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La travesía de la anguila
Durante siglos, nadie supo de dónde salían las anguilas europeas. A falta de pruebas, Aristóteles propuso que salían del lodo. Generación espontánea. Lo cierto es que no había pruebas de que las anguilas tuvieran alguna especie de infancia; ningún pescador había encontrado algo que se pareciera remotamente a una anguila bebé. A principios del siglo XIX una hipótesis fue lanzada; las anguilas que habitan los ríos y lagos de América y Europa no se reproducen en esos ecosistemas sino a miles de kilómetros de distancia, en el Mar de los Sargazos.
El Mar de los Sargazos, ubicado en el Atlántico Norte es el único mar que no está delimitado por costas sino por corrientes marinas. La posibilidad de que este mar fuera el epicentro de la reproducción de estos peces significaba un viaje prácticamente imposible para lograr la continuación de la especie. Estudios recientes han confirmado esta hipótesis, las anguilas europeas y americanas viven su vida en las aguas internas de los continentes, pero nacen y mueren en el Mar de los Sargazos.
El viaje de la anguila es tan impresionante que parecería imposible. Al nacer, las larvas nadan un año entero para llegar a las costas de los continentes que poblarán. Durante este tiempo sufren transformaciones importantes en su cuerpo para convertirse en lo que se conoce como anguilas de vidrio, y finalmente en anguilas maduras. El sexo de las anguilas depende de la salinidad del agua y por ello, las hembras y los machos se asientan en diferentes ecosistemas. Aún así, las anguilas viven la mayor parte de su vida en los ríos hasta que un verano deciden cumplir su misión de vida y reproducirse.
Este es el momento clave en la vida de una anguila: para reproducirse, las anguilas abandonan el agua dulce, y comienzan un viaje de 6,000 kilómetros rumbo al Mar de los Sargazos donde pondrán sus huevecillos. Al emprender el viaje, las anguilas sufren una nueva transformación, sus ojos se agrandan, sus cuerpos se vuelven plateados y sus intestinos se cierran. Entonces las anguilas entran en un frenesí, una obstinada obsesión con cumplir su misión de vida. A partir de ese momento la anguila no volverá a comer ni parará de nadar. Machos y hembras se reúnen y emprenden un viaje conjunto entre ríos, lagos, y finalmente el mar. Una vez que lleguen, pondrán sus huevecillos y morirán. Irónicamente el viaje que emprenden para dar vida, es también el viaje que las verá morir.
Hay algo sumamente simbólico en la determinación de las anguilas por llegar a su destino. Una determinación tan marcada que las anguilas prescinden de comer para no perder tiempo ni energía. En lugar de eso, sobreviven meses con su energía acumulada y la canalizan toda en un último gran esfuerzo: tener crías. Esta determinación vendrá a un costo muy alto: las anguilas sacrifican su vida para garantizar la supervivencia de su especie. Por cada anguila que muere habrá 9,000 huevos nuevos.
La odisea de las anguilas es un recordatorio de que a veces hay que hacer grandes sacrificios para lograr grandes dividendos. Cada año nuevo nos ponemos metas y propósitos que muchas veces no cumplimos. Es fácil dejarse arrastrar por la rutina, la comodidad o el miedo, pero las anguilas nos recuerdan que la determinación tiene grandes beneficios.
El 2021 fue una año extraño, mucha gente hemos perdido a seres queridos, muchos otros han sido atrapados por la angustia o la soledad. Pero el aislamiento físico y el dolor también vienen con la posibilidad de tiempo para pensar y reflexionar, para valorar y empatizar. Las anguilas tardan un año en emprender su viaje, ahora el 2022 haríamos bien en emprender el nuestro. En sacrificar un poco de confort y rutina por lograr lo que queremos como sociedad, como país, como individuos. Emprender el viaje de las anguilas sin mirar atrás. Es un viaje largo y complicado, pero con un gran premio. Dentro de un año, cuando estemos recapitulando el 2022 podremos decir que fue el año en el que logramos salir del pantano para llegar al mar.