buscar noticiasbuscar noticias

El mensaje en la botella: El bombardero

Hace poco tuve conocimiento de una historia bellísima que ocurrió a finales de la segunda guerra mundial

Era el año 1948 y la ciudad de Berlín, en poder de los comunistas, parecía un paisaje lunar: no quedaba ningún edificio en pie, todo eran escombros, y la pobreza era enorme. La gente había llegado al extremo de empezar a comerse las hojas de los pocos árboles que aún se mantenían en pie, roedores y lo que podían encontrar para saciar el hambre de adultos y niños.

El mensaje en la botella: El bombardero

Un hermoso apodo

Uno de los pilotos que participaban en este puente, el joven almirante Gail Halvorsen, al estar esperando que descargaran su aeroplano en el hangar, observó a una docena de niños berlineses que, a la orilla del terreno, admiraban asombrados los aviones y se acercó a donde estaban. No entendía el idioma de ellos, pero la generosidad es un idioma universal, así que, buscando algo para darles que aliviara la tristeza que veía en sus ojos, no teniendo nada más a la mano, sacó un par de gomas de mascar que traía en la bolsa y se las arrojó.

Este soldado, que había combatido en las más cruentas batallas, se enterneció al ver que los niños mayores, que habían atrapado las gomas de mascar, partieron cada goma en 5 pedacitos iguales y se las dieron cada uno a igual número de niños, y ellos solo se quedaron con la envoltura para olerla. Al ver este gesto tan hermoso, el soldado decidió hacer algo.

Al llegar a su base en la Alemania libre, compró todos los dulces que pudo adquirir con sus ahorros, y con pequeños pedazos de tela hizo algunos paracaídas miniatura, que amarró a los dulces. Al día siguiente, poco antes de tocar tierra en Berlín, dejó caer los paracaídas con dulces hacia el grupo de niños. Repitió esto varios días ante un grupo cada vez más numeroso de niños. Antes de lanzar los paracaídas, el almirante “batía” las alas, inclinando el aeroplano hacia un lado y otro. Ésa era la señal para los niños de que los dulces estaban por llegar. De esa sencilla manera, este hombre daba algo de alegría a los desolados pequeños.

Cuando algunos de sus compañeros se enteraron de lo que hacía, empezaron a donar su ración alimenticia para ayudar a más niños y aquello se convirtió en una larga hilera de aviones que llegaban batiendo sus alas y lanzando dulces y alimentos. Cuando el general a cargo de la operación supo que había un almirante que estaba haciendo cosas “fuera del protocolo” lo mandó llamar, tal vez para reprenderlo, pero cuando supo de qué se trataba y cómo había nacido aquello, ordenó que se le diera todo el apoyo posible y desde Estados Unidos empezaron a llegar toneladas de dulces para apoyar aquella noble causa.

Gail Halvorsen pasó a la historia (aunque aún vive) como “El Bombardero de Dulces”, y cada año (aun con los más de 90 años que actualmente tiene) repite simbólicamente el bombardeo. Reúne a un grupo de niños en las afueras de su pueblo, prepara los mini paracaídas con dulces, aborda su avión, surca los aires, y al llegar a donde están los niños, “bate” las alas y deja caer ante sus emocionados mini espectadores y sus padres, su rico cargamento, símbolo de lo que el amor y la generosidad hicieron por un pueblo devastado.

Hazlo tú también

Amigo, amiga, te invito también a convertirte en bombardero. Ciertamente, será difícil que consigas un aeroplano y una cantidad enorme de dulces, pero tal vez habría otras cosas con las que podrías bombardear a los que te rodean.

¿Podrías bombardear de sonrisas a los demás para suavizar los ceños fruncidos? ¿Podrías bombardear de miradas compasivas a otra gente para transmitirle fortaleza? ¿Podrías bombardear de palabras amables a los que te rodean para alentar el espíritu? ¿Podrías bombardear de actos de bondad a tus semejantes para reanimar corazones devastados?

Si acaso puedes hacer esto (yo sé que sí), hazlo sin dudar. Y hazlo sin distingo. No mires al color de las personas, no mires su nivel social, no mires sus ropajes, no mires su actitud, pues como ya lo dije, la generosidad es un idioma universal, y tal vez quien menos creamos que merece nuestro amor, podría ser quien más lo necesite.

 

  •  



DEJA TU COMENTARIO
PUBLICIDAD

PUBLICIDAD