×
buscar noticiasbuscar noticias

‘Una familia moderna’

La escritora nórdica Helga Flatland reformula con esta novela sobre conflictos familiares, ganadora del premio de los libreros de Noruega, la pregunta sobre instinto y civilización, amor y pedagogía, sentimiento e historia

La escritora Helga Flatland, en 2022.‘Una familia moderna’

Papá cumple 70 años e invita a su familia a un viaje por Italia. Durante los discursos de la cena de celebración, impremeditadamente, papá y mamá descubren que van a separarse después de 40 años juntos. Liv, Ellen y Hakon —dos hijas, un hijo— cuentan lo que sucede a partir de ese momento. También a partir de ese momento, podemos pensar que otra novela sobre vínculos familiares, a la nórdica o en general, no es lo que más nos apetecería leer. Pero Una familia moderna no es la enésima disección de tópicos sobre qué mal me llevo con una madre en la que cada vez me reconozco más, las hijas medianas estamos en desventaja, las hijas mayores asumimos las responsabilidades, los hijos pequeños y pachuchos son tratados con especial consideración… Aunque en realidad este libro sí es todo esto, además revela cómo las conductas “superficiales” se afianzan en una narración sobre lazos y cuidados, sobre educación, de la que ni podemos ni, a menudo, queremos escapar. Incluso, cuando adoptamos un discurso crítico frente a los esquemas en los que se fundamenta la sociedad, tenemos tan interiorizadas estas creencias que, no ceñirnos a estos mandamientos, nos produce dolor y frustración.

El final del relato implica una vuelta al redil del que nunca se salió y en el que, efectivamente, se está a gusto. Calor, protección, alivio del daño. Flatland reformula la pregunta sobre instinto y civilización, amor y pedagogía, sentimiento e historia. Qué lugar ocupa la condición humana en estas intersecciones. La escritora se atreve a responder: quizá no queremos salir de los corsés afectivos de la familia porque nos conforman medularmente. Nuestra vida pasa por gozar de lo que nos aprieta. Esta última idea no resulta reconfortante, pero nos sitúa frente a nuestro miedo y a nuestro conservadurismo existencial.

La lectura moral implica, a su vez, una propuesta literaria: la imposibilidad, unida al no querer, al grado de satisfacción con lo familiar, se relaciona con una escritura reconocible, solvente, bien tramada. Confortable. No podría ser de otro modo. Una elaboración lingüísticamente sofisticada habría sido un amaneramiento de las emociones, incluso de la tesis, que el libro aspira a compartir. La solvencia narrativa es incuestionable: cuando piensa Liv entendemos su inseguridad frente a la educación de su hijo Agnar; cuando piensa Ellen, desde una conciencia hipertrofiada del discurso enraizada en su dislexia, nos ponemos de su lado; cuando Hakon recoge las hebras de las historias de sus hermanas, comenzamos a ver a un personaje que se había quedado siempre en los márgenes. No sé si reproducir en la propia pareja las estructuras erótico-afectivas de madres y padres, el deseo de maternidad, el romperse por la experiencia de un amor romántico son vivencias insoslayables, pero pienso en la superioridad moral que deriva de estas asunciones. Flatland no es ajena a la denuncia de este sentimiento y subraya “la altura” del lugar desde el que habla: “En el paisaje que se extiende a nuestros pies, más de la mitad de la población cree que está bien pegar a los hijos…”, piensa Liv, mientras sobrevuela Italia, desde su perspectiva de acomodada mujer noruega, heterosexual, periodista, madre que no saca la mano a pasear, casada por la Iglesia, frágil y protectora: una perspectiva de ejemplar hermana mayor de Ellen, de Hakon y de Europa en general.