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Vicisitudes bajo el agua

Con miles de inmersiones por todo el globo a cuestas, el buzo mexicano Iván Salazar se considera sencillamente afortunado, pues confiesa: "Si me sigo metiendo a bucear al río de Las Estacas, me sigue gustando"

CIUDAD DE MÉXICO

Vicisitudes bajo el agua

Esto, aún cuando lo que el también director general de Mare Nostrum Expediciones ha vivido desde el fondo marino en algunas de las regiones más singulares, alejadas y hasta extremas del planeta -a donde muchas personas jamás irán en su vida-, dista mucho de ser común u ordinario. Como en la vieja fisura de Silfra, en el Lago de Thingvallavatn del Parque Nacional Thingvellir, en Islandia, donde los buzos que se sumergen en la helada agua de glaciar pueden tocar Europa con una mano y América con la otra. Al menos geológicamente, pues está en el borde divergente entre las placas tectónicas de Norteamérica y Eurasia.

"Es una buceada muy simbólica en ese sentido: estás tocando dos continentes al mismo tiempo, buceando en medio en agua helada. Y nosotros lo hemos hecho en pleno invierno; esto significa que te estás equipando entre la nieve a -5 o -6 grados, y te metes al agua que está a 2 grados y la sientes calientita. No te quieres salir", relata Salazar. Una de las muchas perlas del buceo, cuya experiencia puede ser tan peculiar como el ambiente mismo en donde se realice, pues no es igual meterse en río, laguna o en el mar, que en aguas frías o entornos con obstáculos que impiden salir a la superficie en caso de requerirlo -cenotes, cuevas, barcos hundidos, bajo hielo-.

Cada uno de estos ambientes, remarca el buzo, te impone reglas, protocolos y entrenamientos distintos. Salazar lo ilustra con el buceo en atolón, aquellos arrecifes coralinos de forma anular y con una laguna interior que comunica con el mar a través de pasos estrechos, que pueden convertirse en verdaderos cuellos de botella, con el agua corriendo del océano hacia la laguna o viceversa a una velocidad lo mismo espeluznante o apasionante, "dependiendo de si sabes a lo que vas". "Si te metes ahí sin saber qué es lo que va a ocurrir, entonces puede ser el fin del juego, porque en una hora puedes derivar 10 kilómetros, y cuando salgas de tu buceo, pues la lancha no te va a encontrar y te quedas perdido en medio del océano. Eso es espeluznante, no se lo deseo a nadie", expresa.

"Pero esa misma buceada, exactamente esa misma buceada, sabiendo lo que va a ocurrir y tomando los procedimientos y protocolos adecuados, se convierte en una película maravillosa porque vas viendo pasar todo el escenario frente a ti, mientras vas buceando probablemente con un carrete que lleva una boya en la superficie, y la lancha te va siguiendo". La experiencia de tu vida o una pesadilla, pondera el buzo, quien celebra que a lo largo de tantos años realizando expediciones submarinas o por tierra con cientos o miles de acompañantes, jamás han sufrido un incidente serio que lamentar. Aunque no por ello ha estado exento de riesgos y situaciones complicadísimas, como hace 10 años en una expedición en Raja Ampat, un archipiélago en Indonesia, cuando él, varios buzos y toda una tripulación se convirtieron en náufragos luego de que el barco de madera que habían rentado chocara de madrugada contra unos corales. "Materialmente nos hundimos, y fue toda una aventura volver. Éramos 18 buzos y 22 tripulantes; 40 personas que nos convertimos en náufragos en medio de un laberinto de islas que está en aquella zona. Nos costó mucho trabajo regresar, pero afortunadamente nadie salió lastimado. "Perdimos hasta la ropa interior, por así decirlo; perdimos absolutamente todo: pasaportes, equipos, todo. El barco se hundió, y regresar de Indonesia sin documentos, sin pasaportes, sin dinero ni demás fue todo un tema", admite. Un pasaje que no tenía precisamente presente, sino hasta hace unos pocos días, cuando se cumplió el décimo aniversario de tal vicisitud, y recibió algunos correos de personas que fueron parte de ello, celebrando aquel "renacimiento".

