Editoriales

Virus: en carne propia

  • Por: LIBERTAD GARCÍA CABRIALES
  • 10 NOVIEMBRE 2020
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Virus: en carne propia

Nunca me han atropellado, nunca he sabido lo que es el desafortunado accidente de sentirte embestida por un aparato locomotor. Gracias a Dios. Pero nunca como en días recientes me sentí atropellada, literalmente arrollada, traspuesta, sacudida desde los cabellos hasta los pies. Dicen bien: habitamos el mundo a través del cuerpo, con él pensamos y sentimos y aun nuestro espíritu se alberga dentro de nuestro ser corporal. Vivimos dentro, por y con el cuerpo. Por eso, cuando se pierde la feliz "inconsciencia del cuerpo sano", cuando la enfermedad toca nuestra puerta, algo muy profundo nos sacude.

No sé siquiera cuando empezó, pero hace muchos días algo se desacomodó en mi cuerpo. Diversos síntomas, ese andar apenitas, tratando de estar en pie, pero queriendo tirarte en cualquier superficie. Días buenos a los que se sucedían otros malos, hasta que de plano decidí ceder al reclamo  y acostarme. Desde ese momento, numerosos síntomas he experimentado hasta ahora que todavía cuesta teclear estas letras: intensos, diversos dolores y extrañas sensaciones en piernas, brazos, cabeza, garganta, pecho, espalda, además de fiebre, sudoraciones, escalofrío, tos seca, falta de apetito, insomnio, hormigueos en extremidades, además de angustia indescriptible y un intenso desguance. 

Ante el cuadro, me ordenaron hacer diversas pruebas. Ya el virus había pasado por mi casa sin tocarme, pero era necesario atender indicaciones médicas. Además soy de quienes han extremado las medidas de precaución. Las pruebas de sangre salieron positivas a un dengue reciente y a un coronavirus presente con baja carga viral. Pero mi estado general parecía cargar el peso del mundo entero. Mente positiva, me decían con buena intención algunas personas, cuando había momentos en que yo no sabía ni donde estaba mi cabeza, sometida a una extraña confusión. Hubo muchos días que ni siquiera  leer, una de mis pasiones más grandes, pude hacer. Y encima sin gota de agua en casa, acarreando cubetas con el cuerpo a rastras.

Dicen que cada quien padece los virus de forma distinta. Recientemente había leído un reportaje donde personas de diversas edades y ocupaciones relataban sus síntomas y dolores ante el Covid: una mujer de 33 años, atleta consumada, sana y bien alimentada dijo que ha sido como tener brea ardiente en el pecho. "Me sentía tan golpeado como si hubiera estado en una pelea contra Mike Tyson", dijo Henry de 44 años, mientras que Marco, un siquiatra de 73 señalaba que padeció la pérdida de toda la energía y el empuje, además su cerebro no funcionaba bien, un "coronaniebla", le llamó. Y casi todos coinciden: una fatiga  que no se parece a nada y parece no tener fin. 

En mi caso, los días pasaron y seguía decaída, engarrotada, tirada. Los resultados del hisopo llegaron negativos, pero el segundo en sangre seguía positivo, lo que demuestra la incertidumbre, el misterio que rodea al virus. Por el cuadro clínico, me dieron tratamiento para evitar complicaciones, además de más estudios que venturosamente salieron bien y un tercer análisis que por fin salió negativo. Tuvieron que pasar 24 días para levantar cabeza, aunque confieso, todavía padezco debilidad, dolores, agobio. Y eso que afortunadamente fue considerado "leve". Pero con desgaste en muchos sentidos, más al enterarme de amigos queridos que partieron al eterno jardín.

Con todo, ninguna cosa padecida tendría sentido, sin la experiencia del amor, el apoyo, la presencia de Dios que habita en tanta gente acompañándome. Las palabras no alcanzan cuando lo que quieres decir desborda el alma, decía bien Cortázar. Pero escribo y apelo a las letras de mi corazón para expresar mi gratitud. A los médicos por supuesto, los médicos amigos fundamentalmente, quienes me han tomado de su mano sin soltarme. ¡Gracias infinitas!. A mi amada familia toda por todo y tanto. A mis hijos y a Roberto, a mis nietos, hermanas, primos, sobrinos, yernos y cuñados. Muy especialmente a mi madre por  sus oraciones que son esencia de amor infinito. A mis amigas y amigos, gracias siempre por ser y estar. Ya lo dijo Serrat: "el dolor hermana más que la risa". Incluso ahora, que hemos aprendido el difícil arte de sentir los abrazos a distancia.

El dolor es un maestro muy eficaz.  Y aunque este mundo pretende enseñarnos a temerle, a huirle, a evadirlo; siempre llega, igual que la muerte. Es lo oscuro lo que nos deja ver las estrellas, decía Emerson. Precisamente por eso, amar la vida, agradecerla, debe ser nuestro mayor empeño. Amar a Dios y amarlo en los otros. Asumir conciencia del compromiso que cada quien tenemos ahora al cuidarnos y cuidar a los otros. Mientras escribo, después de tres semanas sin hacerlo y escuchando la maravillosa sonata para dos pianos de Mozart; agradezco al cielo la dolorosa experiencia que me permite fortalecerme emocional y espiritualmente, valorar más la vida, el amor, vivir cada día como el primero, como el último. Ya lo dijo Sabines: este es el tiempo de vivir, el único. 

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