Colombia, más grande que Macondo
Opacada durante décadas por la brillante figura de García Márquez, la literatura colombiana vive un momento dorado fruto del reconocimiento de su enorme diversidad geográfica, lingüística y étnica
El editor, escritor y librero Álvaro Castillo Granada lleva 33 años al t de San Librario, en Bogotá, una librería de viejo que ocupa un espacio reducidísimo con miles de libros forrando las paredes y creando columnas imposibles hasta el techo. Castillo resume el momento actual de la literatura colombiana como “un archipiélago gigantesco de autores en el que uno puede ir, como de isla en isla, saltando”. Sin modas, ni escuelas. Como un totum revolutum “fascinante”, en el que varias generaciones coexisten, se han encontrado y se leen entre sí.
Algo parece haber brotado de la tierra. El acuerdo de paz con las FARC en 2016 abrió el deseo de repensar una nación que había sufrido una guerra soterrada. De esa cicatriz profunda han surgido y surgen centenares de títulos que siguen dando cuerpo a la literatura colombiana.
En 2019, última fecha de la que hay datos, en Colombia se editaron 17.075 títulos, de los que se imprimieron 32,9 millones de ejemplares, según los datos de la Cámara Colombiana del Libro. El negocio mueve un volumen de 177 millones de euros. El 73% de los libros hechos aquí se venden en Colombia, mientras que el 10% lo hace fuera. Ese es el deber de la industria, exportar más y mejor a un número creciente de autores. El director de la editorial de la Universidad Javeriana, Nicolás Morales Thomas, ha analizado que los autores colombianos más traducidos y editados en el extranjero son García Márquez, Juan Gabriel Vásquez, Héctor Abad Faciolince, Melba Escobar, Santiago Gamboa, Pilar Quintana, Jorge Franco, Laura Restrepo y Evelio Rosero.
La editora Pilar Reyes ve la literatura colombiana de hoy como “una de las más dinámicas en lengua española, con escritores de distintas generaciones produciendo, publicando, interesando a los lectores y despertando la atención de lectores en otras lenguas”. Pone como ejemplo el fenómeno de Pilar Quintana, premio Alfaguara 2020, uno de los galardones recientes que mejor se han vendido en traducción.
Vásquez, considerado el escritor más prestigioso del momento, habla así de la literatura de su país: “A mí me interesa la literatura que no se encierra, que sale en busca del mundo para tratar de iluminarlo, y en eso la literatura colombiana es poderosísima: es decir, ha estado a la altura del lío incomprensible que es este país. Particularmente ahora, cuando se hacen mil esfuerzos desde el poder para maquillar o desconocer la historia reciente, los escritores colombianos han asumido el reto de contar lo que incomoda o lo que duele. Pueden ser las heridas públicas, como en Pablo Montoya o Ricardo Silva, o las heridas más íntimas de Piedad Bonnett, Sara Jaramillo o Pilar Quintana. En esta literatura está el país y lo que el país nos hace. Es lo que yo intento hacer en mis libros, por supuesto. La ficción es, para mí, una forma de entender lo que no puede entenderse de otra forma”.
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Era pos-Gabo
Siete años después de su muerte, no hay conversación sobre literatura que escape a la figura de Gabriel García Márquez. El periodista Mario Jursich explica que con Gabo es como la relación que uno tiene con su padre o su abuelo. “A los que le tocó de papá, lo pasaron mal”, dice. Pero ya hay una generación que puede escribir libremente, sin necesidad de confrontarlo.
Hay ejemplos como el escritor Héctor Rojas —Respirando el verano (1962), Celia se pudre (1985)—, fallecido en 2002, coetáneo al autor de Cien años de soledad, que “vivió permanentemente envenenado a la sombra de García Márquez”, cuenta Jursich. Pasado son también los años setenta y ochenta, en los que hubo un bum de imitadores mediocres. Hoy, autores como Vásquez son capaces de dialogar con la literatura de Gabo sin la presión de competir con el maestro.
