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¿El fin del sueño europeo?

Europa ahora no sabe hacia dónde quiere ir. Pero mientras los europeos buscan respuestas para los problemas que enfrentan, los latinoamericanos, que los hemos tenido como referente, también debemos preguntarnos qué queremos

Personas votan en la elección europea del pasado 9 de junio en Baleni (Rumanía).¿El fin del sueño europeo?

Por su historia, Europa ha sido para Colombia un referente político, cultural, social y económico. A esto se le suma la nostalgia del grupo dirigente criollo de imaginarse parte de una élite internacional que, con contadas excepciones, la ha mirado y tratado con desdén.

  • Esto se tradujo en una idealización de lo que allá pasaba y en una confianza ciega en el camino que recorrían. Independiente de nuestra realidad, Colombia, como América Latina, asumió como propios debates o prácticas europeas de difícil materialización debido a nuestra propia cultura; a que no contábamos con los recursos necesarios para incidir; o a que no había una base social para lograrlo.

Ahora Europa afronta una de las crisis más graves de su historia contemporánea, fundamentalmente, porque no sabe hacia dónde quiere ir. El viejo continente lleva este último siglo dando tumbos ante nuestros ojos. Que no lo hayamos visto, es otra cosa. La Unión Europea no tiene nada que la una, más allá de los gigantescos recursos de los que dispone. Los cambios a partir de los cuales se forja el liderazgo global de China y Estados Unidos no tienen a Europa como competidor decisivo.

No hay duda de que Europa creó una de las grandes civilizaciones de la historia. No obstante, ha sido generadora y escenario de dos guerras mundiales y de genocidios en sus propios territorios.

La Gran Guerra o Primera Guerra Mundial dejó casi 10 millones de soldados y 13 millones de civiles muertos, la más letal de la historia hasta ese momento. Esto generó un ambiente de pesimismo e incertidumbre sobre el futuro, que se reflejó en obras como Sin novedad en el frente de Erich Remarque.

En lo que se conoce como el periodo entreguerras y durante la Segunda Guerra Mundial, el que por siglos fue el epicentro del desarrollo cultural y social del mundo, le abrió paso al fascismo, al autoritarismo y al socialismo. Liderazgos débiles allanaron el camino para la consolidación del nazismo, al tiempo que muchos europeos fueron cómplices de las atrocidades de Hitler y sus secuaces. Europa se convirtió en el teatro de la barbarie, el genocidio y la violencia: 40 millones de civiles y 20 millones de soldados murieron, 6 millones de judíos perecieron.

Con el fin de la guerra y la caída de Berlín en 1945, Europa emprendió el camino para darse otra forma social y política, en medio de la división entre una parte del continente dominado por los soviéticos y el otro bajo el paraguas de Estados Unidos. La paz trajo unos desafíos enormes para ganadores y perdedores de la guerra. La tragedia humanitaria de millones de desplazados y refugiados que intentaban retornar a la normalidad; países tratando de reconstruirse luego de la ocupación y los bombardeos; naciones en busca de un territorio; una clase dirigente que trataba de explicar lo sucedido mientras prometía un futuro mejor.

Europa reflotó gracias al Plan Marshall, la iniciativa estadounidense para apoyar la recuperación de los países luego de la Segunda Guerra Mundial; al miedo común a un revanchismo alemán y al poderío de la Unión Soviética, que los llevó a cooperar en la Otan y a crear la Comunidad Económica Europea; y al esfuerzo común de consolidar una relación con Estados Unidos como potencia mundial.

La segunda postguerra no trajo sosiego para Europa. Fue escenario de un orden internacional en permanente tensión por la Guerra Fría hasta 1989. La división entre las zonas oriental y occidental se hizo más fuerte. El comunismo y el capitalismo se mostraban los dientes a distancia prudente para evitar un nuevo conflicto, pero siempre con la zozobra de un enfrentamiento nuclear.

Finalizando el siglo XX Europa se vio ante un nuevo desafío. Con la caída del muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética, se materializó la disolución del bloque comunista que trajo como consecuencia la reunificación de Alemania y el surgimiento de nuevos estados en la región —la mayoría de los cuales se integró a la Unión Europea hasta 2007—. Aunque esto fortaleció la integración en el papel, generó tensiones en asuntos como la inmigración y la economía, que siguen sin resolverse. Pero, sobre todo, dejó sin programa político a la Otan, ya que la potencia enemiga o la amenaza común que le daba sentido, dejó de existir. Y esa ausencia se pretendió llenar con el acorralamiento de Rusia.