El Sacamantecas alavés, asesino en serie pionero y antecesor de Jack el Destripador
Los crímenes de Juan Díaz de Garayo son recordados en los alrededores de Vitoria más de un siglo después. Estranguló, rajó, mutiló al menos a seis mujeres de entre 13 y 55 años
Dicen que los peores monstruos son los que habitan en nuestras pesadillas infantiles. Tienen el terrible poder de la imaginación virgen de los niños y los que nos aman aprovechan con cruda sabiduría el potencial de nuestros miedos para enseñarnos.
Cuando era pequeña, como a muchas niñas alavesas, mi abuelo me advertía que no fuera sola por los caminos que se adentraban en la sierra de Toloño. “A la hermana de Nicolás la encontró el Sacamantecas y abusó de ella junto al río. La pobre murió pocos días después de las heridas y de la vergüenza”.
De las heridas y de la vergüenza. Aquella combinación de palabras que abarcaba toda una cosmovisión patriarcal cumplió con creces su cometido. Era una advertencia: no vayas sola por el bosque. La historia era apócrifa, en todo caso. Tenía más de un siglo, era imposible que mi abuelo y su entorno coincidiera en el tiempo con unos crímenes que tuvieron lugar entre 1870 y 1879.
El causante de que varias generaciones de vitorianas evitásemos ir solas por los caminos alaveses fue Juan Díaz de Garayo. El predecesor de Jack el Destripador, su homólogo inglés, más ilustre y mediático.
El Sacamantecas alavés nació en 1821 en un pequeño pueblo, Eguílaz, famoso por el dolmen que se descubrió cuando Díaz de Garayo tenía 10 años. Se casó cuatro veces, enviudó tres. Y fue el primer violador y asesino en serie documentado del que se estudió incluso el cerebro.
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Por aquellos tiempos la frenología se consideraba una ciencia en auge y aspiraba a detectar las posibilidades de que un individuo delinquiera gracias a la observación de las malformaciones craneales. “El criminal ha dejado de serlo, el cadáver ha resuelto el problema. Su cerebro abierto ha manifestado la causa del crimen, su encéfalo ha sido una revelación”, concluyeron los expertos que vinieron a Vitoria de todo el país a buscar en su anatomía el origen de su mal. “Su cráneo y frente parecen los de un neandertal. Es un macho brutal, un monstruo, su rostro está lleno de asimetrías y algo extraño le ha obligado a actuar, él dice que el diablo”.
Díaz de Garayo violó, estranguló, rajó, mutiló y evisceró, por ese orden, o a veces permutando los elementos, al menos a seis mujeres de entre 13 y 55 años. Reconoció cuatro intentos fallidos más.
En ocasiones fueron prostitutas con las que no se puso de acuerdo en el precio de sus servicios, otras eran criadas o molineras desprevenidas que tuvieron la mala suerte de encontrarlo por los senderos que surcaban la Llanada alavesa o que circundaban la ciudad de Vitoria.
La primera fue Melitona la Valdegoviesa, muy probablemente prostituta. Ella pedía cinco reales, él estaba dispuesto a pagar tres. Se abalanzó sobre ella, la estranguló y la remató sumergiendo su cabeza en el arroyo. Después abusó de su cadáver.
Una loca carrera de violencia
Águeda la Riojana, tuvo suerte similar al negociar el precio. En esta ocasión murió asesinada a golpes en la cara. También abusó de ella post mortem.
Antonia, una joven criada de 13 años, tampoco se salvó cuando la abordó por el camino de Gamarra, a las afueras de Vitoria. La estranguló, violó y escondió su cuerpo en una acequia. Para entonces, el miedo se había extendido por toda la ciudad y las niñas y mujeres no se atrevían a caminar solas.
Ocho días después mató a María Campos, la Morena, la estranguló y le clavó la horquilla que sujetaba su moño en el corazón.
Después llegaron dos intentos más de asaltos y las mujeres se salvaron porque acudieron soldados en un caso y mujeres cercanas a auxiliarlas en el otro.
A la siguiente víctima, Ángela López de Armentia, la Molinera, la intentó estrangular y ella pudo huir. Gracias a que lo denunció, por primera vez Garayo fue detenido y pasó varios meses en la cárcel.
Las dos siguientes que mató después mostraron una carrera enloquecida hacia la violencia: comenzaron los destripamientos, y la alarma fue tal que todas las autoridades se volcaron en atraparlo.
Imitadores
Es curioso, dolorosamente curioso, que en ese período de terror comenzaran los imitadores. Tres mujeres perecieron, todas ellas mutiladas y destripadas. Garayo jamás reconoció esos crímenes, es más, se sospecha que comenzó a destripar a sus últimas víctimas para despistar a las autoridades. Así que no se sabe si los imitadores lo llevaron a destripar o un Sacamantecas diferente de Garayo le dio la idea y él lo imitó.
Díaz de Garayo violó, estranguló, rajó, mutiló y evisceró, por ese orden, o a veces permutando los elementos, al menos a seis mujeres entre trece y cincuenta y cinco años.
En todo caso, su carrera criminal terminó cuando una joven que iba en bicicleta y vio a Garayo con una de sus víctimas dio una descripción tan precisa que el alguacil lo identificó como el preso que asaltó a la Molinera.
Fue detenido y cuentan que durante los dos años que pasó en la cárcel esperando el garrote vil aprendió a leer, que recibía visitas de su cuarta mujer, quien ya anciana y residente en el hospicio, le llevaba ropa lavada y él la trataba de malas maneras. Una muestra de que era bastante hábil con las manos fue que al principio se afeitaba con una cerilla, ya que le prohibieron cuchillas por motivos obvios. Sus últimos días los pasó fumando y bebiendo café y moscatel. Una de sus hijas, la única que lo visitaba, repetía que la culpa del comportamiento de su padre fueron sus mujeres, que malvendieron todo objeto de valor que había en su casa para cambiarlo por bebida. Es curioso cómo el alcoholismo estuvo presente en su vida, desde el padre borracho que maltrataba a sus ocho hijos hasta tres de sus mujeres. Él mismo se excusó en la bebida y en las visiones de una sombra negra a modo de demonio para justificar sus ataques.
Lo describieron como idiota y ruin. Puro instinto sexual, nada de empatía, prácticamente un mal hombre, un sádico que campó a sus anchas hasta que fue atrapado y enterrado en una fosa común del cementerio de Santa Isabel.