Editoriales

El punto clave

  • Por: RAYMUNDO RIVA PALACIO
  • 18 AGOSTO 2020
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El punto clave

Ha mucho que la educación en México es un desastre. Quizá el punto de partida para acabar con la tradición formativa de las nuevas generaciones, que se vino enriqueciendo a lo largo de la historia desde la notable labor de los educadores de la Conquista y la Colonia, hasta la aplicación del Artículo Tercero de la Constitución del 17, sea la Reforma Educativa de los años 70s, cuando se introdujeron en México las ideas del historiador Arnold Toybe y los pedagogos franceses de la lingüística estructural.

Fuera de los profesionales y estudiosos de la lengua y la literatura, nadie en el país logró entender las propuestas del Método Global de Análisis Estructural que fue impuesto en México para la enseñanza de la lecto-escritura. Y luego las Matemáticas Modernas, la enseñanza de las asignaturas por áreas de conocimiento, con la supresión (muy a modo para los planes futuros), de la Historia y el Civismo, Etc., una serie de barbaridades que convirtió a la escuela en el mayor centro de simulación de toda el país.

Ya en plena era neoliberal, ¿a quién le importaba la educación? El secretario del ramo podía ser cualquiera, que el sistema estaba en manos del sindicato manejado por Elba Esther, puesta ahí para que fuera la mamá de los pollitos cobijando bajo sus alas la más terrible corrupción que se pueda imaginar con perjuicio directo para las nuevas generaciones que perdían en el aula tiempo, esfuerzo y esperanza. Por excepción, algo que no pudieron impedir, emergieron de la masa popular auténticos genios en todas las ramas del quehacer humano que son el botón de muestra que confirma lo que es de todos conocido.

Ante la aparición de la pandemia y el confinamiento obligado para evitar su propagación, la respuesta no fue diferente. Los alumnos debían ´seguir estudiando´ de la manera más antipedagógica imaginable: copiar decenas de páginas de los libros en el cuaderno para luego pasarlas por correo electrónico a los profesores que así calificaban el aprovechamiento. Si tener cincuenta niños o jovencitos inmóviles en un pupitre mientras el profesor hace tediosa exposición que nadie entiende, estaba mal, eso fue peor.

Ahora, cuando se va ganando la batalla contra la pandemia, se habla del reinicio de las actividades del sistema escolarizado, que será a través de la televisión abierta cuyos concesionarios prestarán algunos canales para que las clases lleguen a todos los alumnos del país. Las buenas intenciones de las autoridades educativas permite que se les otorgue el beneficio de la duda y que, con excepción de los amargosos de siempre, se avance un poco en el desarrollo de planes y programas para ver su efectividad.

Por lo pronto, pueden apuntarse algunos de los requisitos que son indispensables para el buen éxito de la educación a distancia y el logro de los mejores resultados para bien de las nuevas generaciones. Hacer las cosas de la misma manera y esperar resultados diferentes es una absurdo que ya fue notado por ese genio del siglo XX, don Alberto Einstein. En las clases presenciales tanto como en las que se transmitirán por las hondas hertzianas, se necesita el elemento fundamental que ha dado tantos éxitos.

Éste no es otra cosa que el encanto que atraiga, cautive y predisponga la mente para recibir la semilla del conocimiento, no como dato que se arrochela en la zona obscura; sino como una experiencia útil y práctica para vivir la vida a plenitud. La idea inquisitorial de que ´la letra con sangre entra´, ya no puede tener aplicación en el siglo XXI. Con tantos recursos técnicos, tecnológicos y científicos para estimular la imaginación y llevar la mente de los alumnos a recorrer y a sobrevolar los vericuetos de la madre Natura y sus leyes y principios, dominados por la creatividad del ser humano en lo que se llama cultura, es hora de innovar.

Además de la sustancia fundamental del atractivo, los planes y programas educativos deben trascender el modelo expositivo tan triste y lamentable en el que un experto habla de un tema y medio centenar de cabecitas inquietas debe escuchar con la obligación de entender y más, de aprender. Eso no sirve en el aula y menos por la televisión. Si así habrán de ser ´las clases´, muy lamentables serán los resultados. No hay que adelantar vísperas; pero, si así será la educación a distancia por la pandemia, nada bueno puede esperarse.

Sin embargo, hay la esperanza de que si no hubo interacción y retroalimentación mediante la educación presencial por las presiones del elevado número de alumnos en cada aula, a los que había que mantener quietos y callados; éstas características esenciales de la docencia, puedan llevarse a cabo a través de las redes cibernéticas que tanto auge han cobrado. No un maremágnum de videoconferencias o de chats; sino una interacción de grupos pequeños a partir de los avances en pantalla.

Quizá sería bueno que las autoridades educativas conocieran la Escuela Lancasteriana con la que el primer presidente de México, don Guadalupe Victoria, resolvió el problema de la educación en el México independiente.

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