UNA GUÍA HACIA LO INACCESIBLE

La mayor parte de estas aventuras han tenido lugar de la mano de Mare Nostrum Expediciones, la empresa familiar que el buzo Iván Salazar cofundó y actualmente dirige, dedicada a la organización de expediciones y de experiencias de contacto con la naturaleza en ambientes que requieren cierto tipo de logística especializada. Por un lado, el ir a bucear a regiones como la Isla Cocos o las Galápagos para apreciar grandes escuelas de tiburones; admirar de cerca al gran tiburón blanco en la Isla Guadalupe, o sumergirse entre miles de especies en el triángulo de la biodiversidad, en Indonesia y Filipinas; así como en Palau, Polinesia Francesa, Fiji y Micronesia. Pero también recorridos terrestres para conocer culturas, ciudades y ecosistemas. Lo mismo a un glaciar en Nueva Zelanda o alguna región de la selva Amazónica, que diversos hábitats para ver osos polares, belugas, gorilas de montaña, auroras boreales, glaciares, géisers, trineos de perros, entre otros. "Organizamos ese tipo de experiencias vivenciales que te permitan acercarte a ciertos entornos, especies, fenómenos naturales, y entender esos procesos; involucrarnos un poco con el estatus de la conservación de ese ecosistema, de esas culturas, de esas especies", detalla el buzo y fotógrafo de naturaleza y submarino. Proyectos no masivos, sino para un puñado de entre 10 y 12 personas, y que no son precisamente económicos, acepta Salazar, pero que suelen anunciar con hasta dos años de anticipación, con lo cual los interesados pueden ir ahorrando y también adquiriendo el entrenamiento que tal experiencia pueda requerir. Además de lo submarino y lo terrestre, una línea más en la que han incursionado -y a la que últimamente han dado mucho impulso ante la parálisis global que ha ocasionado la pandemia de Covid-19-, es a Imágenes Mare Nostrum, con el objetivo de mostrar la belleza de esos ambientes que no son accesibles para todo el mundo. "Dentro de todo el ámbito de imágenes que colectamos, son fotos que tienen un valor estético importante. Sabemos que la fotografía de naturaleza a veces no se cataloga como fotografía artística; sin embargo, nosotros pensamos que la naturaleza en sí es el concepto máximo de belleza. "Y tratamos de plasmarlo en una serie de imágenes muy bien revisadas para gente que quiera mostrar esto en sus oficinas o en alguna galería. Hemos participado en algunas exposiciones", destaca el buzo.

DE LO INFORMÁTICO A LO NATURAL

La pasión de Iván Salazar por la naturaleza y el buceo es prácticamente una herencia de familia. No nada más porque sus padres, convencidos del valor educativo de los Scouts de México, lo mandaron a campamentos desde que tenía 5 años -y a los 16 ya estaba a cargo de su propio grupo de niños como líder-, sino porque su papá, Franz Salazar Granado, buceaba de joven y plantó tal semilla tanto en Iván como en sus hermanos Franz y Alejandro, que se convirtieron en instructores de buceo. Aunque ya había buceado, fue hasta 1976 que Iván tomó su primer curso formal en la CDMX. "Y desde ahí no he dejado el visor", subraya el buzo, quien fue progresando hasta certificarse como instructor en 1990. Por ese entonces, el buceo no era sino un hobby para él, pues en realidad se dedicaba a los Sistemas de Computación Administrativa, carrera que estudió en el Tec de Monterrey.

"Yo y mi hermano (Alejandro, que es geógrafo) empezamos una doble labor, es decir, cada uno tenía su trabajo, pero al finalizar la jornada nos cambiábamos la cachucha y empezábamos a dar cursos de buceo. "Paulatinamente, empezamos a organizar expediciones cada vez de mayor duración y cada vez más lejos de los lugares típicos a los que normalmente íbamos", recuerda. El momento definitorio en sus carreras fue en 1995, cuando, decididos a hacer algo en la industria nacional del buceo, detectaron que no existía ninguna revista especializada en el País. "Entonces creamos la revista Espacio Profundo, y eso nos abrió todo un mundo de contactos a nivel nacional e internacional, porque ciertamente llenamos un hueco que era el de la información en español", sostiene Iván, sobre la publicación que durante muchos años circuló de forma impresa y actualmente es digital.

Las posibilidades de expedición -cuyos avatares nutrían el proyecto editorial- se ampliaron considerablemente conforme los hermanos Salazar establecían nuevos contactos con barcos especializados en buceo, hasta que finalmente crearon Mare Nostrum Expediciones, y, posteriormente, Adictos a la naturaleza, que es desde donde gestionan las expediciones terrestres. EN PRO DE LA CONSERVACIÓN Todo este trabajo, realizado durante los últimos 30 años, ha llevado a Iván Salazar a verdaderos sitios paradisíacos donde en una misma buceada puedes estar viendo una escuela de tiburones martillo, ballenas jorobadas, delfines y hasta mantarrayas de 5 o 6 metros de envergadura. Lugares como la Isla San Benedicto, parte de las islas Revillagigedo en Colima, donde hay una de las conocidas como "estaciones de limpieza", donde mantarrayas y otras especies grandes se acercan para que pequeños peces les quiten parásitos de la piel y demás.

