En defensa de la ´subpoesía´ de Angela Marinescu
Inventora de su propio género literario, la poeta rumana es una de las voces más influyentes de las últimas décadas en su lengua y cuenta con una legión de seguidoras
Quien no conoce a Angela Marinescu a cualquier santa le reza. No lo digo yo, lo dicen las feligresas de la subpoesía, un género literario inventado por la mismísima Marinescu, icónica poeta rumana, y tal vez una de las más influyentes de las últimas décadas en su lengua. Porque son muchas sus seguidoras, sí, sus fieles lectoras; son muchas las adoradoras de sus alaridos —así lo declara en un poema: "el grito es una técnica / de amor / hacia el otro"—, de sus imágenes desquiciadas —pues "la locura es el único instrumento que cambia el mundo"—, de su imaginario político, combativo, fascinantemente terco —como cuando dice que "la guerra es el poeta, introducido como un recto lleno de sangre en los manuales"—, o de sus guiños meta-meta-metaliterarios —¡ah!, "fui una muchacha NO de Enrique Vila-Matas"—.
Me explicaré mejor: Marinescu es para las lectoras de poesía rumanas un mito equiparable al de Alejandra Pizarnik, al de Joyce Mansour, al de Forugh Farrojzad e incluso al de Alda Merini, autoras todas, a su tan diferente manera, de una escritura compleja pero tentadora, de exigente lenguaje, capaz de convertir sentimientos muy oscuros en destellos de fe y en himnos para la vida. Angela Marinescu, que falleció hace apenas unos meses, a los 82 años, se reconocía ajena a la genealogía que yo vengo de trazarle. Como explica la profesora Ruxandra Cesereanu, a Marinescu le daba reparo reflejarse en firmas con las que por temática y por estilo los críticos la emparentaban. Aunque algunos dijeran que era la Anne Sexton rumana, ella prefería dejar de lado a esas posibles célebres antepasadas para relacionarse con autoras más jóvenes de su país, pues era la sangre nueva lo que le daba ganas de vivir, lo que la mantuvo joven y activa incluso durante un cáncer, escribiendo y escribiendo sin parar, hasta el inevitable final de sus días. He ahí el motivo por el que en Rumania la veneraron generación tras generación. Marinescu era una maestra que convivía con sus discípulas, que escribía a su lado, codo con codo, que las leía para no perder ni el lenguaje ni la frescura de ese presente del que no quería bajarse.
Este amor hacia los ritmos nuevos, este constante rejuvenecimiento de su lírica puede intuirse Me como los versos, una antología de su poesía, seleccionada, traducida y prologada por Corina Oproae, que ha visto la luz, tanto en catalán como en castellano, para que el furor por su obra pueda extenderse hasta nuestras tierras. Me como los versos reúne textos pertenecientes a libros publicados originalmente entre el año 2000 y 2021. Con el paso del tiempo, pareciera que cada libro de Marinescu tuviese mayor carga de insaciabilidad. No en vano, ella se comía los versos. Lo hizo a sabiendas de que la literatura tiene carne. De que las palabras se saborean. De que leer es como intercambiar fluidos texto-boca, texto-sexo, texto-corazón. Hay en el germen de su subpoesía una carnalidad que remite al surrealismo, una reivindicación de lo marginal como la de la antipoesía, un erotismo más sádico que místico, pero que no riñe ni con la filosofía, ni con la espiritualidad: "Quiero entrar en el reino de los cielos / para que ya no haya cielo". Entonces qué, ¿le rezamos?