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Rebobine, por favor

La generación del videoclub reivindica su pasado

Rebobine, por favor

Entre lo poco salvable de la floja y apocalíptica película de Netflix Dejar el mundo atrás, de la que todo el mundo hablaba hace no tanto y casi nadie se acuerda ya, está uno de sus planos finales, en el que una adolescente descubre en un búnker de lujo una librería con cintas de DVD entre las que está, junto a decenas de películas, Friends, su serie favorita. En un mundo sumido en el caos y el colapso por un sabotaje tecnológico, una muchacha recupera la esperanza gracias al descubrimiento del viejo formato físico.

No deja de ser paradójico que sea precisamente Netflix la plataforma tras ese guiño a los DVD el mismo año en que se despidió, tras un cuarto de siglo, su servicio postal de alquiler. Fue en primavera cuando el gigante del streaming anunció que a partir de otoño se desmantelaba su operación DVD.com. Los motivos: ante el cada vez “más menguado negocio” no podían “garantizar la calidad del servicio”. Para la despedida, Netflix lanzó desde una pantalla gigante situada en pleno Sunset Boulevard todo tipo de eslóganes: “El DVD siempre estará en nuestro ADN” o “No te des por vencido. Nuestro sueño empezó con unos DVD”.

La batería de propaganda no sirvió para frenar el caudal de artículos que en los últimos meses han lamentado el cierre de este servicio postal online. Y no solo por cuestiones románticas o de pura formación cinéfila. Para muchos estadounidenses que viven en lugares remotos con mala cobertura digital, el servicio de DVD.com seguía siendo la única forma de acceder al cine o las series que les interesaban. Lo cierto es que para muchos la noticia fue una sorpresa, comparándola con el inesperado obituario de una vieja gloria de Hollywood a la que todos daban por muerta. Este servicio, que desde 1998 repartió más de 5.200 millones de cintas a cuatro millones de usuarios fijos y cuyos fondos no se limitaban al catálogo de Netflix, nunca fue más allá de las fronteras estadounidenses.

Según datos de la propia compañía, la última película que entró en un sobre fue Valor de ley, el wéstern de 2010 de los hermanos Coen con Jeff Bridges de protagonista. En su último año, la más alquilada fue Top Gun: Maverick, excepto en Washington DC, donde lo fue Tár, quién sabe si por la familiaridad que tienen con el poder en esa ciudad; después de todo, el filme cuenta la historia de una abusiva directora de orquesta. Cate Blanchett, con 44,2 millones de discos, era la actriz “más alquilada”, dos millones por encima de la siguiente, Meryl Streep; y Clint Eastwood, el director más reclamado, con Gran Torino como su película más solicitada. El segundo y tercer puestos eran para Steven Spielberg y Martin Scorsese, respectivamente, y la película de los años veinte más popular entre los usuarios, Metrópolis, de Fritz Lang.

La columnista Melinda Delkic lamentó en The New York Times algo que a menudo se olvida entre la mareante oferta del streaming: sencillamente, hay miles de películas que ya será muy complicado encontrar. Ella se refería a una en concreto, Crossroads (2002), rodada a mayor gloria de Britney Spears. Si le ocurre a un título así, qué no sucederá si viajamos en el tiempo. El problema, además, no afecta solo a las cintas, sino también a unos equipos de lectura cada vez más obsoletos que acaban por dejar de funcionar.

El DVD sustituyó al VHS en 1996 y empezó su caída en 2008. La gran recesión y la irrupción del Blu-ray provocaron la tormenta perfecta. En los últimos años han florecido plataformas ciudadanas como Free Blockbuster para la distribución e intercambio de VHS, DVD y Blu-ray y además se ha vuelto a cierta nostalgia sobre los videoclubs en los que se nutrieron tantos espectadores, incluido uno de los mayores amantes del séptimo arte de la historia, François Truffaut, que cuando emergió el nuevo formato a principios de los ochenta se sumó a la tribu de los integrados con la siguiente frase: “Dado que soy cinéfilo, soy un amante del vídeo”. Ese acceso súbitamente universal también provocó cambios en el lenguaje artístico de las películas y en toda una generación de creadores marcados por esa nueva forma de consumo, con Quentin Tarantino a la cabeza.

La película El videoclub de Kim, disponible en Filmin, es un buen ejemplo de hasta dónde llegó la influencia del soporte. Se trata de un documental algo atolondrado sobre la mejor tienda de videos de Nueva York, un lugar que albergaba más de 55.000 cintas, entre ellas una importante colección de películas inencontrables y underground. La rocambolesca historia de esta colección incluye a la mafia siciliana, al polémico Vittorio Sgarbi —crítico de arte y hasta hace poco secretario de Cultura del Gobierno italiano— y a un grupo de fanáticos de aquel videoclub que lo aprendieron todo en sus estanterías.