Pacífico
La región más olvidada, la menos escuchada y la más golpeada por la violencia de la guerra alza la voz en los últimos años para marcar el ritmo de la creación colombiana. La literatura se suma así a una efervescencia cultural que venía marcando la música de la región desde hace por lo menos 15 años. Escritores como Pilar Quintana en La perra o Tomás González, autor de El fin del Océano Pacífico, descubren un mundo casi desconocido que ya habían retratado autores descatalogados como Arnoldo Palacios en Las estrellas son negras (1949), reeditado en 2010.
La crónica
En un país con tantas historias no es de extrañar que existan grandes notarios de la realidad. La Fundación Gabo de Periodismo ha sido una de las culpables de que la crónica, desde Cartagena de Indias, haya implosionado en todo el continente. “El de Alberto Salcedo Ramos es un nombre imprescindible”, recomienda Jaramillo Agudelo. Suyos son libros de colecciones de crónicas como Viaje al Macondo real o la historia de un boxeador escurridizo en El oro y la oscuridad. El cronista está a la espera de juicio por dos delitos de violencia sexual contra mujeres (él niega los cargos). De esa misma generación es Juan José Hoyos, también novelista y ensayista. Hoyos escribió un reportaje sobre su visita a la hacienda Nápoles, cuando todavía no se conocía el historial criminal de Pablo Escobar, que es ya historia del periodismo colombiano.
La guerra civil soterrada que ha vivido el país en el último medio siglo ha sido plasmada con maestría por Germán Castro Caycedo, fallecido recientemente. En ese género, Juan Miguel Álvarez escribió sobre el dolor de las víctimas del conflicto en Verde tierra calcinada. La periodista Diana López Zuleta ha escrito Lo que no borró el desierto, la investigación del asesinato de su padre.
Este año llamó la atención el nombre de Sorayda Peguero, dominicana, colombiana de adopción, que ahora vive en España. Acaba de publicar una recopilación de crónicas mínimas, Por aquí pasó una luciérnaga. En este apartado se puede incluir a Juan Esteban Constaín, un autor muy original y difícil de definir. Ha escrito la biografía titulada Álvaro, sobre Álvaro Gómez, un político conservador colombiano que fue asesinado. Ana Cristina Restrepo Jiménez ha hecho lo propio con el magistrado Carlos Gaviria en El hereje, un repaso a la vida de este personaje relevante de la izquierda colombiana. Más apegado al género está Felipe Restrepo Pombo, un observador y retratista de celebridades que ha reunido sus crónicas en el título Perfiles anfibios.
País de poetas
Si alguien entra a un café colombiano y grita en alto que busca a un poeta, medio local se girará dándose por aludido. El chiste se le atribuye a Elkin Restrepo, un autor de Medellín. Como hay tantos, que es básicamente el público que compra ese género, las ventas no son tan bajas. Poemas de amor, de Darío Jaramillo Agudelo, va por su decimoquinta edición. Autores fallecidos destacan dos: María Mercedes Carranza y Raúl Gómez Jattin.
Entre los vivos llama la atención un cartagenero, Rómulo Bustos, en cuya obra aparece con esplendor la naturaleza del Caribe. O Jaime Jaramillo Escobar, un antioqueño sin teléfono, de vida monástica. Uno más marginal es Rubén Vélez, poeta irónico, homosexual, con un sentido del lenguaje extraordinario. Además, sorprenden los poemas de Robinson Quintero, un viajero de carretera, editado por la Universidad de Antioquia. “El útero de la poesía colombiana son las universidades”, explica Jaramillo Agudelo. De ahí han surgido otros nombres como Giovanni Quessep o la propia Piedad Bonnett, ambos profesores universitarios. Entre los más jóvenes, Catalina González y Amalia Moreno, esta última premio de Poesía Arcipreste de Hita.
