Editoriales

Por Fátima, por todos...

  • Por: LIBERTAD GARCÍA CABRIALES
  • 25 FEBRERO 2020
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Por Fátima, por todos...

La maldad existe. No podemos negarlo. Nos aterra, nos estremece, nos indigna, nos sorprende, nos invade. Lo malo parece estar en todas partes, meterse en cualquier rendija para mostrar su fuerza. No hay día que no se piense o se sienta. Lo percibimos, lo vemos, lo palpamos, lo padecemos.

¿Qué persona consciente puede decir que no ha sentido maldad de alguna manera? Presente en lo cotidiano, tal vez su mayor peso esté en la historia, donde la encontramos hasta debajo de las piedras. Ejemplos sobran y muchos de ellos provocan escalofrío.  

Una narrativa colmada de maldad es la de nuestra humanidad. Y la encontramos lo mismo en la Biblia que en los libros de historia académica. Desde Caín, hasta Hitler, pasando por Calígula, Atila, Nerón, Torquemada, Huerta, Idi Amín Dada. Sin olvidar al mismísimo Rey David que con toda su prosapia tuvo su vergonzante momento de maldad cuando mandó al matadero al esposo de la mujer que deseaba. Pero no sólo monarcas y gobernantes figuran en estas listas de emblemática maldad, también están personas de a pie, gente común que de pronto sorprende con el horror. Bastante hemos sabido de esto en nuestro país últimamente.  

Hobbes hablaba del hombre como lobo del hombre. Nelson Mandela decía que la maldad no es innata: nadie nace malo, se hace a lo largo de la vida. ¿Pero cuál es el detonante de la maldad en un ser humano? ¿En qué momento se pierde la naturaleza primigenia para encarnar lo malo? ¿Cómo y por qué se desarrolla esa parte oscura que favorece el mal? Nada fácil es la respuesta. Filósofos, psicólogos, teólogos, neurocientíficos, entre otros pensadores, se han ocupado de la cuestión, pero el mal se sigue propagando. Carl Jung, quien bastante estudió el tema, afirmaba que todos estamos constituidos por luz y oscuridad y que la sombra se desarrolla en todos durante la infancia a través del miedo, envidia,  egoísmo y enojo entre otras cosas; pero el encuentro con nuestra sombra, nuestro reconocimiento de ella, puede ser que no se de en toda la vida.

Resulta bastante complejo, pero vemos su reflejo en muchas acciones. Gente que no reconoce su sombra pero ejerce maldad, daño con sus acciones. Si no pregúntese usted cómo puede alguien "exitoso", "educado", que nunca padeció hambre ni pobreza, que creció con mimos y comodidades; ser capaz de robar tanto, de meterse en complicidades y "negocios" sucios, a tal grado de haber sido aprehendido recientemente en una colonia de "súper millonarios", pesando sobre él cargos de corrupción calculados en miles de millones. ¿Y cómo él, cuántos? Gente que parecía decente y terminaron construyendo emporios a costa del dinero público. Porque así como los delincuentes se ensucian de sangre, otros lo hacen lucrando con los recursos que deberían ser para el bienestar de la gente. 

Pero volvamos a la pregunta. ¿Cómo se rompe esa fina línea qué introduce al mal? ¿Qué fue lo que motivó a los asesinos de la pequeña Fátima a terminar con su vida de forma tan cruel y violenta? Ríos de tinta se han escrito al respecto, pero seguimos sin comprender la tragedia. La historiadora de la infancia Susana Susenki, habla del caso de Fátima como un "caso ventana", un caso emblemático entre tantos que nos permite observar desde varios ángulos por qué sucede lo que sucede: "Un hombre exige una ofrenda a una mujer que le entrega a una niña como víctima para ese sacrificio inefable". Una ofrenda más en un país donde estas han sido la constante en muchas formas. Duele en el alma escribirlo, pero es realidad. Una historia nacional como "fuente inagotable de ejemplos donde los cuerpos infantiles han sido usados y abusados, vendidos y rentados, transformados y violentados". "Una historia de negligencia ante el abuso, de protección e impunidad para los pederastas", dice la estudiosa.

Una historia donde hay niños y niñas abusados, pero registrada en un país con alta carga machista, donde la dolorosa muerte de la pequeña Fátima es un reflejo de la repetida violencia, abuso, menosprecio, desigualdad, silencio, impunidad, acoso, agravios hacia  las mujeres. Una carga padecida por todas de alguna manera y es necesario reconocer para revertir. Una demanda legítima, una herida profunda que ahora parece desvanecerse entre los reconcomios políticos, entre la dañina polarización que tantos prohíjan. Porque mire usted, es muy triste ver el desdén de unos e indignante la hipocresía de otros  que jamás han sido solidarios con la causa de las mujeres, ahora sumándose enjundiosos. 

Y no se trata de pelear con los hombres, sé de muchos que también padecen las masculinidades mal entendidas. Se trata de poner el acento en lo esencial y luchar unidos para revertir el dolor y la muerte. Y no se trata solamente de la lucha de un día. Lo que cada quien decida en conciencia el día 9 es respetable. Se trata de un camino para toda la vida, de una forma de estar en el mundo más justa y equitativa. Se trata de reflexionar y actuar. Por Fátima, en su memoria. Por todos...

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