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El robo del siglo en México

El atraco fue noticia mundial y obligó a las autoridades a mejorar la seguridad en los centros culturales y artísticos, así como a darle mayor importancia al legado histórico del país

La máscara funeraria de Pakal y el pectoral de Yanhuitlán, fueron recuperados tras ser robadas en 1985.El robo del siglo en México
Por: Daniel Morales Lea
Octubre 20, 2024 -

La motivación muchas veces es el motor de la curiosidad. ¿Por qué dos jóvenes estudiantes robarían el museo más importante de México? La promesa monetaria después de la venta no es suficiente para los amantes del misterio. Una burda transacción entre las sombras no es lo que esperan. Quieren algo más allá de lo económico, algo profundo que refleje el carácter del ladrón, y tal vez, un reflejo de quiénes somos al compararnos con ellos. Durante la madrugada del 25 de diciembre de 1985, mientras se celebraban las festividades navideñas, Ciudad de México fue el escenario de uno de los robos más impactantes de la historia del país. Dos estudiantes de Veterinaria de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) irrumpieron en el Museo Nacional de Antropología (MNA) y sustrajeron 124 piezas arqueológicas de las salas Maya, Mixteca y Mexica. El atraco, conocido como “el robo del siglo en México”, dejó al descubierto graves fallos en la seguridad de los recintos culturales del país. A pesar de la meticulosa investigación, las autoridades tardaron casi cuatro años en recuperar la mayoría de las piezas, tiempo durante el cual los ladrones lograron mantener su botín oculto.


Un robo inaudito

Carlos Perches Treviño y Ramón Sardina García, ambos de 21 años, eran estudiantes de Veterinaria en la UNAM. Pertenecían a familias de clase media y, hasta ese momento, no contaban con antecedentes criminales. Sin embargo, tanto Perches como Sardina compartían una fascinación por la arqueología y el arte prehispánico. Esa fue la génesis que los hizo obsesionarse con el Museo de Antropología, un hito en la conservaduría del patrimonio mexicano, que en ese momento contaba con 21 años en las instalaciones de Paseo de la Reforma, en lo que también conforma el Bosque de Chapultepec. Durante seis meses los jóvenes observaron las rutinas del personal de seguridad del museo. Detectaron los puntos débiles y las oportunidades para ejecutar el robo. Eligieron la Nochebuena de 1985 como el momento ideal para actuar, conscientes de que la vigilancia estaría reducida al mínimo.

El atraco comenzó a la una de la mañana del 25 de diciembre de 1985 y duró hasta las cuatro de la madrugada. Ingresaron al recinto a través de los ductos de aire acondicionado, evitando las cámaras de seguridad y cualquier sistema de alarma. Durante tres horas, Perches y Sardina irrumpieron en las vitrinas del museo. La seguridad, que cada dos horas debía patrullar los 15.000 metros cuadrados de las 26 salas, faltó a su tarea porque estuvo concentrada en un solo lugar celebrando Navidad.

Las 124 piezas robadas incluían objetos del cenote sagrado de Chichén Itzá, más de 60 piezas mayas procedentes del Templo de Palenque, joyas de oro de la sala Mixteca y la famosa máscara zapoteca del Dios Murciélago, entre otras. De acuerdo con Felipe Solís, conservador del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), el valor de una sola de estas piezas en el mercado negro superaba los 20 millones de dólares de la época (unos 142,6 millones de pesos actuales), pero el daño más grande fue cultural: “Lo que nos han robado es un pedazo de nuestra historia, no negociable y de un valor antropológico e histórico inestimable”, comentó Solís.

Después del robo, Perches y Sardina huyeron en un Volkswagen y se dirigieron a la casa de los padres de Perches, ubicada en la colonia Jardines de San Mateo, en Ciudad Satélite, a las afueras de Ciudad de México. Ocultaron las piezas en una maleta que permaneció guardada en el clóset de la habitación de Carlos.


