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La ira de todos
López Obrador enfrenta el difícil equilibrio entre las necesidades de la gobernanza y la libre expresión de las reivindicaciones
¿Qué puede hacer un Gobierno “para el pueblo” cuando lo rebasan las demandas populares? El lunes una veintena de muchachos colapsaron la ciudad de Cuernavaca, en México, porque no recibirán o se retrasarán las becas del programa Jóvenes construyendo el futuro.
Durante meses campesinos han bloqueado carreteras en demanda de los fertilizantes prometidos. Padres de niños aquejados de cáncer han sitiado hospitales públicos en protesta por la suspensión en la entrega de medicinas. Es un patrón que comienza a generalizarse y amenaza en convertirse en un frente inesperado contra “el Gobierno para los pobres” de Andrés Manuel López Obrador. Un frente que surge de entre sus propias filas o, en todo caso, de los sectores en teoría beneficiados por el Gobierno del cambio.
La escasez de recursos no suele extraer lo mejor de los seres humanos. Más allá de algunas muestras de solidaridad aisladas, en situaciones desesperadas las personas ven por sí mismas y por la supervivencia de los suyos.
Y no es algo que solo veamos en la literatura y películas distópicas del fin del mundo; lo observamos todos los días: la veintena de padres de familia que bloquean una vía rápida para exigir mejoras en una escuela pública, aunque en el proceso condenen a decenas de miles de ciudadanos a quedar embotellados; los vecinos de una colonia irregular que demandan agua potable a cambio de liberar la autopista entre Puebla y Ciudad de México y un largo etcétera.
Hace una semana, en este espacio, hice referencia al éxito político del Gobierno de López Obrador con altos niveles de aprobación y un control del poder como no se había visto en México en varias décadas. Para su desgracia, decíamos, no ha gozado de un éxito similar en materia económica. Por el contrario, se perfila un crecimiento muy pobre o de plano una situación de estancamiento (las razones son diversas y escapan a este espacio).
En plata pura, esto significa que una multitud de expectativas sociales dejarán de cumplirse pese a las mejores intenciones del soberano. Eso condena a la Administración a enfrentar el difícil equilibrio entre las necesidades de la gobernanza y la estabilidad, por un lado y, por otro, la libre expresión de las reivindicaciones y los derechos humanos en una sociedad tan enfurecida y exasperada como la nuestra.
¿Qué hace un Gobierno políticamente fuerte cuando las exigencias de la sociedad lo rebasan y ponen en riesgo la estabilidad? Por lo general las opciones más socorridas son: 1) Endeudamiento público para generar recursos adicionales y paliar las demandas más urgentes; algo que AMLO ha rechazado una y otra vez en aras de la estabilidad económica. 2) Redistribución social, quitar a unos para apaciguar a otros; un escenario imposible en México porque los ricos y las clases medias tienen aún mayor capacidad que los pobres para desestabilizar al país. 3) Control social y represión de los grupos inconformes; algo que el presidente ha rechazado incluso en los casos en los que los manifestantes han apaleado a las fuerzas armadas.
Muy probablemente el Gobierno tendrá que recurrir tarde o temprano a alguna de estas tres opciones (o a una mezcla moderada de las tres). Y es que la tendencia a arruinar la vida de los otros con tal de resolver un problema particular no hace sino aumentar. La rebatinga social se ha generalizado y con cierta razón.
Los grupos desprotegidos observaron durante años la manera en que los de arriba se apropiaron con voracidad de los bienes públicos. El ascenso de un Gobierno de cambio extendió la sensación de que había llegado su turno y disparó la impaciencia. Y muchos de estos grupos asumen que están en su derecho al tomar por medio de acciones particulares lo que no llega o no se cumple por vía de las políticas públicas.
De allí el descarrilamiento y saqueo de trenes, el desvalijamiento de bodegas, los linchamientos contra presuntos delincuentes, el bloqueo de carreteras y ciudades al menor pretexto. El Gobierno del cambio corre el riesgo de ser rebasado por la izquierda y las perspectivas que eso entraña no son saludables. Paradójicamente cuando eso sucede las sociedades terminan en un callejón con dos salidas opuestas: la radicalización (en nuestro caso, inviable porque somos un país demasiado interdependiente) o el Gobierno autoritario y militarizado que estabiliza por la fuerza.
Ojalá que mucho antes de llegar a ese callejón el Gobierno de la 4T gestione esta impaciencia. No será fácil, pero mejor ahora antes de que sea demasiado tarde.