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¿Quién vive y quién muere?

Aunque se han escrito diversos análisis criticando la existencia de la Guía, lo cierto es que es indispensable que existan documentos de esta naturaleza, tal como enfáticamente lo ha recomendado la OMS

Estamos en el momento más duro del impacto de la pandemia por coronavirus. Abundan las informaciones en las que se da cuenta de hospitales saturados, de salas de espera que colapsan, de insuficiencia de equipos de protección para el personal médico y de una alarmante escasez de equipos de respiración asistida.

Es justamente en este contexto en el que se hace necesaria la aplicación de la Guía Bioética para la Asignación de Recursos Críticos que fue aprobada hace poco por el Consejo de Salubridad General. Detrás de su pomposo título se esconde una cuestión sencilla de plantear pero muy difícil de aplicar: ¿a qué pacientes se les debe dar preferencia cuando el material de asistencia hospitalaria se vuelve escaso y cuando la disponibilidad de recursos no alcanza para todos los pacientes que acuden en búsqueda de un tratamiento contra el Coronavirus?

¿Quién vive y quién muere?

Aunque se han escrito diversos análisis criticando la existencia de la Guía, lo cierto es que es indispensable que existan documentos de esta naturaleza, tal como enfáticamente lo ha recomendado la Organización Mundial de la Salud. Contar con esas guías ayuda a los profesionales de la medicina a poder tomar decisiones con base en criterios objetivos, en situaciones que siempre comportan altos niveles de estrés y mucha presión por parte de todos los involucrados.

Además, en documentos como la Guía Bioética se establecen los procedimientos de toma de decisiones en momentos críticos, cuando la demanda de servicios médicos se encuentra rebasada y cuando las capacidades de respuesta institucional ya no son suficientes. Hay que decidir sobre la vida y sobre la muerte de personas de carne y hueso, personas que tienen familiares esperando y rezando por sus vidas, personas que quieren seguir respirando y a quienes les ilusiona poder volver a sus actividades cotidianas.

Nadie hubiera querido llegar ante la situación límite en la que nos encontramos. Las autoridades llevan varios meses advirtiendo que debíamos evitar en la mayor medida posible salir de nuestras casa, dado el carácter altamente contagioso del coronavirus y el impacto tan duro que produce sobre nuestra salud. Muchas personas no hicieron caso. Los ejemplos de incumplimiento de la Jornada Nacional de Sana Distancia han abarrotado las redes sociales. Las consecuencias las estamos viendo en nuestros hospitales.

Algunos líderes mundiales, como la Canciller Ángela Merkel en Alemania o el destacado pensador Yuval Noah Harari desde Israel advirtieron tempranamente que la lucha contra el coronavirus era el reto más duro al que se había enfrentado la humanidad desde la Segunda Guerra Mundial. Muchos siguieron con su actitud desdeñosa e indolente, compartiendo noticias falsas y memes en las redes sociales. Esas actitudes irresponsables e insolidarias, nos van a costar carísimas. 

El impacto de la crisis se va a sentir no solamente en los hospitales, sino también en las escuelas, en las empresas, en las fábricas y en los tribunales. Falta mucho para que podamos volver a lo que antes definíamos como nuestra cotidiana “normalidad”. Hay demasiadas incógnitas sobre la propagación del virus, sobre posibles “segundas olas”, sobre el desarrollo de capacidades de inmunidad colectiva y sobre la tan esperada vacuna.

El mundo cambió durante los primeros meses del año 2020. Será un momento que quedará inscrito en los libros de historia. Ojalá muchos de nosotros podamos contarlo a nuestros nietos dentro de unos años, pero miles de personas ya no podrán hacerlo. Muchos no habrán podido superar este trágico momento, en el que nos dimos cuenta de lo importante que es contar con buenos líderes políticos, en vez de los nefastos populistas tipo Trump o Bolsonaro. También nos dimos cuenta que hay que invertir más en nuestros sistemas de salud, para anticiparnos a la siguiente pandemia, para elevar los niveles de atención sanitaria y mejorar la calidad de vida de los ciudadanos.

Necesitamos mejores políticos, mejores sistemas de salud y también (por supuesto) mejores medios de comunicación, así como ciudadanos responsables que hagan del cuidado de la salud un objetivo común. Esas son las lecciones que va a dejar la pandemia. Ojalá que no las olvidemos pronto.