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En la víspera del diluvio
¡Agárrense, porque viene el diluvio! La democracia no se construyó en un día, pero puede destruirse en unas horas. La destrucción opera en las leyes, las instituciones, las costumbres, la esperanza. En las leyes, con disposiciones que producen los efectos devastadores, que hemos visto. En las instituciones, con embestidas como las desplegadas contra los órganos electorales. En las costumbres, con imposiciones que exhuman cadáveres autoritarios que creímos sepultados. Y en la esperanza, porque esas andanadas arruinan la obra de muchas generaciones y cancelan las expectativas de millones de ciudadanos.
Para nadie pasa inadvertido que desde la tribuna del poder se ha emprendido una cruzada contra la democracia. Adherida al pasado, esa cruzada nos cierra el paso al futuro. Quien la preside se dice caudillo de la democracia, pero combate con encono a quienes pretenden detener la avalancha de medidas autoritarias. Desde su cuartel supremo, una sala de mando, promueve la tormenta que deben soportar muchas instituciones, condenadas a la rendición o la ruina.
Es inconcebible que un Jefe de Estado califique a sus críticos como traidores a la patria, reaccionarios, derrotados morales; que impugne con invectivas, jamás con argumentos, la legitimidad de los organismos que garantizan la pulcritud de los procesos electorales, inclusive el que lo instaló en el trono; que intimide a quienes invocan el amparo de una Constitución que prometió cumplir y hacer cumplir; que bendiga postulaciones y maniobras grotescas que encaraman candidatos y fabrican gobernantes. Todos los servidores públicos están obligados a respetar y garantizar los derechos fundamentales de los habitantes de la República, pero ese deber recae con especial acento sobre el servidor de más alto rango: el presidente de los Estados Unidos Mexicanos, gran obligado a unir, respetar, garantizar, conciliar. Sin embargo.....
Es larga la historia de nuestro viaje hacia la democracia: una prolongada travesía que hoy avanza con destino incierto. Estamos en un tiempo sombrío. Las crónicas de la vida política, azarosa y a menudo violenta, dan cuenta de ese tránsito difícil. Una de ellas, la más reciente hasta donde tengo noticia, se debe a Lorenzo Córdova —que algo sabe de los vientos huracanados y los ha soportado con entereza— y Ernesto Núñez, bajo un título sugerente: "La democracia no se construyó en un día". Muchos ciudadanos de ayer y de ahora podríamos agregar líneas a ese relato, referir experiencias y narrar batallas de las que fuimos actores o testigos. Y otros más —decenas de millones— deberán incorporar en estas horas el testimonio de sus reflexiones y sus acciones. Entre ellos, forjadores del nuevo capítulo de la democracia, figuran muchos que me hacen el honor de leer estas líneas.
Está a la mano una fecha clave para la historia del país. En todos los hogares se delibera y en muchos foros se elevan las palabras de ciudadanos dolidos por las circunstancias que nos oprimen y las falacias que nos sofocan. Ojalá que a esas voces se unan las de otros ciudadanos que todavía guardan silencio, cuando más se necesita que eleven sus voces. Este contingente de habitantes de una República dolida es el ejército de votantes que deberán definir el sentido de su voto y depositar en las urnas su voluntad moral y política. Podrá ser, de veras, un nuevo diluvio.
¿Hacia dónde caerá el diluvio que despeje el campo, hoy sembrado de vanas promesas, graves frustraciones, incontables agravios? ¿Tendremos más de lo mismo, sofocante? ¿O nos daremos, con el poder del sufragio, el respiro que necesitamos?