El fin de una época
La profunda brecha que existía entre los de arriba y los de abajo no necesariamente fue la causa principal del levantamiento del pueblo en contra de sus opresores; sino, la insolencia extrema, que queda perfectamente evidenciada cuando la reina María Antonieta responde a los informes de que el pueblo no tiene ni pan para comer: "Ay, pues que comen pasteles", que no necesariamente es cierta, según el rigor histórico.
El 14 de julio de 1789, el pueblo de París asaltó la Bastilla, la fortaleza medieval usada como prisión y arsenal. El alza constante del precio de los alimentos y varios eventos de carácter político, crearon una situación explosiva. Aquella mañana gente del pueblo y algunas tropas disidentes asaltaron el cuartel de Los Inválidos para conseguir fusiles y se dirigieron a La Bastilla en busca de pólvora. Ante las negativas del gobernador de la fortaleza recurrieron a la artillería para doblegar a los pocos defensores, liberando a los prisioneros y apropiándose de las armas. El hecho fue interpretado en todo el país como la caída del símbolo del absolutismo y el comienzo de una luminosa nueva era.
Los cronistas del siglo XIX, que trazaron la línea divisoria de la historia, asignan a este acontecimiento el carácter de límite entre la Edad Moderna y la Contemporánea, por la radicalización política que lo caracterizó y por el arribo de la revolución industrial. La Revolución Francesa y el nacimiento de una nueva época no podría entenderse sin conocer de la situación política, económica y social de aquella Francia del siglo XVIII.
Por esos días, Francia era un estado regido por el modelo de absolutismo monárquico. El rey, Luis XVI, personificaba al Estado, ejerciendo los poderes ejecutivo, legislativo y judicial. Los franceses no eran ciudadanos de un Estado democrático constitucional; sino, eran súbditos del rey. Arriba, se encontraba la Casa Real y el alto clero; luego, la nobleza en sus dos ramas: militar y administrativa. Abajo, casi 97 por ciento de los franceses, ejerciendo tareas redituables de varia índole para sostener a la monarquía.
La desigualdad era insoportable; sin embargo, la Revolución inicia por otros motivos. Con la profunda crisis social, política y económica se gestó la opinión pública adversa, que se enconó cuando los ministros de la monarquía intenten resolverla suprimiendo los privilegios fiscales de la nobleza; nadie quería que le fuera quitado su privilegios, por lo que, a la irritación popular y burguesa se unió el descontento de la aristocracia.
Buscando una solución, en julio de 1788, se convocó a una asamblea de los Estados Generales, es decir, una reunión para la deliberación sobre asuntos relacionados con la situación política de Francia. En esa convocatoria, el conflicto entre los intereses del tercer estado y los de la nobleza y del Alto Clero, que apoyaban al rey, se agudizaron.
El rey entonces estableció la Asamblea de los Estados Generales el 5 de mayo de 1789, con el objetivo de decidir por el voto los rumbos del país; pero, los votos serían por representación de estado, de lo que resultaría que siempre sería dos votos contra uno. La Curia y la Nobleza, siempre impondrían sus decisiones a burgueses y trabajadores.
Ante la tozudez de los poderosos, el 17 de junio, los burgueses, trabajadores y demás miembros del tercer estado se declararon en reunión para la formulación de una constitución sin la participación del primero y del segundo estado, al mismo tiempo que comenzaba un levantamiento popular en París y otro las zonas rurales. Luego de la toma de la Bastilla, la revolución de Francia inició un nuevo régimen y nueva era.
La Asamblea Nacional establece la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. En septiembre de 1791 se promulgó la nueva constitución francesa, asegurando la ciudadanía para todos y presionando al monarca Luis XVI a aceptar sus criterios Esta constitución preveía la igualdad de todos ante la ley, el voto censal, la confiscación de las tierras eclesiásticas, el fin del diezmo, la constitución civil del clero, entre otros puntos.
A partir de este momento, la Francia revolucionaria esbozó su primer tipo de nuevo gobierno, la Monarquía Constitucional, que duró de 1791 a 1792. Más tarde vendría la República Revolucionaria.
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