The Colombians
La literatura colombiana escrita en inglés se abre hueco con fuerza. Patricia Engel, nacida en Nueva Jersey en 1977, fue la primera mujer en ganar el Premio Biblioteca de Narrativa Colombiana con su obra Vida, en 2017, e Infinite Country, su último libro, fue best seller de The New York Times. “Mi vida de familia, de amor, de sentimientos, fue en español. Mi educación fue en inglés. Yo como persona y escritora soy una mezcla de todo eso. Aunque escribo en inglés, las ideas, los sentimientos, viene de todo eso”, aseguró este mes de agosto en la última edición de la Feria del Libro de Bogotá esta hija de migrantes. “Su literatura no puede ser más colombiana”, sostiene el periodista Jursich.
La escritora estadounidense Patricia Engel, autora de ‘Infinite Country’, forma parte de una floreciente generación de descendientes de colombianos que escriben en inglés.
Julianne Pachico, nacida en Cambridge (Inglaterra), es a sus 36 años otra voz que cuenta Colombia en inglés. Ella, que vivió en Cali hasta los 18 años, vuelve al país en el que creció en sus obras Los afortunados y El Hormiguero. En Cali también se quedó el escritor estadounidense Tim Keppel (Alerta de terremoto), considerado ya desde hace unos 25 años un cuentista colombiano.
Venezuela
Colombia siempre ha mirado a Venezuela. Ahora, como el vecino pobre. Antes, Venezuela era el Miami de América Latina, el lugar al que viajaban las familias ricas colombianas buscando el sol y el lujo que regó el país petrolero. Colombia es hoy el país que más venezolanos ha recibido en los últimos años huyendo de la miseria. Se estima que hay en torno a 1,7 millones. Su presencia, la mayoría transitando sin rumbo por las calles, ha cambiado la fisonomía de algunas ciudades colombianas, incluida Bogotá. El reto que supone la regularización que anunció el Gobierno de Iván Duque se une a la necesidad de aprender a convivir con el foráneo en un país muy acostumbrado a emigrar, pero poco acostumbrado a recibir.
Tres mujeres colombianas acaban de publicar libros, desde distintos prismas, sobre el país vecino. Desde el periodismo, Catalina Lobo-Guerrero, que vivió varios años en Caracas, ha publicado Los restos de la revolución; desde la literatura, Melba Escobar estrena Cuando éramos felices pero no lo sabíamos, y desde la memoria política, la que fuera canciller de Juan Manuel Santos, María Ángela Holguín, presenta La Venezuela que viví.
Repensar un país
Desde el proceso de paz en las FARC, en 2016, existe la necesidad de repensar el país, también en términos históricos. Jorge Orlando Melo pasa por ser el historiador más reputado en la actualidad. Su Historia mínima de Colombia es un éxito editorial. Ahora vuelve a la carga con Colombia: las razones de la guerra, donde indaga en las raíces de la guerra civil.
Otros autores han tomado un camino diferente para contar el país. Beatriz González lo hace con tres tomos en Historia de la caricatura en Colombia. El antropólogo canadiense y colombiano Wade Davis utiliza el principal río del país para darle sentido a la nación en Magdalena. Historias de Colombia. Davis ha navegado por sus aguas en busca de sentido. A la par, el Banco de la República ha editado un libro con varios autores con la misma temática. En las cuencas del Magdalena viven cuatro de cada cinco colombianos.
Desde los márgenes
Una literatura distinta ha surgido con la paz. Los desmovilizados, a veces verdugos, otras víctimas, quieren contar su historia. Del horror y las balas en la selva les queda su conexión con la naturaleza. El Instituto Caro y Cuervo ha publicado relatos de no ficción escritos por excombatientes que han apostado por dejar las armas. El escritor Juan Álvarez coordina el proyecto. La Comisión de la Verdad, surgida del acuerdo con las FARC para esclarecer lo ocurrido en el conflicto, ha editado varios libros sobre el tema, algunos incluso para niños. El Centro Nacional de Memoria Histórica va a lanzar una biblioteca musical de la paz, que indaga en la relación entre memoria y música. Importante en un país en el que a todo el mundo se le van los pies al primer compás.
Ciudadanos venezolanos salen del refugio en Tienditas para ser trasladados al Puente Simón Bolívar y cruzar a Cúcuta (Colombia), en junio de 2020Secretaría de Fronteras / EFE