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"¿Está usted tratando de seducirme, señora Robinson?"

La lectura de la novela en la que se basó ´El graduado´ invita a revisar el personaje que encarnó Anne Bancroft

Dustin Hoffman y Anne Bancroft, en El graduado."¿Está usted tratando de seducirme, señora Robinson?"
Por: Jacinto Ant?n
Enero 05, 2025 -

Cuando pienso en frases de cine quiero creer que las que me han dejado más huella son "lo que hacemos en esta vida tiene su eco en la eternidad", "va a necesitar un barco más grande", "abre la compuerta, HAL", "no hay nada como el olor del napalm por la mañana", "que la Fuerza te acompañe", "sácame de encima tus apestosas patas, sucio mono" o "Tora, Tora, Tora". Pero en realidad la que me viene siempre a la cabeza es: "¿Está usted tratando de seducirme, señora Robinson?" (oh, oh, oh, hey, hey, hey). Me ha marcado desde que vi El graduado (1967) a mediados de los setenta en el ya desaparecido cine Savoy del Paseo de Gràcia de Barcelona en compañía de un grupo de amigos de los que solo recuerdo a Carlos Trías, probablemente porque él, algo mayor que el resto de nosotros, también estaba en el umbral de decidir qué hacer con su vida (fue farmacéuticas no plásticos) y sus padres le habían regalado un Seat 850 Sport Coupé (blanco). Ese coche era lo más parecido que teníamos por aquí al Alfa Romeo 1600 Duetto Spider rojo que le obsequian sus progenitores al acabar la carrera a Benjamin Braddock (Dustin Hoffman), el graduado del título (y valga la frase), precisamente.

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Dustin Hoffman   y Katharine Ross, en el final de 'El graduado'.

Es difícil hoy dar la medida de lo que supuso para algunos de nosotros, apenas al final de unas adolescencias tardofranquistas, esa película de Mike Nichols que nos dio la vuelta como un calcetín —aunque la imagen icónica sea de una media y la pierna correspondiente, en la que nos enmarcamos—, trastocando todos nuestros valores y nuestra (tan ingenua) forma de ver el mundo. Poniéndonos estupendos, fue El graduado nuestro Bildungsroman de celuloide, envuelto en la música de Simon & Garfunkel de forma que es difícil no visualizar una colchoneta cuando escuchas The Sound of Silence. Benjamin, que venía de Harvard, Yale y Columbia aunque tan perdido como nosotros en la UAB, se enreda en un vacío existencial pre hippy que no despeja el que sus padres le regalen un equipo de buceo para probarlo en la piscina de su casa en Los Ángeles, arpón incluido, en vez de las obras completas de Hermann Hesse. Dicho esto, yo aquel día no entendí nada, o, mejor dicho, lo entendí todo al revés. Me pareció absurdo que Dustin Hoffman se liara con una amiga de sus padres. Repasaba mentalmente todas las amigas de mis propios padres y no se me ocurría ninguna con la que no se me pusieran los pelos de punta al imaginar decirles: "¿Está usted tratando de seducirme, señora X?". Quizá la única era Maria Luisa F., suizo alemana y a la que en casa se la relacionaba con la red de antiguos nazis instalados en España, lo que me morbeaba, aunque sin duda yo desconocía entonces la palabra morbo tanto como el uso del liguero. Maria Luisa me regalaba libros de la Segunda Guerra Mundial, entre ellos los de Cornelius Ryan y Armagedón y QB VII de Leon Uris y tenía una forma muy sugestiva de decir "Auf Wiedersehen" cuando se marchaba con su pastor alemán, Otto.

En todo caso, yo salí de El graduado pensando que Katharine Ross era la chica de mi vida y desplegué por ella un amor imposible como solo lo he tenido —circunscribiéndonos a lo virtual— por Françoise Hardy, Dominique Sanda y Valérie Kaprisky. En la escena de la bicicleta de Dos hombres y un destino (que traté de reproducir llevando en el manillar de la mía a alguna amiga, con resultados pésimos) sufría unos ataques de celos terribles con Paul Newman, que ya es tontería. Katharine (mi primera Katharine antes de la de El paciente inglés) me sedujo como no lo hizo su madre. ¡Dios, qué enamorado estaba de la cándida Elaine, y cómo me indignaba que Benjamin / Dustin la ninguneara al principio y se la llevara incluso a un club de estriptis donde a ella le caían unos grandes lagrimones ante la humillación que maculaba su candor. Con el tiempo todo aquello lo he relativizado. Más aún al saber que Dustin Hoffman que encarnaba al inmaduro Benjamin de 20 años (cumple 21 durante la historia) tenía en realidad 30, y Katherine Ross, que hacía de Elaine de 19 contaba en realidad 27, mientras que Anne Bancroft que interpretaba a la señora Robinson (que le dice a Benjamin que le dobla en edad), tenía solo 36 años, es decir únicamente 9 años más que la que hacía de su hija. Hay que ver cómo nos ha mentido el cine. Katharine Ross, que tiene ahora 84 años y a nadie se le ocurriría llevarla en el manillar de la bicicleta, se ha casado cinco veces, lo que te hace pensar que aquella boda agitada del final de El graduado la debió marcar de algún modo.

