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El eterno encanto de la cultura pandillera

Géneros en boga como el ‘trap’ o el reguetón absorben el imaginario de las bandas juveniles y delincuenciales que ha sido objeto de fascinación constante en la literatura, el cine y la música

Era el Bilbao de los años noventa y la liaban pardísima. Duelos con motos, peleas en los bares y las plazas, menudeo de hachís y speed, robos de material de obra, pequeñas extorsiones familiares, algún navajazo en zonas secundarias del cuerpo.

Fotograma de la película West Side Story, en la nueva versión dirigida por Steven Spielberg.El eterno encanto de la cultura pandillera

En la novela Un tal Cangrejo (Sexto Piso), el escritor Guillermo Aguirre recrea de manera muy libre sus experiencias como macarrilla adolescente en el Nervión posindustrial, miembro de un grupo de “chiquillos salvajes”. Y reflexiona sobre lo que lleva a ciertos jóvenes (a él mismo) a perseguir el ideal del malote. Porque las pandillas, la delincuencia juvenil, el macarrismo interesan. Y el interés no cesa.

Su novela, publicada en mayo, es el último punto de una línea con orígenes antiguos. Las pandillas juveniles, rebeldes y violentas, se han reproducido a lo largo de la historia, así como el interés por el fenómeno en las representaciones culturales. Desde las bandas de apaches en el París de principios del XX a las citadas calles bilbaínas, pasando por filmes como West Side Story, Grease, Quadrophenia, The Warriors, La naranja mecánica, el cine quinqui de José Antonio de la Loma o de Eloy de la Iglesia, o series muy actuales como Peaky Blinders. Cada época tiene sus pandillas, con sus características y su propia idiosincrasia. ¿Por qué resultan tan atractivos los jóvenes gregarios y asilvestrados? ¿Por qué les interesa el lado oscuro y callejero a esos mismos jóvenes?

“En la adolescencia algunos confunden el respeto y el liderazgo con ser temido, y para llegar a eso la manera más rápida es la violencia ?opina Aguirre?. Se trata de alcanzar valores propios del mundo adulto de otra forma, y se consigue, pero de manera deformada”. Los pandilleros piensan que están haciendo una revolución, resistiéndose al sistema. “Pero en realidad lo que quieren es ingresar en ese sistema adulto antes de tiempo”, añade el autor.

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El actor Raúl García Losada, en la película 'Yo, el Vaquilla', de José Antonio de la Loma, exponente del cine quinqui de los ochenta en España.

Del callejón al ‘mainstream’

Pero, curiosamente, muchas estéticas y actitudes triunfantes entre la juventud, y no solo la juventud, provienen precisamente de lo macarra, que llega con frecuencia a las franquicias textiles de las avenidas principales. El tatuaje, propio de los bajos fondos y las subculturas, permea hoy todo el cuerpo, tanto literal como social (hasta el de los policías, tradicional némesis del pandillero). La escena de la música trap y el reguetón es un ejemplo de una estética y una ética de corte barriobajero, pandillero y delincuencial que, brotando de las periferias tanto urbanas como globales, se ha convertido en tendencia mainstream en todo el planeta. ¿No quieren ser macarras Yung Beef, La Zowi, C. Tangana y hasta Rosalía?

Estos submundos producen fascinación en el público en general, que lo disfruta no desde los callejones o las comisarias, sino desde el sofá. “Vivimos en una sociedad muy esterilizada, alejada de las pasiones reales, por eso nos interesa ese lado oscuro que la mayoría nunca llega a experimentar en primera persona”, explica Iñaki Domínguez, ensayista que ha publicado varios libros sobre el fenómeno, el último de ellos Macarras ibéricos (Akal), basados en un intenso trabajo de campo rastreando a los macarras que formaron bandas en Madrid y otras ciudades de España durante las últimas décadas del siglo XX. Los Ojos Negros, La Panda del Moco, los Miami, e incluso aquellos grupos de skinheads neonazis que proliferaron en los noventa persiguiendo a mendigos e inmigrantes o enfrentándose a grupos izquierdistas (a los que llamaban “guarros”). Discotecas, territorios, narcopisos. “Todas esas bandas son parte de un folclore urbano que ahora tiene su público”, dice el escritor.

Las hondas raíces de las pandillas juveniles

Desde el sector cultural no se ha dejado casi ningún tramo histórico sin cubrir. Si los autores citados se dedican a los tiempos más recientes, la editorial La Felguera también ha hurgado en tiempos pretéritos, llegando hasta las bandas de apaches parisinos. “Eran grupos delincuenciales en la Belle Époque que se tatuaban todo el cuerpo”, dice Servando Rocha, cabeza visible de la editorial, “tuvieron cierta influencia en España cuando empezaron a exiliarse en las grandes ciudades españolas, perseguidas por la justicia francesa”.

Los cuatro volúmenes de la serie Fuera de la ley (La Felguera) están dedicados a los anarquistas, bandoleros, protoquinquis, gamberros o atracadores, además de la novela de Rocha Todo el odio que tenía dentro (La Felguera), que se introduce en estos submundos tirando del hilo del macarra y boxeador Dum Dum Pacheco (también fuente habitual de Domínguez), que fue miembro de la banda de Los Ojos Negros, con influencia en el madrileño distrito de Usera ya en los años 60. En el franquismo había pandillas, aunque evitaban el uniforme para no ser identificadas.

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El rapero neoquinqui El Coleta, en una imagen promocional de la película 'Quinqui stars', de Juan Vicente Córdoba.

Donde se mezcla la juventud y la precariedad

Las bandas juveniles surgen de la unión de al menos dos circunstancias: el ímpetu propio de la edad juvenil y la incapacidad del sistema para garantizar la estabilidad vital en ciertos ámbitos.

 “Estos grupos surgen de vacíos sociales, donde el Estado ha fallado y la violencia y las bandas son la única forma de prosperar y de protegerse”, dice Domínguez, “pero esa violencia es también síntoma de esa desubicación”. Donde el sistema falla es natural que las personas busquen otras formas de protección, nuevas jerarquías, otras formas de vivir y de conducirse. Otras tribus al margen. 

La aparición de bandas callejeras podría usarse como un “termómetro” para medir magnitud de la exclusión, la desigualdad, el contraste entre los que caben y los que no caben en el sistema, como ha señalado la antropóloga mexicana Rossana Reguillo.

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La banda de 'gangsta rap' N.W.A.: desde la izquierda, Ice Cube, DJ Yella, Dr. Dre, Mc Ren y, en primer plano, Eazy E, en marzo de 1989.



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