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Ver caer la torre Eiffel

Durante décadas, la fascinación por el cine de catástrofes se ha nutrido de imágenes de edificaciones reconocibles colapsando, a veces como símbolo de la caída de la civilización, otras por el espectáculo de ver algo bello arder

Imagen del incendio de la catedral Notre-Dame (París) en 2019.Ver caer la torre Eiffel

El hombre siempre ha amado los edificios, pero ¿qué ocurre cuando un edificio dice ´hasta aquí hemos llegado´?", narraba la voz en off de Cuando los edificios se desploman, el documental ficticio sobre construcciones colapsando de Los Simpson con el que Homer y Bart se regocijaban a carcajadas, ante la mirada espantada de Lisa, justamente en un capítulo sobre el temor de la niña superdotada a ser tan mastuerza como los varones de su familia. Aunque la serie de animación bromease con el instinto primario que quizá lleve a ciertos espectadores a disfrutar de una forma de espectáculo tan básica como ver bloques o monumentos saltando por los aires, el cine de catástrofes lleva décadas encandilando a millones de espectadores en todo el mundo gracias a imágenes tan icónicas como la de la Casa Blanca siendo arrasada por extraterrestres en Independence Day (1996), los villanos de G.I. Joe (2009) disparando una ojiva contra la torre Eiffel, el puente Golden Gate viéndose sometido por los tentáculos del superpulpo de Surgió del fondo del mar (1955) o, por poner un ejemplo autóctono, la Puerta del Sol arrasada por la tormenta de Geostorm (2017).

"Reconozco que es mi género favorito", admite a ICON Design Víctor Riquelme, arquitecto, diseñador de interiores y director de 022 Estudio. "Tengo grabada la imagen de 2012 (2009) de la cúpula de San Pedro en el Vaticano quebrándose y volcando sobre la propia plaza. Como arquitecto se me ponen los pelos de punta y me fascina". Para Riquelme, el atractivo de estas películas y su perdurabilidad radica en "un componente de morbo, relacionado con esa satisfacción por destruir lo bello que creamos". "Al final, toda gran construcción, edificio emblemático u obra singular es un logro de la humanidad. Esas grandes estructuras son cimas de la ingeniería, de la arquitectura, pueden incluso encarnar la cultura o el progreso", opina. "Ver cómo algo así se interrumpe o resquebraja siempre te va a impactar".

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'El planeta de los simios' (1968) mostraba la Estatua de la Libertad mutilada.

El arquitecto, que tiene su estudio en Valencia, lo vincula al referente más cercano posible: "Esta ciudad es un ejemplo de cómo al ser humano le gusta crear cosas bellísimas, como son las Fallas, para destruirlas instantáneamente". Incluso aunque, dice, como profesional se le pongan "los pelos de punta" hablando de la destrucción lúdica de edificios por saber de primera mano "lo que cuesta proyectar algo, el trabajo, la implicación, la inversión tanto económica como en creatividad y en recursos", Riquelme anecdóticamente hasta asocia al propio proceso formativo de un arquitecto esa atracción por lo efímero. "En la carrera teníamos que hacer muchas maquetas. Un denominador común entre mis compañeros era, después de presentar el proyecto, destruirlas. ¡Y de todas las formas habidas y por haber que se te pudieran ocurrir! Meterles petardos, prenderles fuego, tirarles algo encima... Eso nos producía una satisfacción que no te sé explicar".

En una de las más impresionantes secuencias de Fast & Furious X (2023), última entrega estrenada de la saga de películas de coches, el personaje de Vin Diesel emprendía una frenética carrera en su automóvil para impedir que una bomba rodante de varias toneladas impactase contra el Vaticano. Tras evitar el horror, musitaba solemnemente: "Cuando cae Roma, cae el mundo". La frase, por sí sola, encierra la erótica que define el cine de catástrofes, la idea de que algo destinado a perdurar, una antorcha de la civilización y de sus valores más elevados, se apague abruptamente. La recientemente estrenada Civil War imagina cómo, a consecuencia de la polarización social y política, estalla una contienda en Estados Unidos, con la Casa Blanca asaltada a tiros. Uno de los carteles de la película muestra una trinchera instalada en la Estatua de la Libertad.

Si hay un título que represente como ninguno ese estrépito por la caída de todo lo que la humanidad supuestamente significa (y de, literalmente, esa antorcha), es El planeta de los simios (1968). Estrenada en plena ansiedad nuclear, pocos años después de que la crisis de los misiles de Cuba amenazase con desatar una contienda de consecuencias imprevisibles y potencialmente devastadoras, la película distópica finalizaba con Charlton Heston postrado ante una mutilada Estatua de la Libertad exclamando: "¡Maniáticos, la habéis destruido! ¡Maldigo las guerras, os maldigo a todos!".

En una pieza para la web especializada en arquitectura Architizer, el escritor Pat Finn se remitía al monográfico Más allá del principio del placer (1920), de Sigmund Freud, para equiparar la atracción hacia las películas de catástrofes con la sensación de confort que muchos espectadores obtienen del cine de terror. "Las víctimas de traumas a menudo repiten el recuerdo de ese trauma para obtener cierto control imaginario sobre él", recapitulaba Finn. "A veces, esto llega incluso a representar el escenario traumático en la vida real, un fenómeno que Freud denominó compulsión de repetición. Si los miedos se proyectan en una pantalla, se vuelven menos poderosos de lo que serían si se les permitiera vagar sin control por los rincones oscuros de nuestra mente. Al igual que en una terapia de exposición, el espectador saldrá del cine con menos miedo del que tenía cuando entró". Y concluía: "Ver un monumento ser destruido es como probar un bocado del Apocalipsis".

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Fotograma de 'Independence day' (1996) donde se destruye la Casa Blanca.