La investigación y los años posteriores

El escándalo fue mundial. Tras la lenta reacción del Gobierno de México ante la catástrofe del terremoto del 19 de septiembre, su reputación estaba en juego, por lo que la respuesta ante el robo fue inmediata. Además de la cooperación del cuerpo de migración, personal de la Dirección General de Aduanas, trabajadores de los aeropuertos del país y de la Policía Internacional, se instruyeron a más de 30 personas en el caso. Los ladrones se vieron paralizados por el despliegue en la investigación, por lo que optaron por mantener un perfil bajo y no intentar vender las piezas en el mercado negro.

El Museo Nacional de Antropología denunció inicialmente el robo de 140 piezas, pero posteriormente, el catálogo oficial del museo estableció que eran 124 los objetos sustraídos, una discrepancia debida a la falta de un inventario preciso al momento del hurto. Las piezas incluían 94 objetos de oro y otras de jade, turquesa, piedra verde, concha y obsidiana.

La investigación dio un giro en enero de 1989, cuando la policía detuvo al narcotraficante Salvador Gutiérrez, alias El Cabo, en Guadalajara. Gutiérrez, con la esperanza de reducir su condena, confesó que conocía el paradero de las piezas robadas y proporcionó información sobre Carlos Perches, a quien había conocido en Acapulco. Tras el robo, Perches se refugió en esa ciudad y estableció vínculos con narcotraficantes, como José Serrano, quien le ofreció ayuda para intentar vender las piezas en el mercado negro.

La relación de Perches con los narcotraficantes fue clave para su captura. El abogado Javier Coello Trejo, entonces subprocurador de Lucha contra el Narcotráfico, contó a Reforma que colocó escuchas en los reclusorios y se mantuvo al tanto de todas las llamadas entre Gutiérrez y Perches. En una conversación, negociaban la venta de joyas “del arte más grande de México”, lo que significó una luz al final del túnel para encontrar a Perches y capturarlo.


La recuperación de las obras

El 10 de junio de 1989, siete meses después de que inició la investigación contra Carlos Perches, la policía realizó un operativo en Ciudad Satélite y recuperó 111 de las 124 piezas robadas. El procurador Enrique Álvarez del Castillo presentó las piezas en una conferencia de prensa tres días después, y explicó que habían sido encontradas en la casa de los padres de Perches, envueltas en papel de baño y almacenadas en una bolsa deportiva. Se cree que la mayoría de las piezas permanecieron ahí desde el día del robo.

De las 124 piezas, siete permanecieron en poder de Ramón Sardina, quien sigue prófugo hasta hoy. Otras dos fueron canjeadas por Perches a cambio de cocaína, y las cuatro restantes nunca se localizaron. A pesar de las dificultades en la investigación, las autoridades lograron recuperar la mayoría de las piezas más valiosas, incluyendo la máscara zapoteca del Dios Murciélago y la vasija de obsidiana con forma de mono.


El desenlace de los ladrones

Carlos Perches fue detenido a los 24 años y condenado a 22 años de prisión por robo y delitos relacionados con el narcotráfico. Durante su interrogatorio, según Javier Coello Trejo, Perches admitió ser el autor intelectual del robo y reveló detalles sobre el paradero de las piezas. Coello Trejo recordó que, durante las conversaciones con Perches, fingió admiración por su audacia, una táctica que utilizó para ganarse su confianza y obtener más información. “La clave de un interrogatorio es hacer que el acusado se sienta cómodo”, explicó Coello Trejo. El propio Trejo contó que más allá del valor de las obras tras una posible venta, no sabe el motivo real por el que los jóvenes cometieron el crimen, algo que se mantiene en incógnita hasta hoy.

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Boleti´n de prensa por parte del INAH para dar a conocer el robo.

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Vasija elaborada en obsidiana negra pulida con forma de mono, fue una de las piezas robadas.