´Tiburón´: 50 años de mandíbulas, aleta y nadar mirándote los pies
Varios libros y un documental conmemoran el medio siglo de la icónica película de Spielberg mientras los científicos tratan de quitarnos el miedo que originó y relativizan el peligro de los escualos
Spielberg posa con uno de los modelos de tiburón de su película.
¿Qué tiene dientes blancos, gana millones de dólares, devora mujeres y no es Warren Beatty? Valga el acertijo-chascarrillo políticamente incorrecto —estábamos en los setenta— del crítico y presentador televisivo Barry Norman (la respuesta era obviamente Jaws, Tiburón) para empezar a hablar de la famosa película de Steven Spielberg que justamente este viernes, 20 de junio, cumple la friolera de 50 años de su estreno (en Estados Unidos, en España llegó a las pantallas, tras presentarse en septiembre en el festival de San Sebastián, el 19 de diciembre, afortunadamente fuera de la temporada playera).
Todo en Tiburón, esa gran mezcla de mandíbulas, aleta y miedo a saber qué tienes debajo, obliga a usar el superlativo: estreno simultáneo en 400 cines de EE UU, taquillazo (primera película en recaudar más de 100 millones de dólares, lleva un total de cerca de 500, costó ocho), creación de todo un nuevo subgénero (acuático) del natural horror que llega hasta nuestros días con extensiones de sharkexplotation, como la saga de Sharknado o los filmes de Meg; lanzamiento de la carrera del cineasta más famoso de la historia, que logró independencia y libertad; psicosis colectiva mundial y generaciones de espectadores traumatizados, lecturas que encuentran en en el relato alusiones a Watergate, a la muerte de Sharon Tate, a la guerra del Vietnam, a la deshumanización y corrupción del capitalismo, a la lucha de clases y a la destrucción del way of life estadounidense...
Por no hablar del propio protagonista, un tiburón blanco enorme —aunque no desmesurado, 7,6 metros y tres toneladas, en la franja más alta de la especie: la película en eso se ciñó a la realidad— cuya aparición en el filme convertiría a estos poderosos y fascinantes animales en epítome de las fuerzas más oscuras y destructoras de la naturaleza, reactivando en millones de personas por la puerta grande el atávico miedo al mar y a sus criaturas. Adiós leones y tigres: a partir de la película, el gran devorador de hombres, de manera muy injusta a la vista de las estadísticas, pasó a ser en la mentalidad popular el tiburón blanco (Carcharodon carcharias). Con él, todas las otras especies de escualos, tiburones tigre, makos, martillo, zorro, toro, de puntas negras o blancas, gris, de arrecife, hasta las tintoreras, se convirtieron no ya en potencialmente peligrosas sino en letales y destructivas (y en consecuencia destructibles). No había aleta sobre la superficie de las olas ni sombra fusiforme bajo el océano que no estuviera enturbiada por una mancha roja de sangre (humana). El tiburón pasó a nadar procelosamente en el subconsciente colectivo, con alguna rara connotación sexual como denotan la portada de la novela y los carteles del filme, y a ser el enemigo público número 1.
El efectista tráiler estadounidense de la película, que fue pionera también en su gigantesca promoción, incluidas toallas de playa (!), establecía el tono de la propuesta: (recítese con voz profunda y ominosa) "Ahí afuera hay un animal que vive para matar. Atacará y devorará, como si Dios hubiera creado al diablo y este fuera... Tiburón".
El estupendo documental 50 años de Tiburón, de Antoine Coursat y Olivier Bennard, que puede verse en Movistar Plus + y es una de las cosas que nos llegan con el aniversario, además del libro de la conmemoración que ha publicado Notorious Ediciones en su colección dedicada a desmenuzar grandes películas o la edición conmemorativa de Planeta de la novela original de Peter Benchley con nueva traducción de Javier Calvo y material adicional, muestra el pánico que desataba en los cines el filme. Imágenes tomadas dentro de las salas dan fe de los sustos y angustias que provocaban escenas como la de la súbita aparición de la cabeza del pescador Ben Gardner, con una mueca macabra, en su bote semihundido mientras lo explora buceando el oceanógrafo Hooper (Richard Dreyffus). A la salida, comentarios de los espectadores: "He pasado muchísimo miedo", "ha sido horrible pero es buenísima"; "¿creéis que puede existir un tiburón así?, ´no sé, ¡pero no pienso volver a bañarme!"; ¿es la primera vez que la ve?, "no, la novena", ¿y qué le hace volver? "¡el tiburón!".
"La primera vez que la vimos, en Nueva York", explica en el documental la viuda de Benchley (fallecido en 2006), Wendy, "la gente estaba alucinada, aplaudía y chillaba. Al salir, Richard Dreyffus se puso a saltar y gritaba ´¡un éxito!´. Pero también estaba ese otro fenómeno de la psicosis combinada con angustia". Tiburón desató una enorme conmoción y una oleada de tiburonmanía: el bicho tuvo disco, Super Jaws, por los Seven Seas, y fue portada de Time. Hasta tal punto causó miedo a bañarse que una comunidad de Florida trató de denunciar la película por alejar a la gente de las playas.
El propio Ian Shaw, hijo del actor Robert Shaw, que encarnaba al correoso cazatiburones Quint, reconoce en el documental: "No me quería bañar ni en una piscina". Es lo que pasa cuando ves en pantalla como un tiburón se come a tu padre.
Spielberg, a la sazón un joven, ambicioso y bastante gamberro director de 27 años, con solo dos películas de experiencia, bordeó el desastre en el rodaje, que se prolongó una barbaridad sobre lo programado y se pasó de presupuesto. Algunas de las decisiones que tomó, como que apareciera poco el tiburón, estuvieron motivadas por la necesidad: los tres tiburones mecánicos que se construyeron, llamados todos Bruce, por el abogado del cineasta, y extraoficialmente "la gran mierda blanca", no funcionaban bien y no daban el pego; de hecho, en el primer ataque, el tiburón se hundió. El equipo lo pasó fatal en el agua, a los actores se les cruzaron los cables (como a los tiburones artificiales). El rodaje