La sombra de Stravinski cobra vida propia
Sony reedita las grabaciones completas de Robert Craft en el centenario de su nacimiento, una colección pionera y poseedora de un extraordinario valor documental
Después de cuatro años de correspondencia entre ambos, Robert Craft logró conocer personalmente a su ídolo, que le abrió de par en par las puertas de su intimidad, por lo que acabó convirtiéndose en lo más parecido a la sombra de Igor Stravinski: hablaba por él, escribía por él, dirigía por él, quizá pensaba incluso por él. Fue su amanuense, su secretario, su portavoz, su médium, su escudero, el celoso guardián de su privacidad y, con una convicción y un entusiasmo sinceros, también el intérprete presuntamente más autorizado de su música, el único con acceso ilimitado a las interioridades del maestro. Craft, que murió en 2015 en Florida, muy lejos de su Nueva York natal, sobrevivió más de 40 años a su padre putativo, su protector, su doppelgänger.
El 5 de julio de 1950, de nuevo tras un previo intercambio de cartas, Craft llamaba al timbre de la casa de Arnold Schönberg, vecino de Igor Stravinski durante 11 años en Los Ángeles, aunque contamos con tan poca constancia de una posible relación entre ellos como de la, al parecer, asimismo inexistente entre Beethoven y Schubert en la Viena de comienzos del siglo XIX. Al autor de Moses und Aron le quedaban entonces tan solo un año y una semana de vida. El maestro y el aprendiz oyeron juntos una grabación de Pierrot lunaire, su ciclo de canciones sobre "tres veces siete poemas de Albert Giraud" y Craft recordó luego "la intensidad del hombre y su poder de concentración mientras escuchaba la música" y cómo esto "cargó el ambiente hasta un extremo casi insoportable". También confiesa que por entonces él lo "veneraba más que a nadie en el mundo": sí, por encima incluso de Stravinski, con quien ya vivía y a quien consideraba parte de su "familia". Este joven lleno de talento y ambición nacido en el Nuevo Mundo había logrado abrirse camino hasta los dos grandes tótems de la modernidad musical europea: uno, un superviviente de la vieja Rusia y un virtuoso de la reinvención, el transformismo y la ventriloquía; el otro, un judío exiliado de la vieja Viena, férreamente fiel a sus principios y convencido hasta el último día de su destino mesiánico.
En la época dorada del disco, cuando había medios, dinero y voluntad para que los mejores músicos pudieran legar al mundo documentos imperecederos que recogieran fielmente sus interpretaciones, el siempre astuto Craft constató que la música que más le interesaba, la que tenía como puntas de lanza justamente a Igor Stravinski y Arnold Schönberg, era la que nadie grababa. Resuelto como era, y con el estrecho vínculo que lo unía a Stravinski a modo de llave maestra que podía abrirle cualquier puerta, Craft empezó a comienzos de los años cincuenta a grabar en estudio (en muchos casos, como auténticas primicias), sistemáticamente, las composiciones de Schönberg y de su discípulo Anton Webern, el maestro de la concisión extrema y el inspirador directo de los cultivadores del serialismo integral, la corriente vanguardista entonces más en boga. Años después, Craft recalaría también en las obras más expansivas y menos crípticas de Alban Berg, el otro gran vástago del árbol schönberguiano, del que pueden escucharse aquí, entre otras, magníficas versiones de las Tres Piezas para Orquesta, el Concierto de cámara o los tres movimientos orquestados de la Suite lírica.
Como Stravinski mantenía una asidua relación con el sello Columbia, y Craft tuvo un papel esencial en las grabaciones cuya dirección se atribuye nominalmente al compositor ruso (realizando los ensayos previos o, incluso, empuñando él mismo la batuta en el estudio, invisible para los futuros oyentes), fue también ahí donde fue publicando sus constantes incursiones en un repertorio que, si no daba dinero, sí proporcionaba un innegable prestigio. En muchos casos, sobre todo en las piezas camerísticas o para conjuntos de pequeñas dimensiones, Craft se valía de músicos de estudio, pagados por horas, muy abundantes tanto en Nueva York como en Los Ángeles, donde siempre hacían falta buenos instrumentistas para grabar bandas sonoras. Y se puso al frente, por supuesto, de la Orquesta Sinfónica Columbia, creada exclusivamente para proyectos discográficos, y que dirigieron grandes nombres como Bruno Walter, Thomas Beecham y el propio Stravinski.