y una temperatura más saludables.
Para finales de año, la institución habrá invertido 1 millón de euros (1,2 millones de dólares) en medidas de seguridad, apuntó García-Belenguer.
“Siento que estoy en un milagro”, dijo la soprano lituana Asmik Grigorian, la estrella de “Rusalka”, una coproducción con compañías de Dresde, Bolonia, Barcelona y Valencia. Estas ciudades no podrán albergar representaciones de ópera en un tiempo.
“Siempre nos hacen pruebas, (y) con mascarillas, es realmente estricto en el teatro”, agregó Grigorian, quien vio como se cancelaba su debut en el Met, previsto para octubre de 2021, mientras que las representaciones en Berlín y otros lugares no están garantizadas.
“No tengo idea de a dónde iré después de Madrid”, añadió. “Si todo sigue aislado, me quedaré en Madrid”.
Ella y el director de “Rusalka”, Christof Loy, creen que Madrid está siendo pionera.
“Creo que los gobiernos se equivocan al cerrar los teatros”, dijo Loy. “La gente necesita música, necesita arte”.
Para García-Belenguer, la situación es similar a las medidas de seguridad, ahora universales, adoptadas tras el 11-S. La “nueva normalidad”, apuntó, exige “un despliegue para minimizar el riesgo sanitario cuando alguien viene a un teatro o entra en un avión”.
La clave para permanecer abierto durante la pandemia fue la decisión del Teatro Real de establecer un comité médico con especialistas de cinco hospitales de Madrid como asesores, dijo.
Fuera del escenario, las mascarillas son obligatorias para todos. El reparto, el coro y la orquesta pasan controles cada tres días, y el resto del personal tienen controles regulares. Los tramoyistas deben cubrir cuestionarios de salud todos los días.
Ha habido casos positivos aislados, pero en cada uno de ellos, el teatro dijo que actuó con rapidez y sometió a más de 50 personas que habían estado en contacto con el contagiado a pruebas de detección del virus.
Los alrededor de 1.000 espectadores que acuden a cada función — un 65% del aforo total — se dividen en 19 sectores con zonas de refrigerios y baños separados, y un pequeño ejército de acomodadores que se aseguran de que nadie deambule por las instalaciones.
“Es una maquinaria complejísima para intentar reducir al máximo el impacto”, dijo García-Belenguer.
Sabe que cualquier brote podría resultar embarazoso. El recuerdo de una función de “Un Ballo in Maschera”, de Verdi, en septiembre sigue vivo. El espectáculo se interrumpió y acabó cancelándose cuando los espectadores en las butacas más baratas protestaron ruidosamente porque estaban apiñados, mientras que los que tenían los boletos más caros tenían más espacio.
El recinto cumplía con las regulaciones en aquel momento, pero desde entonces, la separación de un asiento entre cada dos es la norma.