El fin justifica los medios

Para don Nicolás, es claro que los fines del Estado son inseparables del bien común, la moral radica en los fines y la ley constituye el núcleo organizador de la vida social. “El éxito de un soberano radica en tomarle el pulso a las situaciones, valorarlas y armonizar su conducta con la dinámica inherente a ellas, son las necesidades las que impondrán la respuesta”. Lo que no puede hacer el príncipe es mantenerse ajeno o lejano de la gente.
Otra de sus afirmaciones categóricas es que: “La política es el arte de conquistar el poder”, por lo tanto el arte del príncipe como gobernante, como conquistador y dueño del poder, es la encarnación del Estado; así, lo importante es que tenga las condiciones naturales, actitudes y aptitudes, para serlo, como para asegurar la conquista y posesión del poder. Sin esas condiciones naturales, no podrá retener el poder, aunque lo desee.
Lo explica claramente en el Capítulo VI de su obra magistral en todo: “Aquellos principados totalmente nuevos (es decir, aquellos en que tanto el Estado como el príncipe son nuevos) requieren de un príncipe virtuoso o afortunado. Siempre es preferible lo primero, pues con la sola suerte se puede adquirir fácilmente el principado pero no mantenerlo. Con todo, aun el príncipe virtuoso requiere para su conquista de una ocasión (mínimo componente de fortuna), pues sin ella no puede hacer nada”.
Lo magistral de este librito publicado en 1531, muchos tiempo después de la muerte de su autor, es que contempla todos los aspectos del ejercicio del poder, y lo hace de una manera simple y llana. Dice: “Y asimismo se le presentarán muchas dificultades, pues al verse obligado a introducir un orden nuevo, se enfrenta a los que defienden al viejo orden y se encuentra sin apoyo. Ahora bien, una vez adquirido el principado, es fácil de mantenerlo para el gobernante virtuoso”. Un príncipe virtuoso que sepa ganar adeptos.
Cierra el capítulo VI, diciendo que: “Todo dependerá de si dispone de sus propias fuerzas, porque si depende de la de otros fracasará y le quitarán el poder. Pero si tiene su propio ejército, una vez efectuada la conquista y destruido a los posibles competidores, no deberá temer revueltas y los pueblos se adaptarán y creerán en el nuevo príncipe. Y cuando dejen de creer, ha de poder hacerles creer por la fuerza, para lo cual debe disponerse de ella”. Sabía Maquiavelo que el poder debe tener su ejército.
Hay quienes aseguran que El Príncipe no es solamente un tratado de política que viene desde cinco siglos atrás, sino que es un tratado de pragmatismo extremo que define con precisión el Estado moderno. De hecho, Nicolás Maquiavelo fue un escritor y filósofo de grandes luces, y también un diplomático y funcionario que tuvo relación con los más notables personajes de la época, de los que aprendió debido a su preclara inteligencia.
Su primer contacto y quizá el definitivo, fue con Lorenzo de Medici. También se relacionó con Caterina Sforza, Luis XII de Francia, el Papa Alejandro VI, César Borgia, el Emperador Maximiliano I de Alemania, el rey Fernando II de Aragón ‘el Católico’ y, desde luego, con el genio Leonardo Da Vinci. Se dice que de su cercanía con Caterina, dedujo su frase: “es mejor ganar la confianza de la gente que confiar en la fuerza”.
Otro de sus pensamientos admirables, señala que: “Por lo tanto, un príncipe, viéndose obligado a sabiendas a adoptar la bestia, tenía el deber de escoger el zorro y el león, porque el león no se puede defender contra las trampas y el zorro no se puede defender contra los lobos. Por lo tanto es necesario ser un zorro para descubrir las trampas y un león para aterrorizar a los lobos”.
Quizá los tiempos que vivió Maquiavelo ni disten mucho de los que padecen los aborígenes en los días que corren.
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