La polémica leyenda de Stan Lee, creador de Hulk y de los X-Men, cumple un siglo
El escritor y editor, nacido hace 100 años, fue cocreador de los superhéroes más célebres de Marvel y los llevó hasta el estrellato. Millones de fans celebran su mito, pero hay quien cuestiona su biografía y méritos
El origen de Spiderman se ha contado mil veces. Siempre sale una araña radiactiva. Nunca, sin embargo, se menciona Rumania. A su noreste, en concreto. Pese a que justo ahí, de alguna forma, empezó la historia de Peter Parker. Así como la de Hulk, Los Cuatro Fantásticos, Iron Man o los X-Men. En la pequeña ciudad de Hu?i se crio Celia Solomon. En la cercana localidad de Boto?ani vivía Jack Lieber. Ambos terminaron huyendo a EE UU, donde se conocieron. Y el 28 de diciembre de 1922 su modesto apartamento en el 777 de la West End Avenue de Nueva York dio la bienvenida a un tercer inquilino, recién nacido: Stanley Martin Lieber. O, como le conoce todo el planeta, Stan Lee.
Talento. Ego. Dinero. Idolatría. Envidia. Y algo de odio. Los ingredientes perfectos para forjar una leyenda. Con elementos reales, eso sí, y otros más dudosos. O, incluso, ficticios. Ni siquiera su fallecimiento, a los 95 años, el 12 de noviembre de 2018, ha acallado el debate sobre Stan Lee. Al revés, continúa y se polariza. Y más ahora que la editorial Panini rescata en España los primeros números de las series más célebres, justo los más controvertidos, bajo el epígrafe de Biblioteca Marvel. Pasan los años, pero no los contrastes: las raíces rumanas siguen siendo uno de los pocos hechos indiscutibles de la biografía de Stan Lee.
“Su historia es el lugar al que va a morir la verdad objetiva”, escribe el periodista Abraham Riesman en Verdadero creyente. Auge y caída de Stan Lee (Es Pop), quizás la biografía que más ha explorado las sombras del personaje. “Un hombre de contradicciones sobrehumanas”, apunta La asombrosa vida de Stan Lee, de Danny Fingeroth (Dolmen), exguionista y editor de Marvel, un relato que persigue una visión equilibrada del símbolo.
Aunque el lector que quiera bucear más en el asunto tiene ante sí un océano de libros: de su principal biografía autorizada, Excelsior (Atria Books), que el propio Lee cofirma con George Mair, a Asombroso, fantástico, increíble. Unas memorias maravillosas (Planeta), novela gráfica de Peter David y Colleen Doran, cuyo título sugiere por dónde van los tiros; pasando por una de las primeras indagaciones profundas, Stan Lee and the Rise and the Fall of the American Comic Book (Chicago Review Press), de Tom Spurgeon y Jordan Raphael. La lista se antoja mucho más amplia, y es presumible que se alargue a raíz del centenario del autor.
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Tamaña ocasión sirve para celebrar, desde luego, los logros innegables de Stan Lee. “Hizo llegar los cómics de Marvel al mundo. Nunca habrían despegado sin él, su capacidad para juntar talentos y conectar con los lectores. Quizás ni la propia industria del tebeo en sí habría emergido de los sesenta”, defiende Riesman por videollamada. “Le debemos la pervivencia del cómic de superhéroes como es hoy”, agrega David Macho, agente de historietistas, que trabaja a ambos lados del charco y coincidió en tres ocasiones con Lee. “Lo elevó de producto de consumo rápido a obra de arte”, insiste Alejandro Martínez, editor de Panini.
Quien colaboró con él suele destacar su enorme amabilidad y su entusiasmo creativo. “Incluso los que le criticaron para mi libro nunca le repudiaron”, explica Riesman. Los arranques de Lee imitando cómo debía pegarle Thor a su contrincante o subiéndose a una mesa para interpretar la viñeta que imaginaba pertenecen a la parte verídica de la leyenda. “Era un motivador de la leche”, resume Macho.
Pero hay mucho más: cualquiera le reconoce un esfuerzo de promoción superheroico. A fuerza de recorrer universidades de todo EE UU, consiguió ganarse a los estudiantes y fidelizarlos. Y, todavía hoy, bien podría dar una clase magistral a tantas empresas que buscan enganchar al público joven. “Cuando preguntaba a gente que había crecido leyendo a Marvel qué le hacía volver una y otra vez, la respuesta más común era: ‘La página de las cartas”, explica Riesman. Ahí, Lee respondía personalmente a los seguidores, hasta crear la sensación de una gran “familia”, como escribe Fingeroth. “Adoraba a los fans igual que ellos a él”, tercia Macho.
Y luego, o sobre todo, están las ideas. Porque Lee fue vendedor y directivo pero, especialmente al comienzo de su carrera, también escribía. “Él tuvo la visión de que los superhéroes fueran reales, con fallos y debilidades. Y también que vivieran en el mundo real, en Manhattan o Chicago”, resume Martínez. Lo cual llevó a otra intuición que hoy explota a fondo también el cine de Marvel: si Iron Man vuela por Nueva York, tarde o temprano Spiderman tendrá que verle. Los encuentros entre tipos disfrazados estaban servidos. Menudo orgullo sería, para su padre creativo, ver a sus hijos todos juntos en alguna viñeta.
Porque también es indudable que Lee contribuyó a crear en los años sesenta Los Cuatro Fantásticos, Hulk, Ant-Man, Spiderman, Thor, Los Vengadores, la Patrulla X o Pantera Negra. Aquí, sin embargo, empiezan los problemas. Y las discrepancias. Él siempre defendió que todos salieron de su mente. Y que una idea pertenece al primero que la concibe. Pero Kirby y Ditko, también fallecidos, opinaron lo contrario: Lee apenas les dio pistas o ni eso. Y, en todo caso, el que dibuja al personaje, elabora el rumbo de la historia y lo plasma en la página es, cuando menos, otro progenitor. “Kirby hizo mucho más de lo que se le atribuyó originalmente. Hasta 1999 los materiales de Marvel citaban a Lee como único creador”, denuncia Riesman.
Y expone en su libro cómo el relato de Lee sobre el origen de los personajes fue variando y contradiciéndose, igual que otros aspectos de su biografía. Rescata incluso una frase suya de 1965: “Hay dibujantes, como Kirby, que no necesitan que les des ningún argumento. […] Prácticamente es él quien se inventa los argumentos de esas historias. Yo lo único que hago es supervisarle un poco”.
“Que Lee no hizo nada y robó es una mentira. Que lo hizo todo, también. Cada uno hizo su parte, y él no solo se ocupaba de escribir sino también del lado editorial, de pelearse con los de arriba, de promover los cómics…”, afirma Macho. Una de las conclusiones de Fingeroth es que cada genio sacó lo mejor del otro y contribuyó al nacimiento de esos mitos.