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‘Nosferatu’, un siglo de vampiros y ocultismo

Hace cien años el productor y experto en esoterismo Albin Grau y el director F. W. Murnau crearon una obra maestra repleta de símbolos que estuvo a punto de desaparecer

Friedrich Wilhelm Murnau vivió solo 42 años. De sus 21 películas, han sobrevivido 12. En una época, la del salto de cine mudo al sonoro, en la que reinaban los directores prolíficos y los trabajos industriales (ahí están las más de 100 películas de John Ford), Murnau rodó poco, y un tercio de su filmografía se ha desvanecido en el tiempo. Sin embargo, aún hoy es uno de los cineastas más importantes de la historia, exponente máximo del expresionismo, un creador cuya vida y carrera fue cercenada en un accidente de coche. Incluso su mejor filme, Nosferatu (1922), un clásico que ahora cumple un siglo, estuvo a punto de desaparecer cuando los productores perdieron el juicio por plagio contra la viuda de Bram Stoker, el escritor de Drácula, novela que inspiró en demasía a la película de Murnau.

Una imagen de ‘Nosferatu’.‘Nosferatu’, un siglo de vampiros y ocultismo

¿Qué tienen Nosferatu y Murnau para fascinar todavía? Primero, que siendo un enorme exponente del expresionismo alemán, el filme anuncia otros caminos. Murnau, a lo largo de su carrera, fue un innovador. Encargó uno de los primeros storyboards de la historia para Las finanzas del gran duque (1924), puso la cámara en un carro de bebé y así inventó la máquina dolly para El último (1924), su película más arriesgada, un trabajo excelso que le proporcionó el pasaporte a Hollywood. Lotte Eisner, la maestra de los críticos alemanes y estudiosa de la obra de su compatriota, apunta: “El desdoblamiento demoníaco aparece en muchas películas alemanas [...]. El vampiro Nosferatu, amor de un castillo feudal, quiere comprar una casa a un agente inmobiliario que también está imbuido de diabolismo [...]. El lado demoníaco del individuo conlleva siempre un contrapunto burgués. En el mundo ambiguo del cine alemán nadie está seguro de su identidad, y además puede perderla en el camino”. Murnau mismo llevó una doble vida como homosexual en una época de absurdos criterios morales; más aún, se llamaba Friedrich Wilhelm Plumpe: el apellido Murnau se lo puso en 1911 para romper con su padre, que rechazaba sus aspiraciones artísticas y su sexualidad. Manuel Lamarca Rosales, en su biografía de Murnau (ediciones Cátedra), recuerda que desde Tahití, donde rodaba su última película, Tabú (1931), le escribió a su madre: “Me encuentro en casa cuando estoy en ningún lugar y en ningún país”.

Con todo, Murnau no es Nosferatu, afirman todos los expertos en su carrera. Eggers apunta claramente a que el gran urdidor de la película fue el productor Albin Grau, liderazgo que subraya el restaurador Luciano Berriatúa, que en 2006 acometió la fascinante labor de devolver a Nosferatu a su estado original, incluido su tintado en color, y que tres años después publicó un excepcional y pormenorizado estudio del filme junto a la edición en DVD. “Grau fue quien encargó el guion, quien contrató al ya reputado Murnau por cómo construía atmósferas, usando el clima para reflejar el estado emocional de los personajes, incluso quien diseñó los escenarios y posteriormente los carteles y los anuncios de su lanzamiento, toda la publicidad en general. Además, Grau creía en el ocultismo, motor narrativo fundamental en Nosferatu”, explica el director de El hombre del norte. Murnau, sostiene Lamarca, aporta la atmósfera, el uso en algunos momentos de la cámara rápida, la animación fotograma a fotograma para algunos efectos y la proyección de negativo directamente a cámara (así logra una carroza negra en un bosque blanquecino). Berriatúa reflexiona en su libro: “Supera las puestas en escena teatrales del cine de la época, gracias a la aplicación de recursos pictóricos [...] con imágenes realistas”. Y yendo a rodar a escenarios naturales.



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