En fin, decía que con los años he ido modificando mi consideración de la película. La señora Robinson, que la primera vez me pareció una bruja, cada vez me ha ido resultando más interesante, mientras que Elaine ha ido perdiendo puntos por sosilla. La última ocasión en que vi la peli, recientemente, me sorprendí descubriendo que Bancroft es lo más interesante de la película y probablemente lo mejor que le habrá pasado en la vida a Benjamin. El otro día pillé por casualidad en el Re-Read de Atocha en Madrid la novela que dio pie a la películaEl graduado, de Charles Webb, de 1963, en la edición de Círculo de lectores de 1975, y su lectura me ha confirmado el protagonismo de la señora Robinson, de la que por cierto nunca se da su nombre, aunque se menciona en el libro que empieza por G, y Webb reveló luego que se llama Glenda —en la adaptación teatral que se hizo en 1998, con Kathleen Turner (!), le pusieron Judith—. La novela, que se lee muy bien, es exactamente igual a la peli, con lo que te cuestionas qué diablos hicieron los guionistas Calder Willingham y Buck Henry, excepto concretar que el "deportivo italiano" que le regalan a Benjamin es un Alfa Romeo y encarnar el segundo al conserje del Hotel Taft que se las hace pasar canutas al inexperto chico en las primeras citas con la señora Robinson preguntándole si lleva equipaje. Hasta los diálogos, tan buenos, los sacaron directamente de la novela. En la página 21 tienes el inmortal "señora Robinson —preguntó él volviéndose—. ¿Intenta usted seducirme?" (hay diferentes versiones de la frase según las traducciones, yo uso, siempre que tengo la oportunidad, "¿está usted tratando de seducirme, señora Robinson?", lo que invariablemente hace arquear cejas.

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Mike Nichols   rueda un momento de 'El graduado' con Katharine Ross y Dustin Hoffman.

Los pasajes de Benjamin con la señora Robinson son lo mejor de la novela, como de la película. La entrada de ella en el cuarto del chico durante su fiesta de bienvenida es notable. Aparece con un vaso y el bolso en la mano y dice que pensaba que era el aseo. "La señora Robinson llevaba un vestido verde brillante con el escote muy bajo y una aguja prendida sobre uno de sus prominentes senos". Benjamin le manifiesta su inquietud existencial, que no dejará ya de ir en aumento. La Robinson le pide que la lleve a casa (el momento en que le lanza las llaves del Alfa Romeo al acuario es de la película). Y cuando el joven lo hace le revela que es neurótica, exalcohólica y que su marido tardará en llegar. Benjamin, que es tonto pero no tanto, le suelta entonces lo de si no estará intentado seducirlo. Lo que ella confirma preguntándole si no quiere bajarle la cremallera del vestido. Y aquí viene otra línea fenomenal en la que resuenan Melville y todos nuestros deseos y temores: "Preferiría no hacerlo, señora Robinson".

La novela incluye algunas cosas que no recuerdo yo en la película como que tras ese primer intento de seducción, Benjamin se marcha a recorrer mundo y hablar con "gente sencilla y honrada, con labradores, con chóferes de camión, con gente ordinaria que no habite en mansiones lujosas ni tenga piscina" (igual sí que le han regalado El lobo estepario y Demian). Pero vuelve a las tres semanas tras participar en la extinción de un incendio forestal en el condado de Shasta. Dice haber "lavado platos, limpiado carreteras, y charlado con vagabundos, borrachos y fulanas". Y dos días después, supongo que tras descubrir que no es Martin Eden, Peter Camenzind o Jack Kerouac (como nos ha pasado a tantos), decide empezar sus relaciones con la señora Robinson.