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La nueva normalidad en la política
Mucho de lo que se escribe para denostar se combina, entre hechos que pueden resultar reales, con la imaginación experimentada de aquellos comunicadores que han tejido relaciones de interés con actores políticos
No cabe duda que la pandemia nos trajo una nueva normalidad en prácticamente todos los aspectos de nuestra vida. La nueva normalidad también es una realidad en la política mexicana y, en los dos casos, ciudadanos, líderes de opinión, actores políticos e instituciones políticas tendremos que acostumbrarnos a ella.
En la política, la nueva normalidad es la denostación, la descalificación, el montaje de hechos y las suposiciones que tratan de imponerse como verdades; acostumbrémonos, son y serán acrecentadamente el pan de cada día.
Nadie está exento de vivir o haber vivido un embate a través de medios informativos; algunos de estos medios, claramente al servicio de intereses políticos o de actores que circunstancial y transitoriamente son las estrellas del momento. Utilizar cualquier espacio posible para golpear, denostar, calumniar y, evidentemente, desinformar es y, parece, será la constante entre la relación de políticos y comunicadores.
Es común observar cómo algunos columnistas o medios informativos usan las recurrentes frases: “atribuible a…”, “nos cuentan que…”, “dicen que dijo..”, “trascendió que…”; esas palabras implican que puede ser o no puede ser verdad lo que se escribe, sólo es especulación.
Por lo menos hoy, algunos cuidan esa formalidad, para evitarse desmentidos o acciones legales; sin embargo, el objetivo es claro y se sujeta a un extraordinario dicho mexicano: “La reputación es como el confeti, una vez que se esparce difícilmente se recoge completo”.
Mucho de lo que se escribe para denostar se combina, entre hechos que pueden resultar reales, con la imaginación experimentada de aquellos comunicadores que han tejido relaciones de interés con actores políticos. El contubernio entre actores políticos y algunos comunicadores es algo que se ha vivido durante décadas. Y ¿cómo opera? Está claro, quien cuente con más recursos económicos, políticos o gubernamentales podrá generar mayor difusión.
Hay un trabalenguas extraordinario que se utiliza para mejorar el desarrollo lingüístico, que a la letra dice: “El dicho que a ti te han dicho que dicen que he dicho yo, está mal dicho pues si lo hubiera dicho yo, estaría mejor dicho que el dicho que a ti te han dicho que dicen que he dicho yo”. En eso se traduce la combinación de lo que hoy, lamentablemente, observamos entre protagonistas de la vida política y a quienes han elegido como sus adversarios, normalmente se elige al adversario más débil.
Tratar de imponer una verdad que es falsa sólo se puede lograr cuando esta se repite muchas veces. Por eso es común observar la repetición de trascendidos y columnas o “refritos”, que en algún momento comunicadores dieron a conocer o hicieron para sostener una línea mediática que, al tiempo, merme lo más posible el prestigio de las personas.
No será extraño que entre más nos aproximemos al proceso electoral, se incrementen los embates. Está claro que para algunos, por su condición actual, ya no serán colocados como adversarios políticos; sin embargo, aún está pendiente la venganza, la revancha a través de la difamación; lo que es más grave aún, cuando terceros pretenden inducir o direccionar actores políticos que ostentan el poder, alterando la verdad para cumplir sus venganzas a través de otros. Y entonces pareciera el crimen perfecto: “Concreté mi venganza sin mancharme las manos”.
Qué lamentable que no se escuche el llamado a la reconciliación nacional. Es lamentable que esta nueva normalidad nos aparte cada vez más y más de los ciudadanos, de las personas pie-tierra que, al pensar en cualquier político, lleva implícita la desconfianza, el descrédito y la descalificación. Para aquellos que cuentan con un espacio informativo y se han entregado al servicio de los intereses políticos o económicos, al tiempo notarán que la palabra “chayote” cada vez es más común entre el lenguaje de los ciudadanos o más grave aún, cuando se dice ser un profesionista de la comunicación, sin serlo. La historia nunca cuenta un final definitivo.