Guasón: la mirada en el espejo
No me gusta cuando escribes de cosas tristes, me dijo alguna vez una buena amiga. Así es la vida, le contesté, no todo es belleza y a veces toca hablar de temas "tristes". Pienso en eso ahora que empiezo a escribir. Mucha gente prefiere distanciarse del horror cotidiano, voltearle la cara a una realidad desoladora y mirar sólo lo bello. Pero por más que cerremos los ojos, ahí está la angustia, el miedo, el dolor, la violencia, la injusticia, la podredumbre. Y tenemos que hablar de ello, porque es la única manera de entenderlo, de quitarle poder.
Aclaro que no soy crítica de cine y sólo hablo desde mi experiencia frente a la pantalla grande, en la butaca; ese espacio muchas veces convertido en depositario de una y mil emociones, uno y mil pensamientos. La butaca desde donde nos miramos al espejo que el séptimo arte nos ofrece con las buenas cintas. Así hace unos días con El Guasón, una película que para mí es una obra de arte cinematográfica por su poderoso mensaje, su bellísima fotografía, su memorable música, su magistral actuación y su entrañable historia.
El Guasón es de esas cintas que requieren estómago para no salir corriendo, pero una vez que terminan, uno agradece haberse quedado. Así me pasó y confieso que podría verla dos o tres veces más para captar los detalles, para gozar las tomas, incluso para volver a ver y escuchar el horror. Lo dice Costa Meneses: "el cine sólo es importante si se usa para hablar de esas cosas que la gente no quiere hablar; por el contrario es una herramienta de la vanidad". De eso va el filme dirigido por Todd Phillips. Estar al filo de la butaca sintiendo y presintiendo la desolación, pero al mismo tiempo agradeciendo ese develar lo más profundo de la naturaleza humana.
A grandes rasgos para que usted vaya a verla le cuento que la película es acerca de un hombre marginado y atormentado interior y exteriormente. Se llama Arthur Fleck y su sueño es llegar a ser un comediante de televisión. Pero entre la realidad y el deseo hay mucho trecho y mucho maltrato. Víctima de abuso infantil, enfermo mental, rechazado por todos, imaginando el amor que no tiene, privado de sus terapias y sus medicinas por los recortes al gasto social, maltratado y despedido en su trabajo, termina gestando un crimen que lo convierte sin querer en el ícono de una revuelta social.
El Guasón, que poco tiene que ver con el cómic, es magistralmente representado por Joaquín Phoenix, quien hace de su cuerpo poesía en escena. El rostro que ríe llorando, los brazos y piernas moviéndose en una danza que es canto a la vida pese las profundas heridas. La extraordinaria actuación de Phoenix, es la mejor introducción al provocador y poderoso mensaje de la cinta: las miserias humanas en una ciudad colmada de basura y ratas. Metáfora que exhibe la corrupción rampante, la podredumbre y la hipocresía en ciudad Gótica, que puede ser cualquier ciudad. Porque eso que vemos en la cinta está en todas partes: El desprecio a los pobres, el rechazo a los enfermos mentales, la indiferencia hacia los migrantes, la discriminación a los diferentes. Una película que exhibe brutalmente la falta de empatía por los marginados como bien dice Michael Moore. Y el cineasta va más allá preguntándose: ¿Qué pasaría si los desposeídos deciden un día contraatacar?
La violencia gestada en la mente del perturbado Guasón, como la de tantos delincuentes, es terrible, reprobable sin duda. Pero peor crimen es el de quienes lucran, explotan y ejercen la corrupción quitándole la esperanza a tanta gente. Las ratas de ciudad Gótica no están sólo en la ficción por desgracia y en cada acto de corrupción, en cada estafa, se gesta más pobreza y más violencia. Lo dice bien Eudoro Fonseca: "en un mundo de "mirreyes" de la política y los negocios, los "losers" son invisibles, humanidad negada, condenados al inframundo de la miseria y la violencia".
No es la violencia de la película lo que más debe espantarnos, es el espejo de una realidad aterradora donde se vive la injusticia, la miseria y la violencia verdaderas, lo que debe ocuparnos. Lo sucedido en Ecuador estos días es una advertencia real para asumir el compromiso de revertir tanta injusticia, tanto abandono. El Guasón pidió a gritos amor y no se lo dieron. Ojala que la ficción nos haga voltear a ver la realidad y nos oriente hacia la empatía, la sensibilidad, la humanización. No podemos seguir viviendo en nuestros pequeños mundos, mientras afuera hay tanto por hacer. Empecemos por la compasión, esa palabra poderosa que no es lástima sino acción. Padecer con los que más padecen. Hacer por ellos.
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