Esto suele atraer a buzos de todo el mundo, pero también a las flotas pesqueras ilegales que arrasan indiscriminadamente con la fauna marina, lamenta el director de Mare Nostrum. Es ahí donde Salazar encuentra uno de los valores más importantes de este deporte: su aporte a la conservación: "Si todas las semanas hay uno o dos barcos de buceadores en la zona, las flotas pesqueras ilegales se mantienen a la distancia porque, obviamente, no quieren que los descubran, que los filmes, los denuncies y demás. "En el momento que deja de haber grupos de buceo y barcos de buceo, las flotas pesqueras hacen de las suyas y arrasan con cientos o miles de tiburones en una sola jornada", precisa. Esto resulta particularmente valioso en un país como México, cuya rica biodiversidad es por todos conocida, pero carece tanto de presupuesto como de un proyecto exitoso de protección. "Los recursos de la Secretaría de Marina y demás no alcanzan para estar patrullando esa zona; no es prioridad.

Entonces, los barcos de buceo deportivo ayudan", reitera Salazar. Aunado a esto, los buzos también suelen colaborar con biólogos marinos, compartiéndoles algunas de las imágenes que llegan a capturar, o llevándolos mar adentro, donde realizan sus programas de etiquetado de tiburones para trazar rutas de migración. "Con eso, los biólogos pueden hacer recomendaciones sobre las vedas; cuándo establecerlas o en dónde no permitir ningún tipo de pesca para crear lo que se llaman corredores biológicos", subraya Salazar. "Esto significa que a lo mejor un país hace todo un esfuerzo por proteger al tiburón ballena o tiburón toro, pero éste no se queda ahí todo el tiempo; pasa y permanece, pero migra a lo mejor a un país sin las mismas leyes de protección. Ahí lo agarran, le cortan la aleta y lo matan. Si sabemos cómo se están desplazando las diferentes especies, bueno, se pueden hacer esfuerzos internacionales para protegerlas".

Alguna vez, rememora, navegaban por las Galápagos, y la zona donde harían la inmersión estaba repleta de palangres -líneas de cientos o miles de metros de las que penden ramales con anzuelos- pese a que la pesca estaba prohibida ahí. Entonces, todos los buzos, a invitación del Capitán, se sumaron al esfuerzo de retirarlos. Todo ese equipo recuperado -redes, anzuelos, radioboyas y demás-, en el mercado puede valer entre 80 mil y 100 mil dólares, apunta Salazar. "Obviamente, a los pescadores ilegales no les gustó eso. Entonces, en cuanto supieron que en ese barco donde íbamos nosotros había todo ese equipo que el Capitán decidió recoger, se acercaron con rifles. Porque no son almas de la caridad, son verdaderos truhanes. "Afortunadamente no pasó a mayores. Se dieron la vuelta los pescadores, asumieron su pérdida, y después se reportó en las capitanías de puertos", continúa el buzo. "Eso, desafortunadamente, ocurre todo el tiempo.

Todo el tiempo estás en esa batalla entre la conservación y la pesca indiscriminada". Y lo mismo en tierra, donde la caza furtiva merma poblaciones de especies como gorilas o rinocerontes. Para lo que las expediciones ecoturísticas también pueden contribuir a fomentar su protección. "Estamos convencidos que eso ayuda a las comunidades que están en el sitio, pues con la derrama económica que se genera por la visita de grupos como los de nosotros, esas personas encuentran en la protección de las especies una mayor retribución que se contrapone a la tendencia de la caza furtiva o del tráfico de especies. "Pensamos que la derrama económica que se hace en las comunidades permite que la gente de la comunidad haga el esfuerzo por preservar ese hábitat y esas especies", reitera.

No obstante, Salazar es consciente de las condiciones de extrema pobreza por las que, en algunos casos, los pobladores prefieren continuar con las actividades ilegales para hacerse de mayores recursos, a esperar aquel porcentaje que les correspondería por parte del ecoturismo. "No podemos hacer, como buzos recreativos y expedicionarios, más que estar alertas y tratar de mostrar la parte bella del asunto que todavía hay para evitar que se pierda", concluye.



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