Irving Penn, sin permiso para crear
Una exposición en Nueva York explora los principios estéticos que sintetizan el estilo del legendario fotógrafo
El único encuentro entre Irving Penn (1927-2009) y Miles Davis ocurrió en 1986, en la Quinta Avenida de Nueva York, donde tenía su estudio el fotógrafo. Había sido contratado para fotografiar la portada de Tutu, el álbum que el legendario trompetista dedicó al arzobispo sudafricano. Davis llegó acompañado de un peluquero. Ignorando por completo a Penn, pasó un buen rato acicalándose antes de posar delante de la cámara. “¿Puede quitarse las gafas?”, le pidió el fotógrafo. El compositor accedió. “¿Puede quitarse el jersey?”, y también lo hizo. “¿Le importaría esta vez quitarse las cadenas y sortijas de oro?”, le sugirió mientras se percataba de las increíbles manos del músico. Después de una hora, finalizada la sesión, Davis se levantó apresuradamente y le besó en la boca.
Quizás, Penn nunca hubiese sido Penn si en su camino no se hubiesen cruzado dos de los hombres que más contribuyeron a definir el gusto de la última mitad del siglo XX: los directores artísticos rusos Alexey Brodóvich y Alexander Liberman, quienes le alentaron a desarrollar sus propias ideas como fotógrafo en las páginas de las revistas Harper’s Bazaar y Vogue. Su primera portada se publicó en 1943, en esta última publicación: un bodegón a color compuesto por un bolso, un pañuelo y un cinturón. Dispararía 150 más. En la exposición figura la primera que realizó en blanco y negro, con ean Patchett como protagonista. Lo hizo en abril de 1950, era la primera vez que la revista se aventuraba a publicar una portada sin color desde 1932.
Penn trabajó durante casi 70 años para Vogue y distintas marcas comerciales, dentro y fuera de América. Sus naturalezas muertas elevaban el estatus de los objetos y otorgaban “una nueva poesía a la inmovilidad”, tal y como lo describía la historiadora del arte Rosamond Bernier, al tiempo que sus retratos destilaban la esencia de sus protagonistas. Su obra conseguían siempre trascender los confines de lo comercial para pasar a formar parte del escenario del arte, de ahí su genio. “Como fotógrafo ansío ser alguien que enlace la obra fotográfica con la de los escultores y pintores del pasado”, decía el artista.
“Las revistas siempre han representado para mí el poder de transportar al espectador a otra realidad, a otro lugar”, apunta Hack, considerado por muchos la biblia del estilo de la contracultura británica. Se introdujo en la obra del artista americano a través de los ojos de su amigo el fotógrafo de moda británico Nick Knight, y desde entonces se define como un fan Penn. “Tiene el poder de suspender el tiempo, de ahí que muchas personas describan su obra como atemporal”, destaca. “Es capaz de aunar muchas ideas en una sola imagen. A su mentalidad de fotógrafo, a la hora de enmarcar la realidad e interpretarla, se suma su habilidad como director de arte para dar forma a una idea; de ahí emana su fuerza”. El artista revolucionaría el mundo de la moda marcando un claro antes y después. “Sus predecesores fueron grandes figuras como Cecil Beaton y Horst P. Horst. Creadores de imágenes muy elaboradas, determinadas por una narrativa. Penn lo simplificó todo, esa capacidad determinaría su modernismo radical”, señala Hack.