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‘American Pie’: el misterio de una canción

Un documental repasa palabra a palabra uno de los temas más influyentes del siglo XX

La perspectiva siempre ayuda a evaluar los fenómenos. Ahora, medio siglo después de que Don McLean se diera a conocer en medio mundo con su American Pie, podemos proclamar sin titubeos que casi todo en ella era excepcional.

El cantautor Don McLean en la portada del disco de American Pie.‘American Pie’: el misterio de una canción

DOCUMENTAL

Un documental de Paramount+, The Day The Music Died (El día que murió la música), reconstruye ahora no solo la historia de la canción, sino que intenta despejar su significado casi palabra por palabra. Aviso urgente: ni siquiera con tan ilustre excusa, el autor ha querido soltar prenda sobre los grandes interrogantes que aún perviven sobre aquellos 119 versos.

El origen de toda la historia es de sobra conocido. Donald McLean era un chavalillo de 13 años que se ganaba unos centavos vendiendo periódicos por las calles de New Rochelle, en la periferia de Nueva York, aquel 3 de febrero de 1959 en que tres de los más célebres músicos del país, Buddy Holly, Ritchie Valens y Big Bopper, perdieron la vida cuando su avioneta se estrelló en un remoto maizal de Iowa.

Ese fue “el día en que la música murió” del que habla American Pie, un episodio traumático que con los años adquiriría una profunda dimensión simbólica: finalizaban los felices años cincuenta, una época cándida, esperanzada y de mirada inocente, e irrumpía la década de las grandes transformaciones, conmociones y conflictos, desde la Guerra Fría a Vietnam, los magnicidios (John Fitzgerald y Robert Kennedy, Martin Luther King) o la llegada del hombre a la Luna.

Tampoco fueron años sencillos para el joven McLean, traumatizado desde la súbita muerte de su padre, víctima de un infarto, cuando él apenas tenía 15 años.

Gran aficionado a la música de corte tradicional, en particular a The Weavers, Donald se granjeó cierta amistad con el folclorista por antonomasia de la ciudad, Pete Seeger, y comenzó a frecuentar los escenarios del Greenwich Village neoyorquino, el mismo barrio bohemio que había visto nacer a Dylan.

Solo que las perspectivas, en su caso, distaban de ser tan halagüeñas. Su estreno discográfico, Tapestry, pasó completamente desapercibido en 1970, por más que Carole King aprovechara ese mismo título para grabar solo un año más tarde uno de los álbumes más influyentes de la década. Y su pequeña discográfica, MediaArts, apenas invirtió en promoción cuando el segundo elepé, American Pie, vio la luz en octubre de 1971.

Sin embargo, aquella interminable perorata de ocho minutos largos con la que se abría el trabajo acabaría cambiándole la vida a su firmante.

Don se había propuesto “escribir una canción sobre el final del sueño americano” y asumió su propio reto con una pasión febril. En el documental de Paramount se desvela que la letra se escribió del tirón en apenas una hora y que la versión final de American Pie apenas aprovecha la mitad de los versos existentes.

“Podía haber llegado a los 16 minutos”, sentencia el productor de The Day The Music Died, Spencer Proffer, para quien lo más asombroso de este tema es que “le hablaba a su tiempo, pero en muchos aspectos sigue siendo aplicable al convulso momento actual”.

McLean aplicó de su amigo Pete Seeger la enseñanza de que toda canción, por muy narrativa que sea, ha de contar con un estribillo muy tarareable (”Bye bye, Miss American Pie. / Drove my chevy to the levee / but the levee was dry”; en español: Adiós, señorita tarta americana. / Llevé mi Chevy a la represa, pero la represa estaba seca). Y el productor del álbum, Ed Freeman, le dio el giro sonoro decisivo cuando invitó a la sesión a un cotizado pianista de estudio, Paul Griffin, habitual en las grabaciones de Dylan o Steely Dan.

  • Él fue quien imprimió a toda la pieza ese pálpito casi de góspel.

Había ya demasiadas baladas en el disco, desde Crossroads a Till Tomorrow, Empty Chairs o la bellísima Vincent, dedicada a Van Gogh, y ese acelerón en el metrónomo de American Pie resultó decisivo para que la canción fuera despegando en las radios estadounidenses.



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