Editoriales

La frontera del odio

  • Por: LIBERTAD GARCÍA CABRIALES
  • 13 AGOSTO 2019
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La frontera del odio

Siempre me he preguntado: ¿en qué momento un ser humano comienza a sentir odio? ¿Cuál es el instante en que alguien cruza la frontera hacia el odio para ejercer los peores daños contra otros humanos?  Una pregunta de difícil respuesta, aun para los especialistas, porque muchos pueden ser los resortes de la gente que odia y siembra odio. El diccionario define a la palabra odio como "un sentimiento profundo de repulsión hacia alguien, que provoca el deseo de hacerle daño o desearle una desgracia". La definición en palabras suena fuerte, pero mucho más fuerte es el daño que puede provocar en los hechos.

Los estudiosos hablan que los seres humanos transitamos entre las pulsiones de vida y las pulsiones de muerte. Eros y Tánatos. Uno buscando la conservación de la vida y el otro en dirección contraria. El mismísimo Freud señalaba que la pulsión de destrucción es guiada por el odio. Y aunque en nuestra vida diaria vemos al odio ligado al amor, porque sin duda son sentimientos encontrados, los psicólogos señalan que "el odio y el amor no parten de algo en común, pues sus orígenes son distintos". El odio parte del ego, cuando se siente amenazado y transforma al otro en enemigo. Es decir, una persona empieza a odiar desde dentro, cuando siente peligrar su ser y su entorno.

No sé usted que piense, si ha sentido en las entrañas el veneno del odio, si ha podido dominarlo o si ha provocado daño a alguien con esa pulsión. La vida es un continuo campo de batalla entre el bien y el mal decía Jung. El ser humano está luchando todo el tiempo contra sus demonios interiores. Algunos ganan la batalla, otros sucumben ante el odio y provocan destrucción. La historia universal está llena de ejemplos; lo mismo en reyes, gobernantes o simples mortales. Adolfo Hitler es un modelo emblemático del pernicioso ejercicio del odio. Amenazado por lo que consideraba contrario a la supremacía de su raza, decidió acabar brutalmente con la vida de millones de seres humanos en un genocidio que avergüenza a la humanidad entera.

Pero no sólo los poderosos son corroídos por el odio. También las personas comunes y corrientes pueden sentirlo y provocar daño. Ahí están los millones de casos de violencia doméstica, los feminicidios, los asesinos en serie, los fanáticos que incluso están dispuestos a matar muriendo. En ese contexto, el reciente caso de Patrick Crusius, quien disparó contra una multitud  inocente en un centro comercial de El Paso Texas, frontera con nuestra nación, causándole la muerte a más de 20 personas, además de herir gravemente a otras tantas. Un crimen de odio perpetrado contra la comunidad latina, con el argumento de una "invasión hispana de Texas". 

Y uno se pregunta cómo un joven de 21 años traspasó la frontera del odio para viajar durante muchas horas desde su casa y cometer la peor masacre contra mexicanos, después de publicar un manifiesto que subrayaba su temor de que los hispanos tomaran el control de los gobiernos local y estatal de su amado Texas. Un asesino seguramente ignorante de la historia que dice quiénes fueron los dueños de ese territorio y de dónde vino verdaderamente la invasión. Porque si hay un estado del país vecino que tiene una fuerte raigambre mexicana, además de una enorme cantidad de habitantes de origen hispano que sigue moviendo la economía, la vida del territorio, es Texas. Y aunque no podemos cambiar la historia, si debemos recordarla y buscar evitar más odio, más desgracia.

Pero esta vez, dolorosamente vemos como el odio le ganó la partida a la razón en el acto de un joven creyendo defender a su país con la teoría supremacista del reemplazo cultural y étnico producto de lo que él llama "la invasión". Y ante ello no puedo evitar pensar en las víctimas, en el miedo que sintieron todos esos minutos que Crusius, el joven asesino estuvo disparando contra ellos, en los familiares de los muertos y heridos que rondaban entre los dos y los ochenta y dos años de edad, en el dolor de tantos, en el baño de inocente sangre, en las pérdidas. 

La tragedia ocurrida en El Paso Texas, nos debe mover a reflexión acerca del grave daño que puede ocasionar el odio. Traspasar la frontera del odio es, en cualquier persona, entrar a un territorio de destrucción. Nadie nace odiando, decía bien Nelson Mandela, el odio se construye, se aprende, igual que el amor y nuestro compromiso es no darle paso en nuestro corazón, no traspasar esa frontera que puede llevarnos a pequeños y grandes abismos. Para combatir el odio está su contrario. No hay odio donde hay amor, cantan los jóvenes que apuestan por la esperanza. Cantemos con ellos. Nos va la vida en ello. 

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